El
único que entendía el dialecto de aquellas gentes era el cóndor, por eso dijo a
Cajamarca y a Millaray “El pueblo quiere que ustedes bajen de mis espaldas
porque desean verlos de cerca, oirlos y tocarlos. Piensan que ustedes son hijos
del dios Are, que los creó a ellos también.
Entonces
Cajamarca y Millaray se descolgaron por el ala, cayendo al suelo, donde los
viejos se les acercaron arrodillándose, levantando los brazos, implorándoles
perdón y protección para sus vidas “venerados hijos de Are. Gracias por venir a
nuestro pueblo. Sabemos que han llegado de las estrellas para darnos protección,
para hacernos poderosos y para cuidarnos de nuestros enemigos que son muchos,
por las riquezas que tenemos.
“Pero
lo que pasa es que queremos hablar con el joven zarva que vive o vivió en este
pueblo. Es urgente que hablemos con el” dijo Millaray sin perder tiempo, dirigiéndose
a uno de los viejos. “El joven Zarva. . . Es que ustedes no conocen su historia
que todo el mundo recuerda?” respondió el viejo jefe suspirando por una mala
evocación que le llegó en ese momento. “No saben que para hablar con el, tienen
que navegar en su sangre y bañarse en ella? Desconocen que primero deben
invocar a Are, nuestro dios creador, y creador de éste territorio para que les
de permiso de estar en éstos lugares? Si quieren, lo que podemos hacer es
ayudarles a invocarlo para que no se demore en aparecer” aseguró el jefe,
esperando ansioso la respuesta. Entonces Millaray, que se sentía mirada por
aquella gente queriendo oírle la voz y verle sus gestos, dijo “Invoquemos pues al
dios Are para que nos de permiso de estar aquí y para que nos diga donde
encontraremos al joven Zarva, que tanto necesitamos”.
Y
el anciano, sin hacerse esperar, ordenó a algunos guerreros y varias mujeres,
que trajeran palos, troncos, ramas, hojas con el fin de hacer tres fogatas
gigantes que le llamarían la atención a Are con el humo, con las chispas de
colores, con el intenso calor y con el fuego mismo, que era un misterio. Además
fueron a la choza de un brujo, de donde trajeron aceites fragantes depositados en
calabazas y que derramarían en las fogatas para aromatizarlas y despertar la atención
de los dioses. Allí se quemarían volviendo fragante el aire.
Algunas
niñas también fueron por ahí cerca, recogiendo las flores silvestres mas bellas
y perfumadas que encontraban, poniéndolas junto a las fogatas para que Are se
sintiera agradado y bendecido por toda aquella gente que empezaba a llamarlo.
Nadie
se iba de allí.
Al
contrario, habían venido todos desde el pueblo, de los sembrados y de las minas
donde habían estado arrancando papas y sacando esmeraldas que el cacique distribuía
según el trabajo de cada uno, quedándose con las mejores según su color, su transparencia
y su tamaño.
Querían ver a los recién llegados hacer el
sacrificio a su dios.
Cuando
las fogatas ardieron poderosas, sopladas por el viento de la montaña, los
viejos, los guerreros, los sacerdotes y las mujeres, iniciaron una danza larga rodeando
la furiosa candela, entonando canciones y plegarias invocando a Are, muy
inclinados a la tierra tocando pequeños tambores que despertarían sin ninguna duda
los poderes terrestres. Cajamarca y Millaray se mezclaron con los danzarines
llevando el ritmo todo el tiempo hasta que pasó mas de una hora, cuando
empezaron a cansarse por tanto movimiento.
Entonces
increíblemente escucharon una voz llegada de las nubes que decía “Los jóvenes recién
llegados a éste pueblo, también son hijos mios como lo sois todos vosotros,
Muzos poderosos. Yo soy Are, el gran dios de las esmeraldas y de las piedras preciosas
y ellos, pueblo mio, merecen su respeto y su completa atención. Deben ayudarles
en todo lo que necesiten. Es una orden que les doy.
Pero
antes de regresar al cielo, debo decirles que para encontrar al joven Zarva,
deben ir al rio Minero, meterse en el y llamar Zarva hasta que se canse de
oírlos. Entonces aparecerá de repente y así podrán hablarle y pedirle la flor
prodigiosa que andan buscando ahora. Gracias por haberme invocado, poderoso pueblo
Muzo, no me olviden y hagan permanentes plegarias por mi”.
Y
la voz se perdió.
No hay comentarios:
Publicar un comentario