Mientras
Guatavita cogía a su mujer, el otro guerrero se abalanzó sobre el indio infiel,
clavándole el cuchillo de piedra en el pecho y en el cuello.
Salían
potentes chorros de sangre que saltaban como fuentes enfurecidas entre la
maleza, la mujer y el Zipa.
Un
alarido estremecedor enmudeció de pronto la selva.
Guatavita
saltó al lado del moribundo amante hundiendo la mano en el pecho de su enemigo
arrancándole el corazón de un solo tirón, como si quisiera arrancarle la vida
para siempre, rompiéndole todas las posibilidades de reconciliación con el
universo.
Con
el corazón palpitante en su mano, se lo hizo comer a su mujer, mordisco a
mordisco “cómetelo mala mujer, cómetelo maldita o te mato también” y ella muda,
horrorizada, obedecía la orden de su marido sin chistar, untándose la cara y
todo su cuerpo con la sangre del corazón de su amante siendo mirada y odiada
por miles de indios reunidos entre los árboles, las piedras, las rocas y la
maleza, sin atreverse a hablar. Rodearon a la mujer, al Zipa y al cacique
temerosos por lo que sucedía.
Después
de eso, la cacica aterrada porque la tribu la señalaba acusándola y aborreciéndola,
y viéndose algo libre entre las chozas de su pueblo, se fue corriendo sin saber a donde iba. Llevaba en brazos a su
hija hasta llegar a la orilla de la laguna de Guatavita donde decidida, se
arrojó a sus aguas queriendo morirse
ahogada allí.
El
cacique habíendose dado cuenta de eso, dijo “Yo no quiero que ella se muera, ni
que se muera mi hija. Estoy arrepentido de haberle dado a comer el corazón del
guerrero” y llamando al brujo mayor de la tribu, le ordenó “Use sus poderes
gran brujo y tráigame inmediatamente a mi mujer y a mi hija”.
El
brujo corrió a la laguna porque algunos le dijeron que la habían visto ir allá,
arrojándose a las aguas, pero no la encontró porque ya estaba en el fondo. Entonces
hizo sacrificios, adoraciones y promesas a los dioses para que se la
devolvieran, pero no consiguió rescatarla.
“Fue imposible sacarla de las aguas. Los dioses no quisieron ayudarme.
Seguramente quieren que ella y su hija permanezcan ahí para siempre” le dijo el brujo al cacique Guatavita que
estuvo triste y mudo mucho tiempo sin permitir que nadie le hablara.
Con
el pasar del tiempo la Cacica, que había hecho pacto con los dioses entre las
piedras y rocas del fondo de la laguna, se convirtió mágicamente en la diosa
tutelar del lago.
Prontamente
los Muiscas se dieron cuenta de eso porque ahora veían que la laguna brillaba
de noche con colores extraños y bellos que iban a estrellarse en las colinas y
en las nubes, además el mago Idacansás les había explicado el pacto que la cacica
había hecho. Ella les prometió cuidar de su pueblo y protegerlo en todo tiempo
y situación.
Así
fue como los Muiscas, su cacique Guatavita y los sacerdotes o Chuques empezaron
a rendir tributo a la nueva diosa, visitándola continuamente y ofreciéndole
sacrificios para que los protegiera del mal y les aumentara las riquezas.
Ella
como diosa tutelar, salía de tiempo en tiempo en forma de serpiente a la
superficie para recordarle a la gente la necesidad de plegarias para renovarles
su fe y para exigirles sacrificios y votos de toda especie “Deben adorarme
porque los poderosos dioses del universo me han convertido en diosa del agua,
para servirles a ustedes. Mi nombre es Chie y desde mi laguna cuido de los
hombres y de toda la gente de las tribus”.
Entonces
se hizo costumbre celebrar ofrendas en la laguna.
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