Cuando
descendieron del buitre, los pájaros se fueron a sus nidos, quedando solos y
sin saber que hacer. Miraban a todas partes sin notar nada anormal. Solo
escuchaban los gritos de los animales y los otros ruidos del bosque “No veo a
nadie con quien hablar” dijo Cajamarca mirando a todo sitio. “Deberíamos
invocar a Mohán y a Madremonte para que vengan y nos digan que debemos hacer o
a que sitio tenemos que ir” propuso Millaray sabiendo que estaba en la tierra de los magos
y las hadas, y que raramente no veía a ninguno.
De
pronto se animaron porque escucharon una voz ronca y lenta saliendo del bosque.
“Tranquilos. Hay que saber esperar. Siempre hay que saber esperar” dijo un
enorme árbol viejo y musgoso que caminaba despacio en sus raíces embarradas y
tronchadas, queriendo llegar a donde estaban los jóvenes. Agitaba las ramas saludándolos
alegre porque los había reconocido, llenando con su voz el silencio que había
entre ellos. “El Hojarasquín del monte. Es el Hojarasquín del monte” gritó
Millaray corriendo entre la maleza para recibir a su amigo tan lento y tan
querido. Cajamarca también se vino corriendo y cuando llegaron al lado del árbol
protector de las montañas, le agarraron las ramas sin ningún cuidado, saludándolo
felices “Es una alegría volver a verlo Hojarasquín. Ni siquiera imaginábamos
que usted saldría a recibirnos” le decía Millaray sin parar de sonreir. “Es un
descanso haberlo encontrado. Nos sentíamos nerviosos sin ver a nadie y sin
saber que hacer en ésta tierra” le dijo Cajamarca tocándole suavemente una
rama. “Soy yo estimados jóvenes, quien se alegra de verlos. Llegué aquí hace
tres días y los esperaba ansioso porque sabía que no faltarían a la cita”
respondió el Hojarasquín mirándolos con sus ojos viejos, casi perdidos entre el
musgo y el ramaje. “Esta noche es el eclipse de luna, de modo que debemos estar
tranquilos y esperar a ver que pasa” terminó diciendo. “Eso es. Así se habla”
gritó el Tunjo saliendo repentinamente de la ruana, asustando a todos y
elevándose nueve metros para mirarle la cara al Hojarasquín. “Hola mi amigo. Es
un gusto volver a verlo y volver a saludarlo” le dijo el Tunjo metiéndose inquieto
entre las ramas altas. “Yo sabía que usted sería el primero en aparecer pero no
había dicho nada para no adelantarme a las cosas” le dijo el Tunjo al
Hojarasquín acomodándose en una horqueta que traquió de vieja “Ya lo se,
estimado Tunjo. Conozco su prudencia desde hace mucho tiempo. Quédese aquí
arriba un rato y me acompaña. Pronto pasara el dia y comenzará el eclipse. Así
llegarán todos y sabremos muchas cosas ocultas de los visitantes” decía el
Hojarasquín agachándose para estar mas de cerca de los jóvenes que se habían
tirado de espaldas en el pasto para relajar los músculos y descansar.
Pronto
se quedaron dormidos, cobijados por sus ruanas. Eso duró una media hora.
Después se levantaron caminando por los alrededores “Vea Cajamarca esas casas
tan lindas que hay en los árboles. Quien vivirá ahí?”. “Quien sabe. Yo no sé”
respondió el joven caminando y mirando los altos árboles que por ratos el
viento doblaba. En cada uno había una casa pequeña, hechas sus paredes de
madera, y con techos de hojas de palma. Estaban iluminadas por una luz
desconocida, no quemante, y las puertas estaban cerradas. Eran de colores y
posiblemente no cabía sino una persona. “Hay que esperar el eclipse, quizás ahí
encontremos las respuestas” dijo Cajamarca enviando su lanza al espacio con
enorme fuerza para fortalecer los musculos y agilizar su cuerpo. Corrío a
alcanzarla lanzándola otra vez, mientras Millaray iba al lado de el, porque
también quería sudar y tener su cuerpo liviano.
La
noche fue llegando entre sonidos de chicharras, croar de sapos y luces de
luciérnagas.
La luna
salió entre las montañas elevándose despaciosa, iluminando nubes amarillas y
azules que ponían mágica la noche. Poco después empezó una carrera acelerada,
trastornando el tiempo que caía en pedazos encima de los árboles partiéndoles
sus ramas o derribándolos completamente entre sordos sonidos. Los animales
corrían gritando, chillando, aullando, percibiendo aterrorizados que algo raro
pasaba en el ambiente que no podían comprender. Era que la luna tenía ganas de
ser eclipsada, de ser cobijada y poseída entre las sombras, por los astros que
no hacían sino perseguirla queriendo ser sus amantes. Su respiración era
ansiosa, anhelante. Sus ojos estaban dilatados y brillantes, sus labios eran de
un color rojo intenso y parecía que fueran a sangrar. Su cuerpo lo atravesaban
corrientes eléctricas desconocidas que le daban espasmos placenteros y nuevas
fuerzas y valor.
De
pronto el astro se fue oscureciendo hasta quedar completamente opaco pero con
una silueta brillante iluminando su alrededor. En ese instante las casas de los
árboles de los alrededores donde estaban Millaray, Cajamarca, El Hojarasquín,
el Tunjo y el cóndor de los Andes, se iluminaron con luces de colores
apareciendo en sus puertas seres con coronas, con varas del poder, con
vestimentas nunca vistas. De las manos de algunos, salían rayos de luces que
caían cerca a Millaray y a Cajamarca. Eran decenas de seres en sortilegio cumpliendo
una cita.
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