El
brujo entró a su choza, sacando mas de ciento cincuenta tabacos mágicos
amarrados con delgadas fibras de maguey, y que le entregó a Millaray en una
larga inclinación. Ella los miró atenta, guardándolos con cuidado en el joto
para que no fueran a mojarse ni a dañarse.
Mientras
tanto el cacique Tibaima les había traido carne de gurre asada, arepas de maíz,
yuca sancochada y chicha de corozos, en totumas medianas que los jóvenes
recibieron precipitados. Se sentaron en un tronco largo acomodado junto a la
pared de una choza donde comieron, mirados por miles de ojos que no se
despegaban de ellos. “Donde encontraremos a la Llorona?” Le preguntó Millaray
al cacique, parado al frente de ellos. “Ah, la llorona? dicen que está cerca de
aquí, en el rio Saldaña porque muchos la han oído llorar desconsolada mientras
pescan. Terminen de comer y nos vamos a algunas orillas donde la han visto.
Fácilmente la encontraremos con los rayos de la luna”. “Nos vamos en el
cóndor?. Quiere volar con nostros, buen cacique?” le preguntó Cajamarca “Si.
Volar con los hijos de los dioses será lo mejor que puede pasarme en la vida. “Yo también quiero ir” dijo el brujo que
estaba sentado en una piedra mirando el humo del tabaco, interpretando las
figuras formadas en el aire quieto. “Bueno, también iremos con usted. Con la
experiencia que tiene en mirar el humo y lo que dice, podrá aconsejarnos lo que
debemos hacer”.
Se
tomaron la chicha, afanados, levantándose, invitando al cacique y al brujo a
donde estaba el cóndor. El pueblo los seguía, cuchicheando y empujándose callados
“Tibaima y el brujo se van con los hijos de los dioses?”. “Si volverán?”. “Será
cierto que buscan a la Llorona, o se irán para la luna o para las estrellas?.
“Tenemos que hacer un rito invocando a los dioses, pidiéndoles favores para que
no les pase nada”. “Ojalá el cóndor no les haga nada malo y pierdan el camino”.
Ya se
habían encaramado en el buitre que saltó a un espacio sin árboles, donde agitó
las alas elevándose sobre la muchedumbre que ahora gritaba y saltaba
desconcertada. Los viajeros se fueron prontamente en dirección al rio Saldaña
donde posiblemente encontrarían a la Llorona, según lo dicho por el cacique.
Atrás quedaron los gritos y la algarabía del pueblo que no podía explicar nada.
La luna
alumbraba bien, con sus rayos blancos y frios.
Se fueron
al sitio donde los pescadores habían dicho que escuchaban el llanto y los lamentos
de la Llorona. Llegaron a la orilla del rio que reflejaba en ondas y agites la
luz de la luna. “Cóndor, baje bien para escuchar los ruidos raros y para mirar
de cerca lo que pasa” le gritó Millaray al ave, que descendió suave, planeando
silenciosa sobre el agua, las rocas y las piedras. “Por éstos sitios es que la
han oído llorar seguidamente. Demos vueltas otra vez a ver si la escuchamos”
decía Tibaima alargando el pescuezo tratando de mirar los detalles, y procurando
también oir el llanto de la mujer. “Esperen yo prendo un tabaco. El humo nos
dirá donde está y así la encontraremos”
dijo el brujo acomodándose entre las plumas, soplando la punta del tabaco, que
se encendía mágica con el fuego de su respiración.
Cóndor
subía y bajaba por las orillas y por encima de los árboles que de vez en cuando
movían las ramas, impulsadas por el viento de la noche todavía caliente.
Algunos indios, en la penumbra de la incipiente oscuridad, iban deslizándose en
canoas con su carga de pescado y plátanos. Parecían figuras ficticias flotando
en el cristal movedizo. Se resbalaban raudos, desapareciendo en las curvas
reflejadas y en los vericuetos desconocidos.
“Estamos
equivocados buscando aquí a esa mujer. La Llorona se ha ido al rio Magdalena
aprovechando la última noche de luna de éste mes” dijo el brujo mirando el humo
de su tabaco que el viento no lograba desbaratar ni llevarse aunque era fuerte
y silbador. “La fumada está mostrando donde se encuentra, y no estamos lejos.
Con la velocidad del cóndor llegaremos rápido. Yo los guiaré, hijos de los
dioses hasta conseguir a la mujer. No tengan duda”. Entonces
Millaray, guiada por el brujo, le ordenó al cóndor donde volar.
El ave se elevó atravesando tierras boscosas, aguas
reflejadas en colores, y arroyos escondidos debajo del follaje. Este viaje fue
mas largo. Iban en dirección al pueblo de los indios Natagaimas con los que el
cacique Tibaima tenía buenas relaciones por ser vecinos muy cercanos y porque
tenían las mismas costumbres. “La Llorona está cerca al pueblo de los
Natagaimas” dijo el brujo mirando el humo. “Como hace la Llorona para ir tan
rápido de un sitio a otro?. Hace poco estaba en el Saldaña y tan ligero ha
llegado al Magdalena?” preguntó Cajamarca. “Lo que pasa es que ella puede estar
donde quiera con solo pensarlo.” contestó Tibaima preocupado porque la noche
pasaba rápida y la luna dejaría de alumbrar. “tenemos que ir mas veloces” dijo
a Millaray. “Cóndor vaya velóz al Magdalena” le gritó la joven jalándole las
plumas del espinazo, y el ave se fue con toda su potencia metiéndose en los huecos
del aire, encontrando en menos de media hora el gran rio que bajaba caudaloso
entre selva y piedras. “Díganos brujo donde está la Llorona” le dijo Tibaima
concentrándose en el humo. “Espere. Espere yo miro” replicó el brujo botando
una gran bocanada. Pronto respondió. “Está a un lado del caserío de los
Natagaimas, cerca al templo de las sacerdotisas sagradas. Mírenla, se agacha
mirando el rio”. Todos se acomodaron viendo el humo. El brujo señaló “Si la
ven?. Está cerquita del templo de las sacerdotisas, sentada en una piedra y no
deja de llorar. “Si. Yo alcanzo a oir su llanto” dijo Tibaima acercándose al
humo para escuchar los lamentos. “Vamonos allá. Debemos encontrarla antes de
que la luna deje de alumbrar”. “Si, vamos” respondió Millaray encantada por las
figuras en el humo.
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