La tribu se quedó callada por la ausencia del
cóndor. Les había parecido un ave llegada de las estrellas y posiblemente del
sol, al que adoraban. No dejaban de mirar entre las nubes esperando que de
pronto regresara para que los llevara en sus espaldas o en sus garras a la
presencia de los dioses.
El ave
se fue en el aire caliente, semejante a una flecha lanzada con arco furioso. Como
ya era tarde y posiblemente tendrían que trasnochar en el pueblo de los
Coyaimas, Millaray y Cajamarca aprovecharon para dormir buen rato entre las
plumas porque presentían que por la noche debían estar despiertos para
encontrar a la Llorona, mujer fatal a la que no conocían y de la que pocas
veces habían oído hablar pero que debían invitar al Líbano para que estuviera
en la reunión de los magos, los duendes y las hadas. De modo que cuando se dieron cuenta, cóndor ya
había planeado tres veces sobre los alrededores de la tribu Coyaima, famosa por
su valor en los combates defendiendo sus tierras, sus mujeres y sus riquezas, y
por los tabacos mágicos que fabricaban a la luz de la luna creciente, montados
en canoas bendecidas por los brujos entre las aguas brillantes de los rios cercanos
y que muchas tribus lejanas de Columbus venían a llevar a cambio del oro que
les traían, también a cambio de diamantes y esmeraldas, con el fin de fumarlos
y encontrar en el humo y en las cenizas solución a sus problemas y al cumplimiento
de sus deseos.
Los
aborígenes estaban descansando del trabajo del día en los cultivos, en la
pesca, en la caza, en los tejidos, en la artesanía. Fabricaban también sus tabacos
mágicos que distribuían rápidamente por el país Pijao a los caciques, a los
brujos, a las princesas, que también podían
pagarlos con oro, con diamantes y esmeraldas, igual que los pueblos venidos desde
muy lejos.
Como ya Millaray y Cajamarca habían saltado de
las espaldas del cóndor y se habían sentado en el pasto estirándo los músculos,
comiendo algunas frutas, sintieron un ruido repentino que los asustó mucho.
Eran veintiséis indios desnudos, muy pintados y feroces, con lanzas y flechas envenenadas
que llevaban en los arcos, listos a dispararlas. Miraban serios y desconfiados a los dos jóvenes, que no decían ninguna
palabra por el miedo tan pavoroso que les dio semejante recibimiento. “Quienes
son ustedes. Que hacen aquí?” les preguntaron acercándoseles, moviendo los
brazos, amenazantes “Ah, lo lo lo que
que pasa, es que que hemos, hemos venido a su, su pueblo por orden del
Hojarasquín del monte a encontrar a la la
Llorona para avisarle de de de una reunión que habrá en en el Líbano con los magos,
los duendes y las hadas”. “Verdad?, dicen la verdad? No les creemos. No será
que vienen a conocer la vida de nosotros para atacarnos y robarnos las tierras
y las riquezas? . . . Y ese pájaro tan grande que es?”. “Es el, es el cóndor
dorado de de los Andes. Yo soy Cajamarca, antiguo cacique de los Putimaes que
viven en el centro de Columbus. Ella es mi esposa Millaray hija de Ibagué,
cacique de los Panches, cercanos familiarmente a mi pueblo, y andamos buscando
a la niña Luz de sol, hija de la diosa Inhimpitu de la Guajira para que nos
entregue el diamante del poder”. “Nosotros no creemos en cuentos mentirosos.
Cójanlos. Llevémoslos a la tribu. Los sacrificaremos, los ofreceremos a los
dioses y nos los comeremos en el gran banquete de alianza con la luna”. “No, no
hagan eso. Están equivocados. Es que no han oído hablar de nosotros? Tampoco
han oído hablar del cóndor de los Andes que es tan famoso en Columbus y otras
partes lejanas?.
En ese
momento el cóndor que escuchaba atento lo que pasaba, voló raudo entre todos, semejante
a un rayo que de pronto parte el espacio. Arañó a muchos con sus alas y sus
zarpas, agarrando a varios indios con un incrible y certero movimiento. Se
elevó con ellos en las nubes calientes del lugar, sacudiéndolos muy duro, estrujándolos
para hacerlos cambiar de actitud. Bajando y subiendo con el fin de hacerles
sentir muy cercana la muerte. Les clavaba las garras sacándoles agua y sangre mientras
ellos gritaban aterrorizados “No nos vaya a soltar, cóndor de los Andes, no nos
vaya a soltar. Le prometemos que no le haremos nada a usted ni a sus amigos
pero no nos vaya a soltar porque nos matamos”. Y el buitre muy enfadado, les
dijo “Lo prometen? Prometen que no harán nada y que nos dirán donde
encontraremos a la llorona?”. “Si lo prometemos. Bájenos ya, que nos vamos a reventar,
nos vamos a morir de miedo”. Entonces cóndor descendió vertiginoso haciéndoles
sentir un vacio espantoso que los empalideció llenándolos de temblor y vómito.
Casi los tiró al pasto donde los indígenas vomitaban incansables, y temblaban
mirando aterrorizados al ave que se había quedado a su lado vigilándolos. Los
otros indios huyeron despavoridos al caserío llamando a la tribu que ahora
gritaba en la lejanía viniéndo dispuestos a la guerra. Pero ya acercándose, los
indios que el cóndor había llevado por los aires, corrieron encontrándose con
la tribu a la que le dijeron “No les hagamos nada. Le prometimos al cóndor de
los Andes que seríamos sus amigos si no nos dejaba caer de las nubes. Parece
que es un ave del cielo y que los dioses la han mandado a encontrarse con la
Llorona que en éstos días está por acá. Esa ave viene con dos dioses en sus
espaldas, un joven y una muchacha que parecen venidos de las estrellas”. “Es
cierto todo eso?” preguntó el cacique Tibaima mirando lejos, tratando de ver al
buitre y a los viajantes del espacio. “Claro que es cierto. Los dioses han
venido a visitarnos y si no hacemos lo que nos dicen, recibiremos el castigo. Han
sido enviados también por el Hojarasquín del Monte con el que hablaron hace
poco en otro pueblo”. “Así es? Entonces vayamos en son de paz a ver que es lo
que nos dicen” gritó el cacique Tibaima volteándose a su tribu que ahora lo
seguía callada porque en menos de lo que se piensa, la charla se había
extendido entre la muchedumbre y todos sabían lo que pasaba.
Caminaron levantando polvareda, llegando a donde estaba el cóndor con
sus amigos.
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