Entonces
el buitre planeó varias veces sobre la muchedumbre, bajando despacioso a un
lado del templo donde la gente le abrió espacio aplaudiendo, gritando y
acercándose entre apretones y empujones porque querían ser los primeros en tocar
al pájaro de las estrellas y a los hijos del Sol.
Los
sacerdotes oyendo semejante algarabía, salieron del templo caminando hacia
atrás, para no cometer el sacrilegio de darle la espalda al sol de oro del
templo. Se acercaron a la multitud a ver que era lo que pasaba en los
alrededores, y al ver al inmenso pájaro casi
tapando la entrada, se echaron en tierra al instante, adorando la visita porque
comprendieron que había llegado el pájaro de las estrellas a saludarlos a causa
del sacrificio recientemente hecho. Era el pájaro de fuego, no había duda, y lo
mejor de todo era que ahí venían los verdaderos hijos del sol. “Que alegría.
Eso solo nos pasa a nosotros. Estamos en contacto directo con los dioses y
debemos adorarlos como nunca lo hemos hecho” murmuraban entre ellos, todavía
echados en tierra y sin atreverse a levantar la vista.
Entonces
Cajamarca y Millaray saltaron al suelo, acercándose a los sacerdotes que ahora
retrocedían miedosos al verse tan cerca de aquellos divinos seres llegados del espacio.
“Bendecidos por el sol serán ustedes ahora y siempre, venerables sacerdotes,
por los sacrificios que continuamente hacen en su nombre. Xué está felíz porque
ustedes lo quieren y lo respetan. Porque adoran su poder, su luz y su calor. A
eso hemos venido, a traerles el mensaje de agradecimiento de nuestro padre que
nunca los olvida.
“Entren,
entren al templo celestiales seres, para que lo bendigan con su presencia” dijo
uno de los sacerdotes a Millaray y a Cajamarca. Y como Bachué, que se había
quedado encima del cóndor les hizo señas de que entraran, los jóvenes caminaron
al interior donde se inclinaron frente a la piedra ensangrentada y frente al
inmenso sol de oro, que brillaba intenso con la luz de las antorchas y de las
fogatas.
Cajamarca
y Millaray caminaron poco allí, porque el espacio no era muy grande. “Tambien hemos
venido a preguntarles algo” dijo de pronto Millaray acercándose a los Jeques.
“Pregunte lo que quiera, divina criatura” respondió uno de ellos acercándose a
la piedra de los sacrificios. “Donde queda la montaña brillante?”. Interrogó la
muchacha mirando las caras ensangrentadas de los sacerdotes.
“No,
no. No pueden hacernos esa pregunta y mucho menos podemos responderla”. dijo el
sacerdote con la cara congestionada y enrojecida, como si un horrible secreto
le impidiera hablar sobre eso. “Es algo que pocos hombres, y algunos dioses
escogidos, saben. El mortal que sepa donde está, se arriesgue a ir allá y
encuentre a la niña Luz de Sol con el diamante del poder, se convertirá en jefe
de los dioses con poderes increibles en el cielo y en la tierra. Por eso no nos está permitido revelarlo.
Cualquier cosa que nos pidan se la daremos, pero eso no podemos decirlo.
Preferimos morir, divinos hijos del Sol, antes que responder esa pregunta”.
Entonces
dos de esos sacerdotes, avergonzados porque no podían cumplir los deseos de los
hijos del sol, y porque pensaron que los dioses los castigarían por eso, se
agacharon en un rincón junto a una columna poniendo de punta sus cuchillos en
sus pechos, sobre los que se clavaron, muriendo prontamente entre estertores y
gemidos agonizantes, mientras los otros sacerdotes huían como demonios, poseídos por
un pánico increíble, y la muchedumbre se dispersaba enloquecida al darse cuenta
de lo que había pasado. Corrían por los
caminos y los bosques huyendo entre lamentos y lloros imparables. “están
preguntando donde queda la montaña brillante y eso nadie puede decirlo porque
nos llega la muerte” decían los indígenas corriendo espantados entre los
árboles, sobre los palos y las piedras de algunos caminos.
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