viernes, 27 de diciembre de 2013

EL PAIS DE LA NIEVE Y LA MONTAÑA BRILLANTE 8 (La desconocida y fantástica historia de los pueblos indígenas de Columbus



Entonces dos de esos sacerdotes, avergonzados porque no podían cumplir los deseos de los hijos del sol, y porque pensaron que los dioses los castigarían por eso, se agacharon en un rincón junto a una columna poniendo de punta sus cuchillos en sus pechos, sobre los que se clavaron, muriendo prontamente entre estertores y gemidos agonizantes, mientras los otros  sacerdotes huían como demonios, poseídos por un pánico increíble, y la muchedumbre se dispersaba enloquecida al darse cuenta de lo que había pasado.  Corrían por los caminos y los bosques huyendo entre lamentos y lloros imparables. “están preguntando donde queda la montaña brillante y eso nadie puede decirlo porque nos llega la muerte” decían los indígenas corriendo espantados entre los árboles, sobre los palos y las piedras de algunos caminos.
Cuando los aborígenes se fueron perdiendo entre las montañas, el gran Goranchacha, el antiguo y verdadero hijo del sol, bajó cerca del cóndor, montado en uno de los rayos de su padre. Cayó en una alta roca en la base de una colina diciendo sin siquiera saludar  “Preguntar donde está la montaña brillante es un sacrilegio que puede ser castigado por los dioses. Pero como yo se, princesa Millaray, que el universo la ha escogido para que usted sea la diosa de los dioses, podré decirle que primero debe visitar los pueblos de Columbus para que los conozca, los ayude en lo que pueda, los quiera y les aprenda la sabiduría que tienen. Finalmente encontrará el camino que la llevará a la montaña brillante, después de mucho viajar y de mucho bregar por todas partes. Solo vine a decirle eso y desearle, que tenga mucha fuerza y persistencia en lo que hace. Es necesario que así sea”.
Entonces el gran Goranchacha sin decir mas, se montó de un salto en otro rayo de sol de color larillo rojizo, yéndose a velocidades increíbles junto a su padre Xué que lo estaba esperando para que le ayudara a fabricar mas rayos.
En ese momento la diosa Bachué dijo acomodándose en las espaldas del cóndor. “Quiero irme a mi casa. Deseo encontrarme con mi hijo-esposo Iguaque que se ha quedado solo atendiendo las tribus, que deben estar desordenadas y necesita mi ayuda”. “Ya quiere dejarnos?” le preguntó Cajamarca que hacía poco se había acercado y ahora arreglaba al tunjo para que fuera cómodo en el viaje. Hacía un momento le había recogido otra cagada de oro que guardó sin problemas en su famoso joto que nunca dejaba. En poco tiempo serían con Millaray, las personas mas ricas de Columbus con las deposiciones de oro del Tunjo, que a veces eran constantes y muy abundantes.
Millaray también estaba lista. En un momento se acomodó en las espaldas del buitre metiéndose entre las plumas,  y viendo que podían arrancar sin dificultades, dijo “Vámonos Cóndor inmediatamente” y el ave sacudiendo las alas con mucho brio, se fue elevando hasta navegar por encima de los árboles en dirección a la laguna de Iguaque, donde la diosa Bachué vivía.
“Cóndor, usted sabe donde queda exáctamente la laguna de Iguaqué? Le preguntó Bachué. “Si, venerada diosa. Yo se donde queda y estoy volando hacia alla, al territorio de las federaciones del Zaque”. “Gracias buitre” respondió Bachue, metiéndose entre las plumas buscando calor.
Entonces Millaray y Cajamarca se acomodaron también entre las plumas porque el viento era penetrante. Así se fueron en un vuelo manso a la famosa laguna, cerca a la que vivía el hijo-marido de la diosa Bachué.
No se demoraron en llegar.
El cóndor bajó a tierra entre la neblina persistente y penetrante de aquellas montañas. Se desmontaron cobijándose ruanas gruesas que los protegían del frio, echando a caminar contra un viento crudo que por momentos quería arrastrarlos y hasta tumbarlos. Despues de caminar unos cuatrocientos metros por mesetas bajas de escasa vegetación, vieron una choza grande que los Muiscas les habían construido hacía años, con resistentes postes de madera y paredes gruesas de bahareque con pequeñas ventanas para que no les entrara el frió.
Ahí encontraron a Iguaque, recostado en una estera. 

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