El
cóndor bajó a tierra entre la neblina persistente y penetrante de aquellas
montañas. Se desmontaron cobijándose ruanas gruesas que los protegían del frio,
echando a caminar contra un viento crudo que por momentos quería arrastrarlos y
hasta tumbarlos. Despues de caminar unos cuatrocientos metros por mesetas bajas
de escasa vegetación, vieron una choza grande que los Muiscas les habían
construido hacía años, con resistentes postes de madera y paredes gruesas de
bahareque con pequeñas ventanas para que no les entrara el frió.
Ahí
encontraron a Iguaque, recostado en una estera. Era moreno, no muy alto, de
fuerte musculatura, pelo negro largo, ojos oscuros y bonita sonrisa con un
diente remontado. Tenía un guayuco de fibra de lana de ovejo que las mujeres de
las tribus le fabricaban constantemente lo mismo que las ruanas que usaba. Una
de ellas la tenía puesta, porque el frio allí era penetrante.
En
éste momento descansaba del duro trabajo con las tribus.
Les
enseñaba a diario los métodos de sembrado y las semillas que podían usar. Los
instruía en la fundición del oro y en el pulimiento de las esmeraldas que
conseguían fácilmente en las minas cercanas. Les enseñaba a hilar, a tejer y
fabricar vestidos con fibras vegetales y con la lana de los ovejos que criaban
por centenas. Además los instruía también en la fabricación de tambores,
flautas, caracolas y otros instrumentos como las maracas y los cuernos. Les
había enseñado a fabricar cerbatanas envenenadas para que se defendieran de los
enemigos y para que cazaran animales del monte cuando no tuvieran carne en sus
viviendas.
Cerca
a ese sitio, hace mucho tiempo, cuando todavía los Muiscas no existían, la
diosa Bachué recién salida de la laguna de Iguaque con su hijo en brazos,
levantó una choza en menos de tres días, donde empezó a vivir y a planear que
hacer para crear la raza humana, porque no podían quedarse solos en esas
tierras tan extensas y tan ricas . . . y como el único hombre que había en el planeta,
era su hijo Iguaque, dejó que creciera fuerte y libre como era su naturaleza, y
cuando el joven empezó a sentir los impulsos del sexo, tuvo continuas relaciones
con su madre. Ella cada dos meses daba vida a tres, cuatro y hasta cinco bebés
que crecían extremadamente rápido, como si hubiera una magia en eso.
En
poco tiempo construyeron mas chozas para guardar tanto niño que pedía comida llorando
sin parar. Trabajaban dia y noche atendiendo a los hijos, que serían el futuro de
la raza muisca.
Prontamente
éstos se hacían jóvenes y fuertes, aliviando el trabajo de su madre Bachué que
por ratos se sentía agotada, y de su padre-hermano Iguaque que no paraba en sus
actividades creativas del mundo y de los hombres.
De
ese modo fue que Bachué creó al pueblo Muisca en medio del frío y la neblina en
aquellos días tan largos.
Finalmente,
cuando ella y su hijo se fueron poniendo viejos, cosa que pasó unos mil
seicientos años después, llamaron a los hijos para que fueran a verlos. Muchos hasta
ahora irían a conocerlos, otros a saludarlos, pero todos quizás a despedirlos.
Esos
pueblos se habían multiplicado como las arenas de los ríos y en cierto modo se
había perdido la memoria de su origen.
Bachué
e Iguaque subieron entonces a una alta montaña y los llamaron con sonidos de cuernos,
con señales de humo y repicar de tambores que no pararon de oírse en siete dias.
El
pueblo fue llegando en caravanas desde lejanas tierras, encaramándose en las
montañas cercanas a la laguna, porque eran miles y miles los que habían.
La
diosa Bachué estaba felíz viendo sus tribus defendiéndose con la vida. Al verse
rodeada de semejante muchedumbre que la
llamaba insistente para que no se fuera, lanzó un hondo grito golpeando con su
eco las nubes, el sol y las estrellas, diciendo “Nosotros nos vamos ya. Pueblo
Muisca trabajen y sean fuertes”. Y no dijo mas.
Solo
volteó a mirar a la multitud callada, cogiendo de la mano a su hijo-esposo
Iguaque con el que se lanzó de un salto largo al agua que se llenó de burbujas
de colores. Allí, en menos de un minuto se transformaron en culebras de mas de
cinco metros que llenaron de luz muy luminosa el agua. Entonces Bajaron veloces
hasta el fondo quedándose allá, por siempre entre las piedras, en medio de la
vegetación acuática y en los rincones mas apartados.
De
vez en cuando y sin que nadie se de cuenta, Bachué sale de la laguna transformada
en pájaro o en oveja a mirar su pueblo. Camina por muchos lugares sin ser
reconocida y vuelve al agua en la que los Muiscas aprendieron a hacer
sacrificios bañándose frotados en polvo de oro. Lanzan olladas de piedras
preciosas que Iguaque espera en el fondo y que guarda en un cofre de oro que
nadie puede ver porque mágicamente el lo hace invisible.
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