viernes, 4 de abril de 2014

EL PAIS DE LA NIEVE Y LA MONTAÑA BRILLANTE 27 (La desconocida y fantástica historia de los pueblos indígenas de Columbus)





Cajamarca y Millaray veían todo lo que el joven zarva hacía. A pesar de que no iban detrás de él, podían verlo en todos los lugares “Tan raro esto que nos pasa y todo lo que vemos, parece irreal ésta historia” le decía Millaray a su amigo Cajamarca, todavía sentados en el pasto donde había aparecido el dios Are y donde había creado a Fura y a Tena.
Despues de mucho buscar la flor mágica sin encontrarla, Zarva decidió volver al pueblo a contar las aventuras que había vivido y para pedir algún tipo de ayuda porque se convenció que solo,  no podía hacer nada, y acercándose a Fura, que estaba sentada en un tronco al lado de su choza y que tenía puesta una larga ruana de colores, le contó lo que le había pasado “He luchado mucho en éste tiempo, he buscado la flor prodigiosa por todas partes sin ningún resultado, he ido a todas las montañas de éste país y he atravesado los riós mas peligrosos de éstos territorios en mi búsqueda pero nada, nada he encontrado. Ahora el frio está agarrándome totalmente, me está penetrando la sangre y los huesos, y sé que si no encuentro ayuda, no lograré dar con la flor”.
Entonces Fura sintió gran pesar por el muchacho. “No se preocupe joven Zarva, yo lo acompañaré mañana mismo a encontrarla. Tengo el tiempo suficiente para ir con usted a donde sea” le dijo con seguridad. “Gracias, muchas gracias señora” respondió el joven, quedándose esa noche en el pueblo, en una choza que algunos indios le dejaron para que descansara, después de haber comido carne asada de gurre, con papas sancochadas, y arracachas,  y fríjoles cocinados con cebollas.
Al dia siguiente Fura, acompañada de su marido, fueron a despertarlo porque le había cogido el sueño a causa del cansancio. “Vamos ya, joven Zarva. Caminemos a los montes y a las selvas. Entre los dos, con seguridad encontraremos la flor prodigiosa que usted persigue con tantas ganas” le dijo la joven arrancando a caminar con el muchacho, perdiéndose entre las chozas envueltas en la neblina y los caminos tapados por la maleza, debajo de los árboles que se morían de viejos y entre las enormes piedras guardadoras de los secretos de esas tierras.
Tena mientras tanto, se quedó dirigiendo a su pueblo que le obedecía en todo sin chistar.
Fura y Zarva anduvieron por muchos caminos viviendo los peligros de la selva “Quizás en ese árbol tan florido encontremos la flor mágica” decía Fura trepando por los tallos, encaramándose en las ramas mas altas, semejante a una mona que va saltando de bejuco en bejuco, pero nada, nada encontraba. Y cuando terminaban la búsqueda en algún sector sin haber tenido resultados, zarva decía “Allá en la montaña del frente puede que la encontremos. Tengo la impresión de que allá está la flor”  “Tenemos que atravesar ese rio. Debe ayudarme porque el agua está bajando muy fuerte” le decía Fura al joven, señalando el rabioso caudal que le daba miedo por lo torrentoso. “Ustéd es fuerte y aguanta mas que yo. Debe protegerme, no lo olvide ”. “Si” contestaba el, mirándola curioso. “Tengo hambre. Consigamos frutas. Hay muchas frutas por aquí” decía ella corriendo y volteando a mirar de vez en cuando, como invitándolo a jugar “Alcánceme si puede” lo retaba con las mejillas y los labios muy rojos, los ojos brillantes y un ansia escondida. Y el corría y la alcanzaba y la estrechaba mirándola asombrado sin decirle nada.
Y así pasaron varios meses metidos en las selvas, sin encontrar la flor.
 



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