Millaray,
Cajamarca, el cacique Tibaima y el brujo, tenían dificultad para sostenerse en
las espaldas del buitre, pero se agarraron fuerte de las grandes plumas, evitando
caer en semejante sitio. Sostenían también
al Tunjo que ahora disfrutaba de la batalla riéndose como nunca le había
pasado, y enderezándose mucho moviendo los brazos junto a sus ojos que se le
habían puesto muy brillantes.
Entonces
el pájaro de mil colores que observaba las cosas con calma volando en círculos,
pensó “Voy a liberar a éstas mujeres del dominio del Sombrerón. Haré que regresen
a sus tribus ahora mismo. Dejaré a ese amigo del demonio y a los perros,
convertidos en estatuas de piedra por siempre jamás”. Y salió volando y
cantando en medio de la guerra, acercándose a los oídos del hombre y de los perros para
que le escucharan su canto. Fue difícil que lo oyeran a causa de la batalla, pero
finalmente lo logró, dejando a los perros paralizados, lo mismo que al
sombrerón, hechos estatuas de piedra para siempre.
finalizando de aquel modo la batalla que ahora
se silenciaba porque las mujeres se habían ido, revolviéndose confundidas entre
ellas, al ver que el sombrerón estaba paralizado, se miraron asombradas y también incrédulas “Que le ha pasado al
sombrerón?”. “Y que le ha pasado a los perros? Parecen de piedra” comentaban
yendo de aquí para allá y regresando en un desorden pasmoso como fantasmas en
la noche. “Aprovechemos y nos volamos a nuestros pueblos” gritaban. “Regresemos
a nuestras tribus. Llevémonos las mulas con el oro y las piedras preciosas” se
aconsejaban señalando el caserío, moviéndose nerviosas e indecisas al pensar
que el sombrerón pudiera volver a la vida. “Si, eso haremos”. Y sin pensar se
lanzaron a los caminos y a los potreros donde estaban las mulas algunas comiendo
yerba y otras durmiendo. Y arriándolas las llevaron al caserío donde las
amarraron de los postes que sostenían las chozas, y de los tallos de los
árboles cercanos. Entraron al enorme rancho donde vivía el Sombrerón, sacando
el oro y las riquezas sin dejar nada, subiéndolo a las mulas en bultos hechos
rápidamente. Los sujetaban con lazos de maguey a los costados de los animales
que después de soltarlos, echaron a andar muy ligero, oliendo el aire nuevo y
tranquilo de los lugares por los que iban pasando. Y las mujeres, asustadas
pero contentas, se armaron de palos, rejos y garrotes, yéndose muchas, desnudas
a los caminos polvorientos, buscando sus tribus que no habían olvidado y a donde
querían volver cada día, porque ahí habían nacido y ahí tenían a sus familias y
a sus amigos.
“Ahora
si, vámonos de aquí” gritó el cóndor herido por los mordiscos de los perros,
chamuscado por la candela que le arrojaron de sus bocas y sus culos, y asfixiado
por el esfuerzo puesto en la pelea. Brincaba desesperado buscando la frescura
del viento que le calmara las quemaduras. “Si, vámonos ya” gritó Cajamarca parándose
en las espaldas del ave.
Cóndor,
de repente levantó el vuelo, irritado, pero con empuje, metiéndose en las nubes
que le daban el rocio, frescura para sus quemaduras. Además el viento lo
tranquilizaba. Se empezaba a reflejar la luz del dia en el perfil de las
montañas del frente. Ya la luna se había descolgado fria al otro lado.
Así se
fueron en dirección al pueblo de los Coyaimas para llevar al cacique Tibaima y
al brujo. Tenían muchas ganas de descansar.
Ese
viaje lo hizo el cóndor en poco tiempo. El ardor tan quemante lo ponía febril y
atormentado, dándole potencia inesperada usada en un vuelo veloz que ni
Millaray ni Cajamarca le habían conocido nunca
De
pronto escucharon a lo lejos muchas voces como trompetas “Llegaron, por fin
llegaron” gritaban los indios Coyaimas que se habían levantado y que hacían el
desayuno preparándose para el trabajo. Mirában al buitre bajando lento,
desplegando las alas como paracaídas, hasta tocar el suelo. Los viajeros se
descolgaron inmediatamente por un ala, rodeados por la tribu que ya se había
levantado.
“Tenemos
que descansar mientras encargamos al curandero y a algunos indios que le hagan
tratamientos al cóndor” dijo Tibaima caminando entre la gente, seguido por el
brujo, por Millaray y Cajamarca que se sentían cansados y soñolientos. Tenían
hambre también. Entraron a la maloca donde destaparon una paila de madera llena
de pescados asados, yuca cocinada, carne de vaca y carne de animales del monte,
mazorcas y frutas. “Comamos. Yo creo que
todos tenemos hambre” dijo, mientras las manos se extendían cogiendo la comida. “Gran brujo. Ahora llame
al curandero para que le haga remedios al pájaro de las estrellas.”. “Como
ordene gran cacique” respondió, saliendo y gritando “Curandero, curandero,
venga un momento”. Y al instante un indio joven, musculoso, desnudo y pintado
fuertemente con colores, se vino corriendo desde una choza alejada. “Nuestro
gran cacique Tibaima, ordena que le haga curaciones al pájaro de las estrellas,
porque le han quemado las plumas y también la carne” dijo el brujo sin dejar de
masticar un pedazo de carne que acompañaba con yuca y ají. “Como diga, gran
brujo” respondió el indio que salió corriendo a buscar los remedios para el
buitre.
La
tribu estaba preocupada viendo al enorme pájaro tan chamuscado “Qué le pasaría”
comentaban rodeándolo. “De pronto hubo algún incendio en el bosque y tuvieron
que pasar por ahí” decían. “Se le quemaron muchas plumas, pero el curandero lo
aliviará” y se acercaban oliéndolo y metiéndose debajo de el con ganas de
examinarlo. El pájaro estaba quieto dejándose tocar por centenares de manos que
iban de un sitio a otro palpándolo y levantándole las plumas para mirarle las
quemaduras.
Al poco
rato llegó el curandero con un tarro de guadua lleno de pomada de hierbas, y una vasija de barro con un líquido
verde, zumo de otras hierbas. Puso todo en el suelo buscando las quemaduras, ayudado por muchos. Le
aplicaron en la piel el zumo que dejaban secar, para luego aplicarle la pomada.
El tunjo había comido mucho, mientras todos estiraban las manos a la
bandeja. Cuando estuvo lleno, volvió a meterse entre la ruana, diciendo
“Descansemos un rato porque tenemos que ir a las propiedades de nuestro amigo
Cajamarca. Va a pasar algo importante con los Panches, y el cacique Ibagué nos
está esperando”. “Como?” preguntó Millaray adormilada. “Durmamos un rato porque
tenemos que ir a Cajamarca” repitió el Tunjo. “Como ordene, bebé” respondió el
muchacho buscando una hamaca en la que se acostó rápidamente cerrando los ojos.
Millaray hizo lo mismo. El cacique Tibaima y el brujo buscaron sus hamacas tendiéndose
a dormir también, mientras la tribu hacía silencio para no interrumpirles su descanso.
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