“Durmamos un rato porque tenemos que ir a
Cajamarca” repitió el Tunjo. “Como ordene, bebé. Nosotros sabemos que usted conoce
lo que va a suceder y por eso hemos aprendido a obedecerle” respondió el
muchacho buscando una hamaca en la que se acostó rápidamente cerrando los ojos.
Millaray hizo lo mismo. El cacique Tibaima y el brujo buscaron sus hamacas
tendiéndose a dormir también, mientras la tribu hacía silencio para no
interrumpirles su descanso.
La
mayoría de hombres se fueron a trabajar la tierra en los sembrados, a pescar en
el rio y en una laguna cercana, a tejer cobijas, ruanas, hamacas, vestidos, a
esculpir la piedra rústica, a sacar oro y piedras preciosas de las minas y del
rio, o a fabricar instrumentos musicales mientras las mujeres también tejían y hacían
de comer en los grandes fogones de sus cocinas, y los niños corrían jugando entre
ellos, con piedritas, hojas, cortezas, mariposas, cucarrones, y también con los perros o las ovejas y los
cerdos que andaban por las cocinas y las chozas comiéndose las mejores cosas
que encontraban.
Seguramente
los viajeros estaban muy cansados porque se despertaron tarde, como a las dos,
cuando el sol alumbraba potente. “Tenemos que irnos, tenemos que irnos ya. Es
urgente” gritó el Tunjo sacando la cabeza de la ruana y abriendo mucho los ojos.
Entonces se despertaron, bajándose de
las hamacas, diciendo de una vez “Muchas gracias cacique Tibaima y muchas gracias
gran brujo por lo que han hecho por nosotros. El Tunjo, que todo lo sabe, dice
que debemos irnos a Cajamarca porque algo importante está pasando allá, y
tenemos que obedecerle. El nunca se equivoca” explicó el joven cogiendo una
mano del bebé que lo miraba con ojos afanados. “Si es así, respetamos su
decisión, hijos de los dioses. El pájaro de las estrellas, que nos tenía muy
afanados, se curará pronto con los remedios que se le han hecho, y el vuelo le
ayudará a sanarse”.
Entonces
salieron de la maloca caminando hasta donde estaba el cóndor, que al verlos se
puso de pie estrujando las alas. Se veía que los remedios del curandero le
habían servido prodigiosamente.
“Nos vamos cóndor. Volveremos a Cajamarca porque
el Tunjo dice que habrá algo importante allá” le explicó la princesa tocándole algunas
plumas cerca a las rodillas. “Si es así, ya estoy listo. Me siento bien con los
remedios que me hizo el brujo, de modo que súbanse y nos vamos”.
Cajamarca
y Millaray se acercaron al cacique y al brujo “Gracias cacique Tibaima por
habernos acompañado a donde teníamos que ir, y por habernos servido con tanto
esmero. Gracias a usted, gran brujo porque sus tabacos mágicos nos guiaron sin
error. Gracias también por los tabacos que nos ha regalado, los llevaremos como
un tesoro y los usaremos en los momentos peligrosos e importantes” le dijo
Millaray tocándole un brazo, mientras Cajamarca decía “Otro dia volveremos. No
olvidaremos su amistad”. “Que tengan buen viaje y que las estrellas los
acompañen y los guien. Gracias hijos de los dioses por habernos visitado”.
“Hasta luego cacique, hasta luego gran
brujo” dijo el cóndor bajando el ala de la que se agarraron la princesa y el
joven subiendo a las espaldas donde se acomodaron prontamente. El ave dijo
“Adiooooosss” a la gente que los miraba. Batió las alas con enorme fuerza elevándose
entre el humo de las cocinas, mientras Millaray y Cajamarca se despedían del
pueblo moviendo las manos y gritando “Adios Coyaimas, no los olvidaremos”. El
buitre se fue, dirigiéndose a Cajamarca donde encontraría clima fresco que le
ayudaría a curar bien sus heridas.
Fueron
dos horas de viaje por encima de enormes montañas que se elevaban como gigantes
al cielo. El aire se iba haciendo frio hasta que al rato vieron muy lejos, las
cumbres cubiertas de nieve y mas acá, un pueblo que saltaba y gritaba alegre al
ver que el cóndor regresaba con la princesa Millaray y con el cacique Cajamarca
en sus costillas.
En
poquito tiempo pisaron tierra entre la multitud que los esperaba.
Allí
estaban Ibagué, Yexalen, el taita Amuillan, los brujos y sacerdotisas que en un
momento se habían preparado, reuniéndose para recibirlos.
“Una gran
alegría nos acompaña viéndolos otra vez” dijo Ibagué acercándose a su hija
Millaray y a Cajamarca, que en ese momento se descolgaban por el ala del cóndor.
“Padre, tenía ganas de volver a verlo. Aunque no crea, me hace mucha falta” le
dijo Millaray abrazándolo y besándolo en la frente. “Linda princesa. Me siento
felíz de que hayas vuelto” le dijo Yexalen quitándosela a Ibagué que ahora
saludaba a Cajamarca “Mi gran cacique, gracias por ser el compañero de mi hija.
Si no fuera por ti, Millaray estaría sola y posiblemente muy triste. Se les
nota la fuerza y las luchas que han tenido”.
“Que es lo que traes ahí?” le preguntó la
reina Yexalen a Millaray levantando la ruana y viendo al Tunjo sonriéndole. “Es
el compañero que todo lo ve y todo lo sabe. Nos hará ricos en poco tiempo
porque sus cagadas son de oro” respondió Millaray buscando el joto donde había
guardado las defecaciones. “Mire Yexalen todo el oro que el Tunjo ha cagado en
éstos días. Y nos han dicho que es el oro mas fino que nadie logra encontrar en
ninguna otra parte”. “Verdad? Espere miro. Uyyyy, esto es increíble. Son piezas
de oro de mucha finura” contestó Yexalen levantando otra vez la ruana viendo al
bebé. “Donde encontraron a éste niño?” le preguntó a su amiga. “En un bosque en el
pueblo de los Combeimas. Nos rogó que lo recogiéramos y lo protegiéramos, y el
a cambio nos haría muy ricos” explicó Millaray poniendo sus manos encima de la
ruana. “Es increíble” contestó Yexalen buscando a Cajamarca para saludarlo. “Princesa
Millaray, no se acuerda de mi?” le dijo de pronto el taita Amuillán acercándosele,
mientras Cajamarca se saludaba con Yexalen. “Taita Amuillán. Eres otro padre
para mi. Estando tu en el pueblo, se vive la paz, la disciplina y el
conocimiento”. “Hola taita Amuillán, como está de fresco y conservado” le dijo
Cajamarca abrazándolo también. Luego miraron a otras partes, donde estaban las
sacerdotisas y los brujos, saludándose con gestos, entrando finalmente a la
maloca seguidos por la tribu que la princesa y su antiguo cacique habían
saludado alargando la mirada y levantando los brazos.
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