“Tengo hambre. Consigamos frutas. Hay muchas
frutas por aquí” decía ella corriendo y volteando a mirar de vez en cuando,
como invitándolo a jugar “Alcánceme si puede” lo retaba con las mejillas y los
labios muy rojos, los ojos brillantes y un ansia escondida. Y el corría y la
alcanzaba y la estrechaba mirándola asombrado sin decirle nada.
Y
así pasaron varios meses metidos en las selvas, sin encontrar la flor.
Una
vez ya casi anochecía cuando ella, llena de frio porque había mucho viento y
gran neblina, se acercó al joven
diciéndole “Tengo mucho frio, caliéntame con tu cuerpo. Hazlo, lo necesito,
hazlo sin temor” y se juntaron mirándose a los ojos “Eres muy bella, Fura. Tienes
unos ojos inocentes como de otro mundo. Tu mirada es como las luces de las
estrellas”. Ella no respondía solo agachaba la cabeza apretándose contra el
cuerpo de Zarva que empezó a besarla con una pasión desconocida, encendiéndole su
poder sexual tanto tiempo guardado. “Eres mio, solo mio. Me escuchas?” decía
Fura jadeando y forcejeando entre los brazos de zarva olvidada de ella misma,
del mundo y de los juramentos que había hecho a su dios Are y a Tena, su marido.
Y
el ardor y la pasión les fue ganando irracional, enloquecido, hasta que vencidos
por las llamas de sus hogueras íntimas, rodaron por la tierra entre las malezas
y el pasto, poseyéndose como nunca había pasado en la tierra de los Muzos entre
la madre del género humano y un desconocido recién llegado allí. “No pares
Zarva, no pares por favor. Te lo ordeno. Sigue, sigue sin cansancio” y el joven
complacía poderoso y combatiente a su amiga, con pasión contenida hasta ese
momento. La quería como ella pedía, como puma o como paloma. Se convirtieron en
león y leona en celo entre las piedras y frente a los ojos de todos. En gatos
salvajes arañándose y retándose. Rugían rodando por el suelo mientras la selva
callaba, asomándose discreta entre sus propias sombras, para ver semejante
entrega y semejante desobediencia.
Y
cuando se dieron cuenta de lo que habían hecho, ya el cielo había temblado de
ira y había llorado de desconsuelo, y la tierra se había roto en grietas
inmensas entre temblores y explosiones que ellos no percibieron, porque Fura
había roto el juramento hecho a su dios y padre, a su creador Are que había
confiado en ella desde el comienzo de los tiempos.
Entonces
Fura, después de aquel episodio que la tierra no ha logrado olvidar, y acordándose
de las primeras palabras que el dios Are les había dicho “sereis fieles el uno
al otro hasta el fin de los siglos. . .
Pero si eso no se cumple, irremediablemente tendrán enfermedades, la vejéz y la
muerte”.
Huyó
avergonzada y miedosa, corriendo como una loca por las montañas y las selvas.
Extraviada
y sin razón, se fue a su pueblo, dejando solo y débil a Zarva en el bosque que
estaba completamente mudo. El se quedó
pensativo y con honda tristeza en su abandono. Sin querer comer ni hacer nada.
“No pudimos encontrar la flor prodigiosa que
tanto buscamos con el joven zarva y por eso he regresado, amado Tena, esposo
mio. Además estoy cansada y tengo dolido mi cuerpo. Necesito mucho descanso” le
dijo Fura a su marido, fingiendo tranquilidad y una paz que no sentía. Y el
respondió mirándola insistente y con rara sospecha “Recuéstate y descansa. Te
veo extraña y fatigada. Parece que te falta la respiración y que un
remordimiento te apena”.
Ella,
con gran angustia fue y descansó varios días, siendo atendida por las mujeres
mas bellas de la tribu, por los ancianos que estaban preocupados por su estado,
y por los brujos y sacerdotes que le traían medicinas y le hacían sacrificios a
los dioses para que le diera la recuperación muy pronto.
Y así siguió pasando
el tiempo hasta que Tena notó que Fura se iba poniendo fea, apergaminada,
empezaba a envejecer de modo acelerado, además veía que su mujer sentía dolores
de toda clase y se quejaba continuamente. 
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