Esa luz iluminaba la
caverna. “Y ésta piedra tan rara que es?”.
“Es el diamante mas grande del mundo. No lo toquen” dijo el hombre con
mal genio. “Y cómo lo consiguió?”. “A ustedes no debe importarles eso, son
cosas mías”. “Nosotros queremos saber como lo tuvo. Es muy bello y dan ganas de
conocer su historia”. “De verdad quieren saber como llegó ese diamante aquí?.
“Si” contestaron.
El magnate se puso en
cuclillas pasando la mano por el diamante. Le sopló el polvo viejo que se le
había pegado. Lo miraba pasmado . . . y sentándose en la
arena se abrazó las rodillas y con los ojos fijos en las rocas del frente dijo:
“Pertenecía al mago Mohán jefe del fuego y de las magias del país de los Pijaos.
Un jueves a las diez de
la noche estando en ese país, y cuando caminaba por el volcán nevado del ruìz
que había estallado hacía siete semanas matando a mucha gente, vio una
extensión iluminada maravillosamente.
Asombrado por esa luz
en campo abierto, caminó despacio y muy curioso mirando todo detenidamente. Se
quedó quieto observándola y como sintió un pálpito raro que lo jalaba a buscar
algo que allí había, se prometió ir a su castillo no muy lejano, hacer algunas
diligencias en varios pueblos y volver sin demora a ver que era. Sentía que la
iluminación salía de alguna piedra muy valiosa refundida en lo hondo de la lava
y de los magmas.
No llamó a nadie para
que le ayudaran porque pensó que se despertarían malas pasiones en la gente si encontraban algo valioso. Por eso al día siguiente
madrugó a las cuatro de la mañana, cuando todavía estaba oscuro. Su ansiedad no
lo dejó dormir y aprovechó el insomnio para correr a la falda del volcán y
empezar la tarea de descubrimiento.
Enlazò su caballo rojo con
las riendas que mantenía listas en un corredor detrás de su castillo, poniéndoselas
afanado, y montándose de un salto se fue enloquecido por las praderas, las
montañas y los valles que todavía estaban en la penumbra de la mañana que aún
no comenzaba. El caballo corría y corría con toda su fuerza y su velocidad. Echaba
espumarajos por la boca que tenía sedienta, y chispas azules por los ojos, a
causa de la luminosidad tan baja por los caminos que atravesaba. Su respiración
era fogosa como fuelles en la plenitud de su trabajo, el corazón y los pulmones
parecían reventársele por el esfuerzo de la carrera hasta que finalmente
llegaron sin problemas al lugar en que estaba la luz..
Ya abajo del volcán
todavía humeante, amarrò el caballo a un árbol grueso que milagrosamente había
quedado en pie, y acercándose al rayo de luz, comenzó a botar afanado,
centenares de piedras que rodaban ruidosas por la falda del monte hasta bien
abajo, por los abismos que habían quedado”, decía el magnate a los niños, mirando
el diamante.
“Encontrar el objeto era difícil entre
semejante pedrerìo pero Mohán no descansó, al contrario, se quitó la corona de oro que siempre llevaba,
lo mismo que sus pulseras, su nariguera y el pectoral. Se había deshecho de su
largo y colorido vestido y de los collares fabricados por artesanos de la
Chamba, dejàndolos cerca al Líbano en una de las casas de su amiga Madremonte
que le era muy fiel, y poniéndose un guayuco de piel de toro que le daba
libertad en los movimientos, se propuso terminar la tarea solo cuando hubiera
encontrado eso que lo entusiasmaba tan íntimamente.
Fabricó una tienda de pieles
de animales salvajes donde descansaría cuando se sintiera agotado. Extendió una
piel de puma en el suelo y tomándose una totumada de chicha que siempre llevaba
en un calabazo gigante, se aplicó al trabajo por horas, olvidándose de todo,
hasta de comer. Sin embargo cazaba pájaros que al volar, mataba certeramente con
sus flechas. Sin perder ni un segundo les quitaba las plumas ansioso,
comiéndoselos casi de un solo bocado.
Por fin en treinta días
de duro y constante trabajo, notó que la iluminación del monte era mas intensa
porque la piedra que buscaba ya estaba cerca y sin darse descanso siguió en su
faena realmente como un poseido. El poco tiempo que dormía, lo acompañaba el
sudor y una tensión exagerada, que también lo tenían agotado”.
Cox se levantó
respirando duro.
Caminó agachándose en la piedra, mirando las velocidades asombrosas de
los átomos. “Finalmente en un domingo de frio y mucha neblina”, dijo a los
niños que lo escuchaban con gran atención “Mohán levantó una piedra de cuarenta
kilos que arrojó por la falda del monte dejando libre en el fondo, la increíble
luz”.
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