martes, 28 de enero de 2014

EL PAIS DE LA NIEVE Y LA MONTAÑA BRILLANTE 15 (La desconocida y fantástica historia de los pueblos indígenas de columbus)



La gente también se tendió en tierra después de elevar los brazos al cielo y después de gritar plegarias dando la bienvenida al pájaro planetario.
Así mantuvieron un tiempo hasta que el cacique Guatavita dijo a la  gente cercana “Ahora entiendo que tenemos permiso de los dioses para el ritual a la diosa Chie” y mirando a todo lado descubrió al cóndor un poco lejos, sobre una colina boscosa, donde estaba algo escondido por altos y gruesos árboles.
El pueblo también se puso de pie haciendo venias y oraciones en dirección a la colina donde estaba el cóndor. Le pedían permiso para comenzar el ritual.
Ya reunidos en las orillas, el cacique Guatavita se montó de un salto en una balsa larga y ancha muy resistente, fabricada con largos troncos y asegurada con juncos de reconocido aguante.  Navegó solo, remando poderoso hasta el centro de la laguna donde se arrojó decidido, hundiéndose varios metros en el líquido, saliendo luego rápidamente  entre las burbujas y los sonidos de cristales rotos, subiéndose otra vez a la balsa donde frotó su cuerpo con oro en polvo que llevaba en una olla de barro, hasta quedar completamente brillante, como una estatua viviente de oro.
Estando así de reluciente con los rayos del sol reflejándole, se ponía semejante a un dios acabado de llegar del polvo de las estrellas. Se alistó para lanzarse otra vez a lo profundo del líquido, ofreciendo de antemano a la diosa Chie el oro que llevaba pegado en su cuerpo. “Perdóname esposa mia por todo lo que pasó, estabas cansada conmigo por mis borracheras y me fuiste infiel por eso. Sé que soy el culpable de tus actos.
Ahora que estás en el fondo de la laguna te rindo tributo con las riquezas de la tribus que las dejan en tus aguas para que a tu vez las des a los dioses que te acompañan donde estás. No nos olvides Chie. No nos abandones” decía Guatavita mirando las suaves ondas estrellarse en las orillas, donde morían por el golpe con la tierra.
De nuevo se arrojó al agua demorándose mucho en el fondo, pretendiendo ver a la diosa, que era invisible para el. Entonces salió otra vez junto a la balsa a donde se subió de un salto, para hundir su mano en otra olla de barro llena de esmeraldas, diamantes y otras piedras preciosas que iba lanzando al agua una a una, entre oraciones y plegarias para que su pueblo fuera bendecido por los dioses.
Al terminar remó fuerte a la orilla, donde se bajó de otro salto dándole paso al zipa, al gran rey que también haría su ofrenda.
Millaray y Cajamarca se habían confundido en la multitud mirando la fiesta. “Así como ha hecho el cacique, también haremos nosotros para que Chie nos bendiga y nos vaya bien en la búsqueda de la montaña brillante” dijo Millaray al oído de Cajamarca para que nadie los oyera. “Si, eso mismo haremos, pero pongamos cuidado a ver que mas hacen y así imitarlos bien”.
 En las hogueras echaban plantas resinosas de aromas penetrantes que flotaban en el aire. Era como una nube de incienso de fuerte fragancia, entre el resonar de cuernos y flautas como trompetas, y entre cánticos sagrados de los sacerdotes, de las mujeres y del pueblo entero.
Entonces el zipa Meiquechuca se bajó del trono, ungiendo él mismo su cuerpo con un aceite vegetal extraido de plantas sagradas. Luego caminó hasta un lecho cubierto con una gruesa capa de polvos de oro donde se acostó revolcándose varias veces quedando su cuerpo totalmente cubierto de oro. Al levantarse parecía una viva estatua de oro refulgiendo a la luz del sol.

Mientras el Zipa hacía eso, el pueblo se volteaba de espaldas a la laguna para no verlo, porque era grave pecado que los ojos humanos se posaran sobre la figura del dorado monarca.




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