jueves, 14 de noviembre de 2013

LARVA LA MUCHACHA CON ALAS DE MARIPOSA



   Es el magnate de la montaña, el dueño del poder en la jungla. Anda descalzo y nada lo hiere porque su piel es resistente como la de un rinoceronte. Viaja colgado de los  bejucos a altas velocidades; semeja un jaguar trepando por troncos y elevadas rocas. Es un semibárbaro de tres metros de altura y pecho peludo quemado de sol, curtido de viento y lluvia. Cubre su cuerpo con pieles de osos con los que ha peleado cuerpo a cuerpo y vencido en limpia batalla. A veces usa pieles de jirafas o elefantes capturados con trampas inteligentemente elaboradas.
Lava su barba y largo cabello con  jabones y espumas aromáticas traídas de finas tiendas Europeas. En  oportunidades  usa perfumes importados de París, Tokio o Hong Kong. Le gustan mucho por sus efluvios hipnotizantes y por sus delicadas fragancias que le recuerdan viejos tiempos. Tiene muchas de ellas en su caverna.
“ De donde vienen ?” les preguntó con mala cara a dos jovencitos que encontró caminando cerca de su cueva. “De la ciudad del humo, al otro lado de la montaña” contestaron  nerviosos. “ Y para donde creen que van?”. “ A la cumbre”, dijeron los niños cogiéndose de las manos. “Pero usted quién es?”. “No tienen porqué hacerme esa pregunta, es faltarme al respeto. Soy el dueño de la montaña, el hombre mas poderoso de éste país y para que puedan estar aquí tienen que obedecer lo que les diga. Les ordeno que me sigan sin chistar. Si pretenden huir o burlarse de mi, le ordenaré a los cangrejos gigantes que los devoren. Tengo un estanque al lado de mi caverna y están hambrientos porque hace siete días que no comen, de modo que compórtense bien o si no, acabarán triturados por sus enormes tenazas”. Los jovencitos se intimidaron, las piernas les temblaron y la voz se les fue, pero entendieron que en ese caso debían obedecer. No había otro remedio.
 El hombre caminò afanado entre la maleza y los árboles apartando ramas y bejucos con brusquedad en la penumbra de las tres de la tarde. Se metía en la maraña con potente fuerza. Saltaba en las rocas bajando semejante a las cabras salvajes; sus pasos largos y ruidosos obligaban a los niños a correr. No se daban cuenta de las heridas que se les abrìan en los brazos, en las piernas ni de las lastimaduras hechas por los árboles o las piedras del camino, sin embargo le rogaron que parara un momento para descansar. El hombre no les hizo caso. Los miró malgeniado diciéndoles: “Bajen por aquí, muévanse, ya vamos a llegar”.

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