Centenares
de indígenas caminaban en esas montañas vigilándolas para que nadie las robara.
Otros estaban sentados mirando la lejanía mientras muchos escarbaban las rocas con
palos o coas que eran herramientas de madera fabricadas especialmente para eso,
llenando bolsos de piel de ovejo con las esmeraldas que encontraban allí como piedras
sobrantes en los caminos.
Eran
los Muzos un pueblo guerrero compuesto por tribus desordenadas, sin reglas, sin
normas comunitarias.
Sus cabezas eran deformes.
Desde
la niñéz, las aplanaban, como lo hacían la mayoría de tribus Pijao, para parecer
agresivos y darle miedo a los enemigos en las batallas.
Los
Muzos no pertenecían al imperio de los Muiscas, con los que mantenían en guerra
permanente por el territorio que habitaban en el oriente y con los que no se
entendían porque no hablaban el mismo dialecto. Estaban emparentados con los
Caribes a los que pertenecían las tribus Pijao, pero solo por su belicosidad y
sus costumbres libertinas, porque tampoco hablaban el dialecto de ellos, de
modo que eran un pueblo ajeno, extraño y odiado entre esas vastas comunidades
que los rodeaban.
Eran
vecinos de los Panches por un sector del rio Magdalena y por los indios
Mariquitas que vivían allí. Tenían espesas selvas por el norte, donde se
refugiaban silenciosos para atacar sorpresivamente a los enemigos. Al oriente eran
vecinos con los Muiscas con los que no se toleraban en nada. Constantemente
tenían batallas con ellos porque también querían ser dueños de las montañas de
esmeralda junto con sus mujeres por ser tan ricas y por tener tantas piedras
finas como pocas en Columbus.
Puede
decirse que vivían para la guerra y por eso fabricaban armas como flechas
envenenadas, cerbatanas envenenadas de largo alcance, lanzas ligeras pero que iban
al sitio exacto a donde eran dirigidas, hachas de piedra y muchas veces de esmeraldas,
con las que frecuentemente derrotaban a sus enemigos. Como se ha dicho, se
aplanaban el cráneo para verse agresivos y para generar miedo en sus rivales.
El
cóndor sobrevoló esas montañas, tanteando la situación y la actitud del pueblo.
Los Muzos levantaban la vista asombrados haciéndole señas, gritando y saltando
muy contentos porque pensaban que eran visitados por un pájaro gigante de los dioses.
Como
el buitre vió que lo llamaban diciéndole que bajara, descendió dando amplias vueltas,
hasta caer en una extensión abierta y limpia donde la gente podía verlo largamente
y a donde podían visitarlo sin problemas.
El
pueblo entero se vino corriendo, rodeándolo apresurados. Querían tocarlo y llevársele aunque fuera una hebra de sus
plumas porque creían que era un pájaro de las estrellas “Nuestro dios Are ha
enviado a éste pájaro para que nos cuide y nos proteja de ahora en adelante”
decían empujándose para estar cerca de el.
Los
viejos de la comunidad y los guerreros sobresalientes, que eran los jefes de
las tribus, apartaban a la gente casi tirándola al suelo, para acercarse al
pájaro. Difícilmente les abrían espacio, porque los Muzos no tenían leyes que
los obligara a respetar a sus guias. Además carecían de directrices que los
guiara en sus comportamientos, como ya se ha dicho.
Cuando todos estuvieron alrededor del cóndor,
Millaray y Cajamarca se pararon en su espinazo, sorprendiendo a toda aquella gente que cayó de rodillas venerando
la aparición de los jóvenes. “Son los hijos de nuestro dios Are los que han
venido a visitarnos y a ayudarnos. Por eso tenemos que adorarlos”
Y
como los jovencitos comprendieron la actitud del pueblo, se quedaron en las
espaldas del cóndor hasta que la gente empezó a decirles “Bajen, bajen adorados
hijos de Are. Queremos verlos de cerca, queremos oírlos y tocarlos” .
El
único que entendía el dialecto de aquellas gentes era el cóndor, por eso dijo a
Cajamarca y a Millaray “El pueblo quiere que ustedes bajen de mis espaldas
porque desean verlos de cerca, oirlos y tocarlos. Piensan que ustedes son hijos
del dios Are, que los creó a ellos también.
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