Cacique
Ibagué. Ustéd ya conoce las tierras donde vivirán, de modo que no se demore en
entregar el cacicazgo de aquí, al cacique Cajamarca, y viaje inmediatamente a
las tierras señaladas.
Esto era
lo que teníamos que decirles. Aquí se quedarán solamente los Putimaes, tribu
gobernada por el cacique Cajamarca y por su esposa Millaray, que es la reina. La nación Pijao se irá extendiendo cada dia, porque los dioses quieren que
eso pase, para hacer grande ésta nación mientras los años van llegando. Por eso nos ayudan”.
Entonces
la tribu empezó la algarabía sin prestar atención a nada mas.
El mago
Huenuman viendo que ya nadie lo escuchaba, se bajó del tronco diciéndole a
Ibagué “Es bueno, cacique Ibagué que empiecen a bajar a las tierras templadas,
que no quedan muy lejos de aquí. La meseta en la que vivirán está en el centro
de Columbus y se convertirá en cruce de caminos de muchas tribus aventureras y
comerciantes. Al llegar allá deberán hacer un rito agradeciéndole a los dioses
por haberles concedido esas tierras. Además los Panches que quieran vivir en
las extensiones cercanas al Líbano, pueden hacerlo, pero antes usted, cacique
Ibagué, nombrará servidores que le sean fieles para que sean caciques menores
allá y le informen seguido como les va en esas regiones” terminó diciendo
Huenuman que observaba como muchos Panches alistaban las mulas cargándolas con
los corotos que llevarían y con los bultos de oro y piedras preciosas aumentadas por el trabajo paciente hecho en los ríos y en las minas. “gracias
mago Huenuman y gracias a usted, Mohán y a usted, bella Madremonte. Este regalo
lo llevaremos en la memoria por siempre. Quedará inscrito en la historia para
que las generaciones venideras no olviden sus nombres ni las cosas buenas que
hacen con la gente que no tiene donde vivir” dijo Ibagué con el tono de su voz alto para que muchos lo escucharan. Cogió a Yexalen de los hombros acercándose al joven Cajamarca y a Millaray. “Noble cacique Cajamarca. Hoy tengo que irme, como ha oído decir al
sabio Huenuman. Por eso le hago entrega de sus propiedades y de su pueblo que
se ha multiplicado mucho en éste tiempo. Ustéd volverá a ser el cacique
respetado de los Putimaes, y Millaray será su compañera el
tiempo que los dioses dispongan”.
Cajamarca
estaba callado escuchando a su suegro.
Desde
ayer el pueblo lo había visto pensativo porque cavilaba como hacer para
gobernar a su gente a la vez que acompañaría a Millaray a encontrar a la niña
Luz de sol, que era la única preocupación de la princesa. “Ahorita solo me
ocuparé en ayudar a la gente que se va. Ya tendré tiempo para arreglar las
otras cosas” pensó, mirando la actividad de los Panches, el correr de los
niños. Escuchaba los gritos de los hombres y de las mujeres ordenando las cosas
para llevar, a la vez que se despedían de los Putimaes. Ellos les ayudaban a
sacar los corotos de las chozas y a cargarlos en los animales entre risas y
promesas.
En
menos de una hora fueron muchos los que empezaron a bajar por los caminos,
arriando las mulas y gritando “Arrrrrreeeeeeeee mulaaaaaasss” y ayudando a las
mujeres con los niños “venga llevo a ese mocoso”. En dos horas todos se habían
ido. Unos para la extensa meseta, abajo de las propiedades de Cajamarca, en una
región templada, y otros para el norte, a las tierras de los alrededores del
Líbano y cerca a los nevados. Ya Ibagué había nombrado servidores fieles que se
instalarían con su gente en regiones estratégicas.
Al medio
dia, Ibagué y Yexalen se acercaron a donde estaba Cajamarca diciéndole “Ahora si
nos vamos, joven cacique. Tenemos que apurar el paso del caballo y de las mulas
para que no nos coja la noche en el camino”. “Los dioses son los que mandan y
tenemos que obedecerles. Ustéd será poderoso teniendo tantas tierras y viendo
como su pueblo se va extendiendo. Estaremos visitándonos para ayudarnos en las
cosas que necesitemos” le contestó el joven con voz cortada. “Adios joven Cajamarca. Gracias por su ayuda en este tiempo” le dijo Yexalen dándole un beso en la frente, teniendo en su
mano la rienda de la mula que la llevaría entre barrizales, malezas, ríos y
bosques. “Hasta luego Yexalen. Iré a visitarlos porque Millaray querrá ver a su
padre muy seguido, lo mismo que a usted que es su mejor amiga”.
Millaray,
Mohán, Madremonte y Huenuman aparecieron lejos porque habían estado visitando
el altar de la piedra de los sacrificios, donde hicieron súplicas a los dioses
para que les fuera bien a los Panches en su nueva vida y propiedades. No se
demoraron en llegar a donde estaba Ibagué, despidiéndose de Cajamarca y del taita
Amuillán. “estábamos haciéndole una ofrenda a los dioses para que les vaya bien
en todo” dijo Madremonte. “Gracias gran sacerdotisa por sus buenos deseos. Ya
tenemos que irnos porque si no, nos agarra la noche en el camino y eso no es bueno” dijo Ibagué adelantándose besando a Madremonte. Se despidió
también de Mohán y de Huenuman que dijo “No hay problema. Cuando quiera y
cuando nos necesite, invóquenos y estaremos a su lado en el momento que nos
diga. Váyanse tranquilos y disfruten del regalo que la diosa Dulima les ha
dado. “Siempre la bendeciremos” respondió Yexalen mientras terminaban de
decirse otras cosas y de hacerse promesas, hasta que se subieron a sus monturas
echando a andar debajo de un sol con neblina.
Así fue
como se quedaron solos los magos Huenuman y Mohán, el hada Madremonte, la
princesa Millaray, y el cacique cajamarca, siendo mirados por los Putimaes que
se habían quedado algo tristes en el silencio del pueblo.
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