Cajamarca
saltó de un brinco al suelo reseco.
Se
acomodó la ruana y las flechas en la espalda, se terció en el hombro el joto,
mientras Millaray cargaba al Tunjo envuelto en dos ruanas, llevando también en
el hombro al pájaro de mil colores que iba y venía en actividad de alas.
Salieron.
Ahí
la gente, toda, toda, agachó la cabeza, porque no se atrevían a mirar de frente
a aquellos seres divinos.
El anciano jefe se acercó escoltado por cinco
guerreros bien armados con flechas, cerbatanas y lanzas listas para usarlas en cualquier momento.
Le
dijeron a los jóvenes “Vamos a acompañarlos al rio Minero para que lleguen
facil. No sabemos como encontrarán al joven Zarva pero sí estamos al corriente que
nuestro dios Are los guiará para que sus deseos se cumplan sin
problemas”.
Y caminaron entre las chozas, desde las que los nativos los miraba muy
callados, poniéndole las manos en la boca a los niños llorones para que no
interrumpieran ese momento, hasta llegar al borde de la planicie donde
empezaron a bajar entre barrizales hondos, barrancos mojados, blandos y muy erosionados,
debajo de árboles milenarios, musgosos, y entre piedras gigantescas que les tapaban el paso.
La
muchedumbre se había quedado en el poblado, y los ocho caminantes anduvieron por
los sendereos alrededor de hora y media hasta que vieron abajo, un rio que en
ese momento estaba crecido y furioso, por las lluvias recientes “Es en ese rio
en el que deben meterse para llamar a zarva. Nosotros los acompañamos hasta
aquí porque tenemos prohibido pisar las tierras que siguen. Algunos
guerreros los cuidarán desde lejos, mientras vigilan la montaña.
Hasta
luego divinos hijos de Are” se despidió el anciano mirándolos rápidamente, y
sin añadir mas, voltearon en la dirección de donde habían venido,regresando a
su pueblo y dejando a Cajamarca y a Millaray enrutados al rio a donde
siguieron, saltando entre los barrancos, por encima de troncos y piedras, llegando
en poco tiempo a sus orillas que estaban arenosas, y resbalosas.
Tanto
era el afán que tenía Millaray de encontrar a Zarva, que sin pensarlo, se metió
en un sitio tranquilo del rio gritando “Zarva, Zarva. Nos han dicho que
hablemos con usted. Venga para que nos entregue la flor prodigiosa
que ahora nosotros debemos tener. Venga, venga ya. Se lo ordenamos por el poder
de Are que nos ha enviado”
Pero nadie respondía.
Entonces
Cajamarca también entró en el rio, llamando a zarva como lo hacía Millaray y
aunque pasó largo rato aturdido entre sus propios gritos, nadie llegó. A las
dos horas estaban cansados y algo
desilusionados por su esfuerzo perdido, pero de pronto sintieron un
desvanecimiento que les oscurecía la mirada, les secaba la boca y les
convulsionaba la respiración. Los músculos de sus piernas, de sus brazos y de
todo su cuerpo se les debilitaron. Pensaron que se ahogarían, y consiguiendo fuerzas,
llegaron a la orilla, logrando finalmente tirarse en la arena, donde quedaron relativamente
seguros.
Les
pasó entonces algo raro.
Comprendieron
en su alucinado estado, que una fuerza extraña los llevaba al pasado, al comienzo de
los tiempos, en los que iniciaron un viaje a velocidades incomprensibles
perdiendo el control sobre ellos mismos.
No
podían hablar, y ni siquiera abrir los ojos, vivían una sensación entre confusa
y gozosa que los mantenía paralizados. Iban como chispas de luz entre diminutos
asteriodes. Estaban seguros que iban
metidos en el tiempo. Veían seres extraños de espantosas formas, navegando sin
rumbo, queriendo pegarse a las estrellas.
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