Los dioses han venido a visitarnos y si no
hacemos lo que nos dicen, recibiremos el castigo. Han sido enviados también por
el Hojarasquín del Monte con el que hablaron hace poco en otro pueblo”. “Así
es? Entonces vayamos en son de paz a ver que es lo que nos dicen” gritó el
cacique Tibaima volteándose a su tribu que ahora lo seguía callada porque en
menos de lo que se piensa, la charla se había extendido entre la muchedumbre y
todos sabían lo que pasaba.
Caminaron
levantando polvareda, llegando a donde estaba el cóndor con sus amigos. Cajamarca
y Millaray mientras tanto temblaban temerosos por la presencia de tanta gente
que formaba una gruesa pared humana para defenderse de los intrusos “Ustedes son hijos de los dioses?” preguntó
repentinamente Tibaima desde lejos, acercándose algo agresivo e inclinándose después
delante de los muchachos que inmediatamente comprendieron la actitud de la
tribu. “Si, lo somos. Además han visto al cóndor, venido de las estrellas, que está enfurecido con ustedes por querer
matarnos. Le ha perdonado la vida a varios indios con tal de que nos lleven a
donde está la llorona, que necesitamos con urgencia”. Al escuchar a Cajamarca,
el cacique Tibaima se enderezó diciendo “lo que ustedes ordenen lo haremos
inmediatamente, hijos de los dioses. Si quieren hablar con la Llorona vengan
con nosotros. Los llevaremos al rio Saldaña o al rio Magdalena donde
seguramente la encontraremos muy adolorida. Allá está esperando encontrar a sus
hijos que ahogó hace tiempos para que la dejaran tranquila con sus amantes,
y el remordimiento por eso no la deja en paz. Es hermosa pero eso de nada le
sirve porque su aflicción es mucha. Los dioses no le permiten morirse como ella
quisiera, y eso lo hacen para que pague el delito con su sufrimiento ” decía
Tibaima invitando a Millaray y a Cajamarca a que caminaran al caserío mientras
la tribu los rodeaba para conocerlos bien, porque ahora estaban convencidos que
habían llegado del sol o de la luna en el pájaro mágico que hacía un momento había
volado a un lado del pueblo para librarse de tantas miradas y tanto acose
inoportuno.
En diez
minutos estuvieron en el pueblo, donde muchas mujeres, ancianos y niños
salieron a recibirlos porque ya sabían quienes eran los jóvenes. Estaban sin chistar palabra. Los niños y las mujeres corrían de un
sitio a otro sin saber que hacer, mientras muchos miraban por las rendijas de las chozas y
entre las malezas, escondiéndose, no fuera que un castigo desconocido los
matara por atreverse a mirar de frente a los seres divinos recién llegados allí.
Un
hombre anciano de gruesas arrugas, con diadema de plumas de guacamaya en la
frente, con collares de pepas de colores en el cuello, con la cara y el pecho
muy pintados, salió de una choza caminando entre la gente que le abría paso
empujándose entre ellos. Llegó frente a los jóvenes mirando a Millaray a la que
le dijo “Acabo de ver en el humo de mi tabaco mágico, que usted jovencita, será
diosa de los dioses y que después de muchas aventuras tendrá el diamante del
poder que finalmente le dará la niña Luz de sol como premio por su persistencia.
Me inclino ante ustedes y doy gracias al cielo por su visita” terminó diciendo
el brujo de la tribu.
“Eso es, así se hace” dijo de repente una voz salida de
entre la ruana de Millaray. Era el Tunjo que sacó graciosamente la cabeza
mirando al pueblo “Aquí es el pueblo donde fabrican tabacos mágicos?” preguntó.
El pueblo al darse cuenta quien había hablado, se sorprendió. Ver a un bebé
hablando así, era realmente increíble. Entonces se convencieron que los
visitantes eran hijos de los dioses y que habían llegado de las estrellas. “Ese
bebé está hablando como un adulto”. “ Y su piel parece de oro”. “Los ojos son
de un hombre mayor”. “Tan raro . . .”. “Quieren que les regale tabacos
mágicos?” les preguntó el brujo levantando su mano en la que tenía uno y que
fumaba en grandes bocanadas botando un humo espeso que miraba con curiosidad y
mucha atención. El humo se quedaba suspendido, formando figuras que el brujo entendía
como respuestas a sus preguntas. “Vean, vean lo que el humo está mostrando. Los
veo viajando a muchas partes, buscando a la niña que tiene el diamante del
poder. Pero no será fácil encontrarla, primero tendrán muchas aventuras en todas partes de Columbus”.
“Todavía no la encontraremos?” preguntó Millaray mirando el humo del tabaco, donde vió figuras incomprensibles.
Cajamarca se acercó “Veo selvas, pájaros
raros y muchos monstruos. Eso que quiere decir?” le preguntó al brujo. “Estimado
joven, el humo le muestra lo que ustedes vivirán.” Y fumó mas, botando humo
espeso. “Uuyyyy si” dijo Millaray mirando fijamente. “Allá veo a una niña
diminuta montada en un pavo real. Parece estar en una selva, entre ríos y
lagunas. Muchos animales raros la rodean. Veo también tribus desconocidas . . .Gran brujo, debe darnos muchos tabacos mágicos,
así sabremos lo que nos pasará y lo que debemos hacer cada dia” dijo Millaray
entusiasmada. “Como ordene, princesa. Cuantos tabacos quiere llevar?”. “Deme
bastantes. Le pagaré con éstos pedazos de oro” y buscando en el joto que
Cajamarca había puesto en el suelo, encontró el oro que el Tunjo había cagado,
dándoselo al brujo que palpándolo dijo muy contento “Pero que oro tan fino.
Nunca había visto pedazos de oro como éstos. Solo en minas muy ricas, en minas
de príncipes puede conseguirse. Les daré los tabacos que quieran por éste oro
tan especial”. Entonces el Tunjo sacó la cabeza de la ruana mirando a Millaray,
picándole un ojo con picardía. La joven sonrió, acariciando la cabeza del bebé
que volvió a meterse entre la ruana, evitando el frio.
El
brujo entró a su choza, sacando mas de ciento cincuenta tabacos mágicos amarrados con delgadas
fibras de maguey, y que le entregó a Millaray en una larga inclinación. Ella
los miró atenta, guardándolos con cuidado en el joto para que no fueran a mojarse
ni a dañarse.
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