Así fue
como se quedaron solos los magos Huenuman y Mohán, el hada Madremonte, la
princesa Millaray, y el cacique cajamarca, siendo mirados por los Putimaes que
se habían quedado algo tristes en el silencio del pueblo.
“Nosotros
también nos iremos porque debemos prepararnos para la reunión del Líbano. Los
invitamos a que estén con nosotros allá. No pueden faltar” les dijo Huenuman a
Cajamarca y a Millaray cogiendo su vara del poder que había dejado abandonada
encima de una piedra grande. “Claro, allá estaremos sin falta porque según nos
dijo El Hojarasquín del monte, en esa reunión se nos dirá como encontrar a la
niña Luz de sol, que desde hace tiempos andamos buscando” respondió Millaray abrazando a su compañero.
“No hay problema. Esa invitación la cumpliremos porque fácilmente nos iremos en
el cóndor. Ya el eclipse se acerca, de modo que viajaremos después de que
hayamos arrreglado las cosas de la tribu, para que marche bien aunque yo no esté”
dijo el joven cacique mirando las chozas agrietadas y algo húmedas por la
neblina que pocas veces se iba.
Huenuman
miraba la gran fogata crepitante que había mandado hacer a algunas mujeres de
la tribu y que necesitaba urgente para un rito a los dioses protectores, y para
hacer un viaje insólito que pocos comprenderían. Sus llamas se estiraban altas
y voraces como lenguas inexplicables, amarillas, rojizas y azules al cielo,
mientras las chispas se elevaban semejantes a microscópicas estrellas perdiéndose
extrañamente en el espacio penumbroso. De pronto dijo “Adios” a todos,
mirándolos con los ojos muy brillantes y la expresión de su frente en calma.
Caminó despacio hasta la fogata reluciente y devoradora, que ahora estaba
rodeada por la tribu muy aglomerada, con los ojos muy abiertos y su atención
concentrada.
Se arrimó
a la enorme fogata sin preocuparse de que se fuera a quemar, y con mucha calma
se metió entre la candela como si entrara a un charco, o como si se metiera
desprevenido a una choza. Ahí se estuvo aldedor de dos minutos con los ojos
cerrados, dejando que la candela lo cubriera completamente, lamiéndolo mansa y
noble, mientras la tribu se empujaba saltando en silencio, parándose en los
troncos, en piedras, o en las puntas de los pies para ver el raro prodigio del
mago que finalmente levantó los brazos despidiéndose del pueblo “Hasta luego
Putimaes. Ustedes han sido la gente mas buena que he conocido en mucho tiempo.
Los dioses los protejan siempre” dijo agachando la cabeza mientras las llamas
le envolvían las piernas, el pecho, el cuello y la cabeza, desapareciendo
finalmente a la vista de todos, que quedaron boquiabiertos incapaces de decir
palabra y retirándose despaciosos a sus chozas donde estuvieron largamente
pensativos, hasta que Mohán y Madremonte dijeron en voz alta “Adios tribu
Putimae. Gracias por sus atenciones. Tenemos que irnos nosotros también, pero
otro dia volveremos”. La tribu, que volvió a reponerse de la impresión que les había dejado el mago Huenuman, dijo en gritos saliendo de donde estaban “Adios Madremonte,
adiós Mohán. No dejen de visitarnos y de ayudarnos, no se olviden de nosotros”.
Entonces Sacerdote y hada se despidieron de Millaray y de Cajamarca diciéndoles “Los esperamos en el Líbano. No falten” y caminaron hata la mitad de una
callecita entre las chozas cogiéndose de las manos. Mohán y Madremonte inclinaron
sus cabezas diciendo plegarias desconocidas, desapareciendo repentinamente en
el aire, en medio del pueblo asombrado que quedó perplejo por las cosas tan
increíbles que estaban sucedíendo ese dia allí.
Esa
noche se acostaron muy temprano y en silencio, echándose las cobijas desde la
cabeza hasta los pies.
La
noche llegó sin estrellas y sin luna, pero con muchas nubes negras y un frio penetrante.
Ya al
amanecer, las mujeres madrugaron a cocinar, a cuidar los niños llorosos, a
darles de comer a los maridos y a los animales. Los hombres irían a trabajar en
los sembrados, en las minas. Muchos iban a pescar y a cazar, mientras los demás
fabricaban vasijas de barro, instrumentos musicales y ropa tejida con lana de
ovejo para el pueblo que aguantaba el frio de aquella región. Los niños
empezaron sus juegos en medio del humo de las cocinas, de las mulas, de las
ovejas, las gallinas y los marranos que iban y venían entre la gente, esperando
las sobras de comida que eran muchas.
Cajamarca
madrugó también porque estaba afanado por la charla que tendríar con el taita
Amuillan. Le iba a decir que administrara las tierras, las riquezas y el pueblo
mientras el no estuviera. Que mejor dicho, fuera el cacique de los Putimaes.
Cajamarca seguiría acompañando a Millaray en la búsqueda de la niña Luz de Sol
que era lo principal para la princesa en éste tiempo, porque si lograban
encontrarla, Millaray se convertiría en diosa de los dioses al tener en su mano
el diamante del poder.
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