Mucho humo salía de las cocinas mientras la
gente en los caseríos subía la vista para mirar al cóndor, pájaro al que nunca
habían visto y que les parecía del cielo, por su corpulencia y por la velocidad
y fuerza con que volaba. Muchos se agachaban adorándolo porque les parecía un sacrilegio
seguirlo con los ojos, mientras otros levantaban los brazos diciendo oraciones
para que sus deseos fueran cumplidos.
El
vuelo fue sin problemas hasta el valle de Iraca donde sintieron el frío muy
congelante de esa región. “Hemos llegado a Sogamuxi” gritó el buitre,
sacudiéndose fuerte para sacar del sueño a sus viajeros que iban adormilados.
“qué?” respondió Cajamarca casi sin darse cuenta de lo que decía. Vió que
estaban en la tierra de los Muiscas, a donde su amiga Chia, y los otros dioses
les habían aconsejado ir, porque seguro allí alguien les diría donde estaba la
montaña brillante, que andaban buscando desde hacía meses.
Vieron
miles de indígenas caminando afanados por las trochas de los valles y de las
montañas, buscando el templo donde se haría un sacrificio a los dioses.
Ese
templo era una construcción circular mas o menos grande donde oficiaban los
sacerdotes y los jeques. Ahí cumplían ritos por las noches y en los fines de
semana, hacían ceremonias a los dioses invocándolos para que los protegiera de
todo mal y para que les cumplieran sus pedidos.
El
Templo tenia cuatro largos corredores formados por columnas de gruesa y fina
madera grabada con dibujos religiosos y otros dibujos que expresaban sus
relaciones con los dioses y con el universo. Había un largo corredor al
oriente, otro al ocidente, el de mas allá al norte y el último al sur, por los
que entraban los sacerdotes y jeques del pueblo arrodillándose frente a los altares
de piedra construidos ahí.
Era el templo del sol, alrededor del que debía
estar todo el pueblo por orden del cacique, para una ceremonia que empezarían a
celebrar hoy y que terminaría al otro día, ya tarde.
Las
tribus venían semanalmente a hacerle
sacrificios al dios Xué, el rey del sol.
Le
traían esmeraldas y oro, que el cacique Suamox recogía en un cofre gigante de
barro igual a otros que tenía repletos de oro y piedras preciosas en su choza
en la que ya casi no cabían mas riquezas y en la que no podía entrar nadie a excepción
de niñas adolescentes a las que coronaba convirtiéndolas en sus mujeres en largos
ratos de iniciación . . . y placer.
Desde
ahí, suamox dirigía a sus pueblos.
Con
su corte de veloces mensajeros hacía cumplir sus órdenes, a la vez que entrenaba
a sus tropas en los campos cercanos. Mantenia duras batallas con la federacion
del zipa, un Muisca que vivía en en Bacatá, y con la federación del zaque, un
rey Muisca también, que ejercía su poder en Hunza. Tenían sangrientas batallas
con las tribus del Tundama, También de la misma nación Muisca, pero curiosamente,
cuando eran atacados por otros enemigos como los Panches o las tribu Pijao, que eran cercanos a ellos, se unían,
cuidando y manteniendo la unidad del imperio Muisca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario