Y
así siguió pasando el tiempo hasta que Tena notó que Fura se iba poniendo fea,
apergaminada, empezaba a envejecer de modo acelerado, además veía que su mujer sentía
dolores de toda clase y se quejaba continuamente. Entonces un día le ordenó a
todos sus servidores, que salieran de la choza, que lo dejaran solo, y acercándose
a la estera donde ella estaba acostada, le acarició el cabello diciéndole
suavemente en el oido “Tu desobedeciste la orden de nuestro dios y padre Are. Nuestro
infinito creador. Me fuiste infiel con el joven Zarva mientras estuviste en las
selvas con el, buscando la flor prodigiosa” y no añadió mas. Se puso de pie y se
alejó despacio, con la cabeza inclinada y un dolor agudo en el pecho, dejando
sola a su mujer en la choza.
Y
sin esperar a nada, se puso una ruana y se fue a una montaña cercana donde encendió
una gran fogata invocando a su dios Are para que le ayudara a castigar al joven
Zarva por su sacrílega acción con Fura.
En
menos de un momento escuchó una voz
salida de la candela que le decía “El, el muchacho que buscas, está a
doscientos metros de aquí, al oriente, junto a una roca alta desde la que se
quiere lanzar para matarse. Está pensativo y miedoso por ti, porque hizo
destruir la promesa de una mujer a un dios.
Qué piensas hacer con el?” le preguntó Are
haciendo bufar la hoguera de modo misterioso. “El merece un castigo que le dure
por los siglos de los siglos. Quiero convertirlo en un peñasco para que el
tiempo lo castigue cada dia y cada noche, para que los rayos lo quemen
constantemente, lo partan a pedazos y los truenos lo atemoricen y lo pongan débil
como a cualquier cobarde.
Quiero que los aguaceros caigan continuamente sobre
el, ablandándolo y desintegrándolo, y la neblina lo haga temblar de frio y
pedir a gritos un poco de calor todos los días de la vida. Quiero que también
el sol lo queme con toda su potencia y que las estrellas y los planetas lo
señalen y hablen mal de el en todo el universo, por lo que hizo con mi esposa
Fura y conmigo también” pedía Tena a Are
que lo escuchaba atento metido en la hoguera de llamas azules. “Te concedo
inmediatamente lo que pides porque sé que es justo tu reclamo” respondió el
dios, convirtiendo ya, en ese mismo instante, a Zarva en un
peñasco capáz de sentir los castigos de la naturaleza por los siglos de los
siglos.
Cajamarca
y Millaray todavía estaban allí, a la orilla del rio y encima del pasto, mirando
y escuchando lo que pasaba, pero parecía que nadie se diera cuenta de ellos. Y
ellos no sentían hambre, ni frio, ni sueño, ni cansancio.
Ya
algo calmado, Tena se despidió de Are, apagando la hoguera en la que el dios
había aparecido momentáneamente para hablarle.
Regresó al pueblo
buscando a Fura a la que le dijo “Ven esposa mia. Siéntate aquí, en éste
tronco, que
quiero recostarme un rato en tus rodillas. Deseo descansar así,
como un chiquillo en tus piernas”. “como
quieras, marido mio Tena. Recuéstate y
sueña” respondió ella sentándose en el tronco, en un rincón de su
grande choza.
Después de un rato de silencio, Tena dijo de pronto “Hasta siempre Fura, esposa
mia. Que
nuestro dios Are te bendiga todo el tiempo, porque lo necesitas como
nunca lo has necesitado” le dijo Tena haciendo un movimiento repentino y fuerte, clavándose de un solo golpe, un filoso cuchillo en el corazón, sin dejar salir ni un quejido, muriendo instantáneamente en las rodillas de Fura
que estaba muda y paralizada
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