Pero lo que ahora deben hacer es viajar al
pueblo de los Muzos, los que comercian con sal y que poseen los mas grandes yacimientos
de esmeraldas del mundo, siendo el pueblo mas rico de la tierra. Deben conocer
ese sitio y sus habitantes. Es la orden que ahora deben obedecer. A ellos les preguntarán
por el joven Zarva que les dirá donde pueden encontrar la flor prodigiosa capaz
de dar la juventud, quitar los dolores y las enfermedades para siempre, y dar
la inmortalidad a aquellos que la buscan.
No
había terminado de decirles lo que debían hacer, cuando miró al otro lado de la
laguna diciendo en un ronco grito “Nube púrpura venga inmediatamente para que
me lleve de vuelta a mi pueblo. Tengo que irme ya”. Entonces de entre las
espesas nubes que estaban encima de una colina cercana, se separó una
redondeada nube de color púrpura que vino navegando despacio por encima de la
maleza y del lago, bajando al lado de Idacansás que dijo “Hasta luego
jovencitos. Tendrán que luchar mucho para que puedan encontrar la montaña
brillante. Allá llegan únicamente los atrevidos que quieren lo mejor del
universo”.
Y
metiéndose en la nube se elevó en el espacio blanco, yéndose suave sobre la
tierra y el agua hasta perderse a lo lejos entre las curvas de las montañas y
entre las nubes espesas que finalmente lo taparon.
Cajamarca
y Millaray se miraron preguntándose que iban a hacer ahora que volvían a estar
solos, y sin dudar la joven puso las manos en su boca como bocina y apuntando la
voz a la colina donde estaba el cóndor, gritó “Cóndor de los Andes, cóndor de
los Andes venga que tenemos que viajar a la tierra de los Muzos en éste mismo instante.
El
ave no hizo sino extender las alas dando un impulso fuerte dejándose deslizar
por encima de la pendiente, llegando en un momento junto a los jóvenes que le
dijeron casi a una sola voz “Tenemos que irnos ya, cóndor. Debemos ir al pueblo
de los Muzos inmediatamente”. Entonces el buitre dijo “Como ordenen, amigos” bajando
el ala para que los muchachos se agarraran de ahí y subieran a su espinazo. Cuando
se dio cuenta que estaban acomodados, corrió una corta extensión por la orilla
de la laguna cogiendo impulso, elevándose luego en el aire frio y entre la
neblina que había en esa hora.
Así
se fueron volando al occidente, pasando entre gruesas nubes de colores pesados en
todo el trayecto. Los huesos se les penetraban por el frio, de modo que se
metieron entre las plumas quedándose dormidos en poco tiempo. El cóndor
aprovechó la frescura para impulsarse como pocas veces lo hacía, hasta llegar a
las famosas montañas de esmeralda de los Muzos, codiciadas por todos los
pueblos que tenían conocimiento de ellas.
Centenares
de indígenas caminaban en esas montañas vigilándolas para que nadie las robara.
Otros estaban sentados mirando la lejanía mientras muchos escarbaban las rocas con
palos o coas que eran herramientas de madera fabricadas especialmente para eso,
llenando bolsos de piel de ovejo con las esmeraldas que encontraban allí como piedras
sobrantes en los caminos.
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