lunes, 14 de octubre de 2013

EL PAIS DE LA NIEVE 111 (La desconocida y fantástica historia del pueblo Pijao)





Cacique Ibagué. Ustéd ya conoce las tierras donde vivirán, de modo que no se demore en entregar el cacicazgo de aquí, al cacique Cajamarca, y viaje inmediatamente a las tierras señaladas.
Esto era lo que teníamos que decirles. Aquí se quedarán solamente los Putimaes, tribu gobernada por el cacique Cajamarca y por su esposa Millaray, que es la reina. La nación Pijao se irá extendiendo cada dia, porque los dioses quieren que eso pase, para hacer grande ésta nación mientras los años van llegando. Por eso nos ayudan”.
Entonces la tribu empezó la algarabía sin prestar atención a nada mas.
El mago Huenuman viendo que ya nadie lo escuchaba, se bajó del tronco diciéndole a Ibagué “Es bueno, cacique Ibagué que empiecen a bajar a las tierras templadas, que no quedan muy lejos de aquí. La meseta en la que vivirán está en el centro de Columbus y se convertirá en cruce de caminos de muchas tribus aventureras y comerciantes. Al llegar allá deberán hacer un rito agradeciéndole a los dioses por haberles concedido esas tierras. Además los Panches que quieran vivir en las extensiones cercanas al Líbano, pueden hacerlo, pero antes usted, cacique Ibagué, nombrará servidores que le sean fieles para que sean caciques menores allá y le informen seguido como les va en esas regiones” terminó diciendo Huenuman que observaba como muchos Panches alistaban las mulas cargándolas con los corotos que llevarían y con los bultos de oro y piedras preciosas aumentadas por el trabajo paciente hecho en los ríos y en las minas. “gracias mago Huenuman y gracias a usted, Mohán y a usted, bella Madremonte. Este regalo lo llevaremos en la memoria por siempre. Quedará inscrito en la historia para que las generaciones venideras no olviden sus nombres ni las cosas buenas que hacen con la gente que no tiene donde vivir” dijo Ibagué con el tono de su voz alto para que muchos lo escucharan. Cogió a Yexalen de los hombros acercándose al joven Cajamarca y a Millaray. “Noble cacique Cajamarca. Hoy tengo que irme, como ha oído decir al sabio Huenuman. Por eso le hago entrega de sus propiedades y de su pueblo que se ha multiplicado mucho en éste tiempo. Ustéd volverá a ser el cacique respetado de los Putimaes, y Millaray será su compañera el tiempo que los dioses dispongan”.
Cajamarca estaba callado escuchando a su suegro.
Desde ayer el pueblo lo había visto pensativo porque cavilaba como hacer para gobernar a su gente a la vez que acompañaría a Millaray a encontrar a la niña Luz de sol, que era la única preocupación de la princesa. “Ahorita solo me ocuparé en ayudar a la gente que se va. Ya tendré tiempo para arreglar las otras cosas” pensó, mirando la actividad de los Panches, el correr de los niños. Escuchaba los gritos de los hombres y de las mujeres ordenando las cosas para llevar, a la vez que se despedían de los Putimaes. Ellos les ayudaban a sacar los corotos de las chozas y a cargarlos en los animales entre risas y promesas.
En menos de una hora fueron muchos los que empezaron a bajar por los caminos, arriando las mulas y gritando “Arrrrrreeeeeeeee mulaaaaaasss” y ayudando a las mujeres con los niños “venga llevo a ese mocoso”. En dos horas todos se habían ido. Unos para la extensa meseta, abajo de las propiedades de Cajamarca, en una región templada, y otros para el norte, a las tierras de los alrededores del Líbano y cerca a los nevados. Ya Ibagué había nombrado servidores fieles que se instalarían con su gente en regiones estratégicas.
Al medio dia, Ibagué y Yexalen se acercaron a donde estaba Cajamarca diciéndole “Ahora si nos vamos, joven cacique. Tenemos que apurar el paso del caballo y de las mulas para que no nos coja la noche en el camino”. “Los dioses son los que mandan y tenemos que obedecerles. Ustéd será poderoso teniendo tantas tierras y viendo como su pueblo se va extendiendo. Estaremos visitándonos para ayudarnos en las cosas que necesitemos” le contestó el joven con voz cortada.  “Adios joven Cajamarca. Gracias por su ayuda en este tiempo” le dijo Yexalen dándole un beso en la frente, teniendo en su mano la rienda de la mula que la llevaría entre barrizales, malezas, ríos y bosques. “Hasta luego Yexalen. Iré a visitarlos porque Millaray querrá ver a su padre muy seguido, lo mismo que a usted que es su mejor amiga”.
Millaray, Mohán, Madremonte y Huenuman aparecieron lejos porque habían estado visitando el altar de la piedra de los sacrificios, donde hicieron súplicas a los dioses para que les fuera bien a los Panches en su nueva vida y propiedades. No se demoraron en llegar a donde estaba Ibagué, despidiéndose de Cajamarca y del taita Amuillán. “estábamos haciéndole una ofrenda a los dioses para que les vaya bien en todo” dijo Madremonte. “Gracias gran sacerdotisa por sus buenos deseos. Ya tenemos que irnos porque  si no, nos agarra la noche en el camino y eso no es bueno” dijo Ibagué adelantándose besando a Madremonte. Se despidió también de Mohán y de Huenuman que dijo “No hay problema. Cuando quiera y cuando nos necesite, invóquenos y estaremos a su lado en el momento que nos diga. Váyanse tranquilos y disfruten del regalo que la diosa Dulima les ha dado. “Siempre la bendeciremos” respondió Yexalen mientras terminaban de decirse otras cosas y de hacerse promesas, hasta que se subieron a sus monturas echando a andar debajo de un sol con neblina.
Así fue como se quedaron solos los magos Huenuman y Mohán, el hada Madremonte, la princesa Millaray, y el cacique cajamarca, siendo mirados por los Putimaes que se habían quedado algo tristes en el silencio del pueblo.

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