“Hola
taita Amuillán, como está de fresco y conservado” le dijo Cajamarca abrazándolo
también. Luego miraron a otras partes, donde estaban las sacerdotisas y los
brujos, saludándose con gestos amables, entrando finalmente a la maloca
seguidos por la tribu que la princesa y su antiguo cacique habían saludado ya, alargando
la mirada en la multitud y levantando los brazos.
La
alegría de volver a su pueblo y una sorpresa que todos les tenían, se
confundieron en los jóvenes al ver que en la maloca, sentados en troncos
conservados de tiempo y humedad, estaban la diosa Madremonte, el sacerdote
Mohán y el mago Huenuman esperándolos.
“yo
sabía que vendrían pronto.” Dijo Mohán levantándose para saludarlos a la vez
que se arreglaba la larga y gruesa ruana de colores, elevando un poco el tabaco
para no incomodar a sus amigos con el humo. “El tunjo nos ha servido de contacto
en la distancia. Sabemos que el les ordenó que vinieran otra vez, porque algo
importante va a pasar aquí” terminó diciendo el hombre, besando en la frente a
la princesa y abrazando luego a Cajamarca que le dijo “estimado Mohán, cada vez
que lo vemos hay buenas noticias. Ustéd lleva los buenos augurios por donde
pasa. Lo mismo me alegra ver a su amiga Madremonte que está tan linda, y al
sabio Huenuman siempre rodeado de esa luz azul que no se le aparta. Gracias por
estar aquí” y se saludó con ellos en largos abrazos. “Diosa Madremonte, tengo
que decirle que la extraño mucho cuando estoy en apuros. En esos momentos
pienso que usted debería ayudarme y que debería estar siempre a mi lado” le
dijo Cajamarca retirándose dos pasos para verla mejor. “Cuando quiera, joven
cacique, llámeme. Haga una sola invocación a mi nombre y estaré a su lado sin
demora, sea donde sea”. “Gracias diosa. De ahora en adelante, cuando tenga una
dificultad de la que no pueda salir, pediré su ayuda” terminó diciendo
Cajamarca, y haciéndose a un lado saludó a Huenuman que tenía puestas dos
ruanas protegiéndolo de los vientos frios de aquellas montañas. No sonreía pero
sus ojos eran brillantes y alegres “Con solo verlo, gran mago Huenuman, se siente
uno protegido por su poder. Es quizás lo mejor que le puede pasar a uno…….Estar
aunque solo sea un momento a su lado ”.
Pero Huenuman
no decía nada. Escuchaba y miraba con ojos profundos. Tenía el
largo cabello amarrado con un fibra de cabuya verde. La cara pintada
con rayitas de colores y manchas bien puestas para ese momento.
Llevaba alpargatas de maguey, un poco
embarradas y en la mano tenía una vara no muy larga de oro, con un diamante luminoso
en la punta, y que era el símbolo de su poder.
El
Tunjo salió de la ruana que Millaray había dejado encima de algunas tablas,
para saludar a sus amigos elevándose en el aire, y cuando estuvo a tres metros encima
de ellos, dijo haciendo graciosas volteretas “Eso me gusta, hadas y magos. Nosotros
como jefes de las cosas en la naturaleza, debemos ser los primeros en cumplir
las citas. Me gusta volver a verlos porque son mis amigos desde centenares de
años”. Y sin decir mas, bajó a la mesa, metiéndose ligero en la ruana, mientras
Millaray se acercaba a Madremonte “Estás muy linda, diosa. Con razón Mohán no
se despega de ti. Gracias por haber venido y por hacer que nosotros también
viniéramos” dijo, mientras Madremonte la miraba curiosa “Mas bella estás tu,
princesa por tus esfuerzos, y porque el sol y el aire te vuelven atractiva y subyugante. Además con el futuro que te espera, debes
mantenerte joven y linda para que todo se complemente. Yo te ayudaré a que eso
pase. Le ordenaré al universo que ponga en ti la gracia que debe haber en
una mujer”. “Tanto? Gracias diosa. Es el mejor regalo que puedes darme. Siempre lo he querido” le dijo Millaray volteando la cabeza, acercándose al
mago Huenuman que en éste momento estaba mas resplandeciente. Su luz azul
irisaba poniendo magia en el ambiente “Este día es de los que no pueden
olvidarse, gran mago. Estar en su compañía es estar cerca de lo increible”
le dijo Millaray inclinando la cabeza que el mago cogió suave besando la frente
de ella “Venir a verte es un honor, princesa, porque con el tiempo serás
diosa de los dioses y quiero ser íntimo amigo tuyo antes de que eso
pase, para que nunca me olvides”.
Entonces
Yexalen y el cacique Ibagué invitaron a todos a sentarse en las bancas, en los
troncos, en las esteras, en las hamacas y en el suelo, porque las adolescentes
del pueblo y también los muchachos, iban a danzar, ofreciendo un buen recibimiento
a los visitantes. De modo que mientras los bailarines llegaban, estuvieron solos, mirados por la tribu apiñada y quieta por dentro y por
fuera, alrededor de la maloca. “Viva la princesa Millaray” gritó alguno, animado por la chicha que ya corría como agua. “Que viva,
que viva” gritaron. “Que viva Mohán, que viva Madremonte, que viva
Huenuman y el joven Cajamarca” gritó otro entre una enorme algarabía. “Que vivan, que vivan” y el ambiente se calentó hasta que una fila
de muchachas y muchachos desnudos, pintados, adornados con pulseras,
tobilleras, collares, diademas, aretes, narigueras, todo de oro y esmeraldas y llevando cada uno su antorcha y una vara larga
traída del monte, iniciaron la danza alrededor de seis fogatas.
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