martes, 4 de febrero de 2014

EL PAIS DE LA NIEVE Y LA MONTAÑA BRILLANTE 16 (La desconocida y fantástica historia de los pueblos indígenas de Columbus)



Entonces el zipa Meiquechuca se bajó del trono, ungiendo él mismo su cuerpo con un aceite vegetal extraido de plantas sagradas. Luego caminó hasta un lecho cubierto con una gruesa capa de polvos de oro donde se acostó revolcándose varias veces quedando su cuerpo totalmente cubierto de oro. Al levantarse parecía una viva estatua de oro refulgiendo a la luz del sol.
Mientras el Zipa hacía eso, el pueblo se volteaba de espaldas a la laguna para no verlo, porque era grave pecado que los ojos humanos se posaran sobre la figura del dorado monarca.
Ahí el príncipe se acercó a las aguas, subiéndose a la balsa de donde se había bajado el cacique Guatavita hacía un momento, y donde los sacerdotes y los brujos habían puesto anillos, pulseras, pectorales, tobilleras, coronas y hasta flechas de oro además de esmeraldas y otras piedras preciosas desconocidas, para que con todo ello rindiera culto a la diosa de la laguna, Chie, su nueva protectora.
Remó lento y suave hasta el centro de la laguna donde se quedó quieto un momento, estableciendo comunicación con los poderes superiores, empezando luego a arrojar una a una las ofrendas de oro y las piedras preciosas envueltas en plegarias dichas en susurros, para que cayeran bendecidas al fondo de las aguas.
Mientras tanto las gentes que estaban en las riberas con las espaldas vueltas a la laguna, arrojaban también hácia atrás sus ofrendas de oro y las piedras preciosas entre sus cánticos y oraciones con el fin de que la diosa les escuchara sus pedidos sin tener la osadía de mostrar sus caras que mantenían en alto mirando al espacio que en éste momento estaba sereno.
Cuando los ricos objetos fueron arrojados totalmente al lago, el Zipa saltó elástico desde la balsa, sumergiéndose en las aguas, dejando en la superficie de las ondas el polvo de oro que le cubría el cuerpo.
Nadaba semejante a los grandes peces y así, después de un momento de nado poderoso, volvió a la balsa acomodándose con las piernas en loto y remando hasta la ribera donde se bajó, dichoso y poseído por una fuerza extraña,  quedando en el lago una mancha amarilla que hacía brillar las ondas como si fueran de oro fundido.
Entretanto las hogueras ardían crepitantes mandando al cielo las llamas retorcidas que iban a perderse misteriosas en el viento entre chispas de colores; el humo perfumado como nube de incienso tapaba la luz del sol, y los ecos multiplicados de la naturaleza, muy confusos resonaban encima del agua, en los valles cercanos, en el espacio y en las colinas.
El estruendo de los cánticos sagrados, de los cuernos, de los tambores, de los gritos implorantes y de las flautas era inolvidable. Todos llevarían en su mente y en su corazón, la gloria de esos sacrificios que los ponían en armonía con las estrellas y con el universo total.
         Terminada la ceremonia, el rey y los vasallos se entregaron a la alegría, a la bebida fermentada de maíz. La chicha que corría a torrentes entre el pueblo que gritaba bailando, saltando y riéndose escandalosos.  Despues de dos o tres días de jolgorio alrededor del agua y entre las fogatas que no dejaban apagar para que no les faltara la luz, la comida caliente y el calor, el rey fue conducido por los súbditos a su fortaleza de gruesos troncos, cónico techo de paja fina y esteras de colores donde descansaría sin molestias.
No era el regreso tan ordenado y solemne como había sido la marcha a la laguna. La gente iba borracha y sin muchas fuerzas buscando el pueblo con ganas de echarse a dormir y a descansar muchas horas.
Hay que decir que bajo las aguas de la laguna yacen todavía los tesoros que allí fueron arrojados en esos tiempos por tribus enteras. Sin embargo parece que Xué, el dios del sol, y Bochica velan sobre ellos para que nadie los profane.

No hay comentarios:

Publicar un comentario