lunes, 31 de marzo de 2014

EL PAIS DE LA NIEVE Y LA MONTAÑA BRILLANTE 26 (La desconocida y fantástica historia de los pueblos indígenas de columbus)



Todo eso les enseñaré y mientras tanto ustedes le darán vida a la humanidad Muzo. Atenderán a muchas criaturas hasta que crezcan para que ellos a su vez les ayuden a poblar éstas tierras. Cada hombre Muzo tendrá una parcela que trabajará con el sudor de su frente, y vivirá con una compañera que le ayudará en todo y con la que tendrá muchos hijos para seguir poblando éstas tierras”.
A Millaray le parecía imposible estar asistiendo a la creación de la humanidad Muzo, por eso sentada en el pasto, muy quieta, le dijo al oído a Cajamarca “No hagamos bulla y sigamos mirando a ver que mas pasa”
“Nadie podrá imponerles ninguna autoridad y todos sus descendientes los adorarán como sus primeros padres que son. . . Ahora ya es tiempo de que me vaya, pero no se les olvide, tendrán que recordarme siempre para que haya un vínculo permanente entre nosotros. Me iré al sol porque allá es donde vivo, y cada vez que tengan dificultades llámenme que yo vendré de inmediato a ayudarles”.
Entonces Are inexplicablemente desapareció de la vista de ellos, quedando solamente Fura, la hermosa muchacha, mirando el sitio donde había estado su creador, con ojos vacíos, y Tena el poderoso hombre, parado mudo encima de la hierba, siendo acompañados por Cajamarca y Millaray con los que en ese momento no podían comunicarse a causa de los misterios que yo tampoco se.
Solo se miraban sin comprender porqué estaban allí los unos y los otros.
El tiempo empezó a pasar.
Corrieron los años y la población de los Muzos crecía como la espuma, hasta que un día apareció entre aquella gente, un joven alto, blanco, de ojos azules, largo cabello y larga barba rubia. Venía buscando la flor prodigiosa que le daría poderes sin límite  y la inmortalidad tanto buscada por algunos hombres. Al acercarse al pueblo, todos lo rodearon preguntándole “Quien es usted?. Que busca por aquí?. De donde viene?”. “Vengo buscando la flor prodigiosa que me quitará las enfermedades para siempre, no me dejará envejecer y finalmente me dará la inmortalidad” respondió el joven que ya iba caminando al pueblo, cogido de los brazos por los indígenas que querían mostrárselo a los jefes, querían saber quien era, que quería en realidad y de donde venía.
Lo llevaron al frente de Fura y de Tena que al verlo le preguntaron “Ustéd quien es, joven y que hace por aquí?”. El respondió aturdido “Vengo de una nación lejana y voy a buscar en las montañas de aquí, la flor prodigiosa que me volverá inmortal. Me dijeron que posiblemente aquí la encontraría porque ésta es una región maravillosa donde todo es y donde todo se consigue” terminó de decir el joven zarva, pidiendo permiso con la mirada. “Yo creo que no hay problema de que camine por éstas tierras” le dijo Tena, mirando la blancura de su piel, su cabello amarillo y sus ojos azules tan distinto a la gente de su pueblo, pero Fura mantenía en silencio.
La gente entonces lo dejó tranquilo y le daban de comer en las chozas.
De modo que al dia siguiente el joven zarva arrancó a caminar por los bosques subiéndose ágil a todos los árboles, buscando la flor milagrosa que le daría el alivio eterno con sus perfumes y su esencia.
Dia tras día iba visitando las distintas montañas.
Atravesaba ríos peligrosos ganándole en el nado a los peces. Peleaba con las bestias, que facilmente dejaba destrozadas y tendidas en la tierra para que se las comieran los buitres. Se alimentaba de frutas y raíces que le daban enorme energía. Tomaba agua de los lagos y los ríos. Aguantó muchos aguaceros que le pusieron la piel fuerte y curtida, el sol lo quemó y la neblina lo hizo temblar.  Así pasó mucho tiempo sin encontrar lo que buscaba. “Ayúdenme dioses a encontrar la flor prometida” suplicaba mirando al cielo, con los pies cansados que muchas veces no podía levantar.
Cajamarca y Millaray veían todo lo que el joven zarva hacía. A pesar de que no iban detrás de él, podían verlo en todos los lugares “Tan raro esto que nos pasa y todo lo que vemos, parece irreal ésta historia” le decía Millaray a su amigo Cajamarca, todavía sentados en el pasto donde había aparecido el dios Are y donde había creado a Fura y a Tena.




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