Millaray
ya estaba despierta y cuando vio que Bachué se movía debajo de las cobijas, le dijo
“Buenos días diosa Bachué. Saldré a llamar al cóndor para que venga rápido.
“Hazlo princesa” respondió la diosa levantándose ágil, acompañando a Millaray
al corredor de piedra.
“Condor
de los Andes, Cóndor de los andes, venga yaaaa” gritó la joven repitiendo el
llamado otras dos veces, viendo en poco tiempo al ave llegar en un bajo vuelo
al lado del rancho gritando “Gggggrrrr, gggggrrrrrr” en un saludo alegre,
porque Iguaque y Cajamarca habían salido también a mirarlo.
Iguaque
lo tocaba asombrado “Es un pájaro de las estrellas. Como me gustaría tener un cóndor
como éste. Sería la envidia de todos”. “Es un ave del cielo e hijo de los
dioses” añadió Bachué tocándolo también “Volar en él, es maravilloso” añadió la
diosa recordando el viaje que había tenido desde el Líbano hasta su casa.
Cajamarca
ya estaba listo con su joto en el que había guardado las esmeraldas, el oro en
polvo y los diamantes regalados por Bachué y por Iguaque y que debían ofrecer a
la diosa del agua, Chie, en la laguna de Guatavita. Ya había acomodado al Tunjo
que se reía sin saber por qué, envuelto en la ruana, enredado en sus traviesos
pensamientos. Tenía también su lanza
lista, y las flechas, acomodadas en la espalda.
Millaray
estuvo arreglada en un momento despidiéndose
de sus amigos “Gracias diosa Bachué por su compañía y gracias joven Iguaque por
sus atenciones”.
Subieron entonces a las
espaldas del cóndor donde se acomodaron, sintiendo que el buitre ya estaba
preparado para empezar el viaje, que no sería muy largo “Cóndor, vamos a la
laguna de Guatavita, al rico imperio del Zipa”. “Como ordene princesa”
respondió el buitre saltando y elevándose en el aire frio y entre la neblina
que todavía no se había ido.
Se
alejaron, perdiéndose prontamente entre las bajas nubes, mientras Bachué y su
hijo Iguaque entraban al bohío, porque todavía querían dormir otro rato.
Realmente
la laguna de Guatavita no estaba lejos. En menos de una hora estuvieron encima
de ella, sobre el agua fría algo oculta, por lo que estaba cubierta de neblina.
Dieron vueltas por los alrededores, viendo como llegaba una multitud contenta
entre gritos y sibidos, detrás de varios indios que llevaban en hombros un
trono de madera recubierto de oro y con muchas incrustaciones de piedras
preciosas. Cargaban a un hombre vestido casi todo de oro y también con muchas
piedras preciosas en la corona que llevaba, en su cetro del poder, lo mismo que
en su pectoral, en sus pulseras, en sus tobilleras….y al que nadie se atrevía a
mirar de frente porque si lo hacían se les sometía a crueles torturas y a la
muerte. Era el zipa Meiquechuca. El mismo que había sorprendido, junto con el
cacique Guatavita, a la mujer de éste, amándose con un guerrero en el tronco de un árbol en el
bosque. “La tiene recostada en el tallo y no la suelta. Ese hombre parece un león
y le hace lo que quiere” le dijo Meiquechuca a Guatavita mirando excitado la
escena a través de la maleza “Es muy bella su mujer. Tiene un cuerpo de diosa y
se deja hacer todo sin chistar” añadió Meiquechuca espiando con gran interés el
adulterio.
La
mujer gemía entre voluptuosos movimientos, y el guerrero le tapaba la boca para
que sus gritos no fueran oídos en la selva. “Ese maldito guerrero se morirá hoy
mismo” anunció Gatavita terriblemente enfurecido, queriendo ir a sorprenderlos en
el acto, pero Meiquechuca le dijo sereno “Espere cacique. Ellos tienen que
pasar por aquí y se darán cuenta que todo lo hemos visto. Después podrá hacer
lo que quiera”. Entonces Guatavita dijo “Espéreme un momento Zipa Meiquechuca,
voy a traer otro guerrero para que mate al amante de mi mujer” y sin hacer
ruido voló como una flecha entre la selva, trayendo en poco tiempo a otro
guerrero que estaba armado con una cerbatana de dardos envenenados, flechas, un
lazo de maguey y un cuchillo de piedra muy filoso. El cacique miraba estremecido
de celos, la entrega de su mujer, sus juegos adorables con el otro, hasta que
por fin terminaron agotados y sudorosos, sentándose un rato en la maleza
totalmente tranquilos.
Después
de veinte minutos se levantaron caminando despacio, hasta cruzar por donde
estaban el Zipa Meiquechuca, el cacique Guatavita y el otro guerrero que
obedecía las ordenes de su cacique.
Mientras
Guatavita cogía a su mujer, el otro guerrero se abalanzó sobre el indio infiel,
clavándole el cuchillo de piedra en el pecho y en el cuello.
Salían potentes
chorros de sangre que saltaban como fuentes enfurecidas entre la maleza, la
mujer y el Zipa.
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