Cajamarca
y Millaray veían todo lo que el joven zarva hacía. A pesar de que no iban
detrás de él, podían verlo en todos los lugares “Tan raro esto que nos pasa y
todo lo que vemos, parece irreal ésta historia” le decía Millaray a su amigo
Cajamarca, todavía sentados en el pasto donde había aparecido el dios Are y
donde había creado a Fura y a Tena.
Despues
de mucho buscar la flor mágica sin encontrarla, Zarva decidió volver al pueblo a
contar las aventuras que había vivido y para pedir algún tipo de ayuda porque
se convenció que solo, no podía hacer
nada, y acercándose a Fura, que estaba sentada en un tronco al lado de su choza
y que tenía puesta una larga ruana de colores, le contó lo que le había pasado
“He luchado mucho en éste tiempo, he buscado la flor prodigiosa por todas
partes sin ningún resultado, he ido a todas las montañas de éste país y he
atravesado los riós mas peligrosos de éstos territorios en mi búsqueda pero
nada, nada he encontrado. Ahora el frio está agarrándome totalmente, me está
penetrando la sangre y los huesos, y sé que si no encuentro ayuda, no lograré
dar con la flor”.
Entonces
Fura sintió gran pesar por el muchacho. “No se preocupe joven Zarva, yo lo
acompañaré mañana mismo a encontrarla. Tengo el tiempo suficiente para ir con
usted a donde sea” le dijo con seguridad. “Gracias, muchas gracias señora”
respondió el joven, quedándose esa noche en el pueblo, en una choza que algunos
indios le dejaron para que descansara, después de haber comido carne asada de
gurre, con papas sancochadas, y arracachas, y fríjoles cocinados con cebollas.
Al
dia siguiente Fura, acompañada de su marido, fueron a despertarlo porque le
había cogido el sueño a causa del cansancio. “Vamos ya, joven Zarva. Caminemos
a los montes y a las selvas. Entre los dos, con seguridad encontraremos la flor
prodigiosa que usted persigue con tantas ganas” le dijo la joven arrancando a
caminar con el muchacho, perdiéndose entre las chozas envueltas en la neblina y
los caminos tapados por la maleza, debajo de los árboles que se morían de
viejos y entre las enormes piedras guardadoras de los secretos de esas tierras.
Tena
mientras tanto, se quedó dirigiendo a su pueblo que le obedecía en todo sin
chistar.
Fura
y Zarva anduvieron por muchos caminos viviendo los peligros de la selva “Quizás
en ese árbol tan florido encontremos la flor mágica” decía Fura trepando por
los tallos, encaramándose en las ramas mas altas, semejante a una mona que va
saltando de bejuco en bejuco, pero nada, nada encontraba. Y cuando terminaban
la búsqueda en algún sector sin haber tenido resultados, zarva decía “Allá en
la montaña del frente puede que la encontremos. Tengo la impresión de que allá
está la flor” “Tenemos que atravesar ese
rio. Debe ayudarme porque el agua está bajando muy fuerte” le decía Fura al
joven, señalando el rabioso caudal que le daba miedo por lo torrentoso. “Ustéd
es fuerte y aguanta mas que yo. Debe protegerme, no lo olvide ”. “Si” contestaba
el, mirándola curioso. “Tengo hambre. Consigamos frutas. Hay muchas frutas por
aquí” decía ella corriendo y volteando a mirar de vez en cuando, como
invitándolo a jugar “Alcánceme si puede” lo retaba con las mejillas y los
labios muy rojos, los ojos brillantes y un ansia escondida. Y el corría y la
alcanzaba y la estrechaba mirándola asombrado sin decirle nada.
Y
así pasaron varios meses metidos en las selvas, sin encontrar la flor.
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