“El
Sombreron es una criatura peligrosa” dijo de pronto el brujo encendiendo un
tabaco mágico para mirarle el humo a ver que le decía “Se roba a las mujeres de
las tribus, llevándoselas al cerro con falsas promesas. Eso lo hace cuando los
indios están borrachos. Se lleva a sus mujeres y a cambio les deja mulas
cargadas con bultos de oro. Dicen que tiene alrededor de docientas jóvenes indígenas
que viven en el cerro a donde vamos, y que no pueden quitárselas porque hace pactos
con Satanás, que lo protege, y porque dos perros negros que trajo del infierno,
lo acompañan y lo defienden de cualquier ataque. “Entonces como hacemos para
acercarnos?” preguntó la joven, inquieta. “Espere miro en el humo lo que
debemos hacer” respondió el brujo chupando el tabaco. “No hay necesidad de nada
raro” dijo el pájaro de mil colores saliendo de entre la ruana en la que estaba
durmiendo junto al Tunjo. “Vamos allá y si hay algo extraño, paralizo y embrujo
todo lo que sea, con mi canto” dijo revoloteando sobre ellos. “Verdad Rayo de
Luna? Ustéd nos protegerá de todo mal?” Preguntó incrédula pero felíz,
Millaray. “Claro, es que se te ha olvidado que estoy contigo para protegerte de
los peligros y para ayudarte en la búsqueda de la niña Luz de sol?”. “Es
cierto. Por eso fue que te buscamos tanto, para que seas nuestro talismán,
nuestra suerte. Lo que pasa es que estoy cansada por tantas cosas, y me pongo
mal porque mi cuerpo y mi sentir se cansan” respondió la joven alargando la
mano para que el pájaro se parara ahí.
En
siete minutos llegaron al cerro envuelto en la penumbra y el misterio.
Cóndor lo
rodeó tres veces, volando cuidadoso, suave, mirando donde podía bajar sin que hubiera ningún
peligro. Todo estaba quieto y dormido a excepción de algunos pájaros noctámbulos
que gritaban a lo lejos. Parecía un cerro en abandono. El ave, finalmente se
dejó caer en la base oriental que era un sitio despejado por si acaso tuvieran
que maniobrar rápidamente en caso de algo raro.
Precisamente
en el momento que pisaron tierra, dos perros enormes, negros y feroces,
ladraron furiosos, saliendo iracundos de sus camas. Vinieron decididos y
fieros, corriendo veloces entre la maleza, en medio de los árboles, los troncos
y las rocas mostrando coléricos sus colmillos y sus muelas bajo los ojos rojos
y demoniacos semejantes a tizones incandescentes. Eran perros del infierno,
como les había contado el brujo, porque de esos ojos saltaban chispas de fuego
cayendo al suelo haciendo decenas de incendios en las ramas, las malezas, los
troncos y las hojas. De sus jetas ardientes y sus culos incendiados, salía
candela que se elevaba en el aire como antorchas voladoras apagándose muy alto
entre las nubes que las sofocaban con su brisa.
El
cóndor pensó “No sentiré temor de nada. No huiré a ninguna parte hasta hacer lo
que tenemos que hacer” y se lanzó vertiginoso sobre las bestias para
capturarlos con sus garras y su pico, y dominarlos como fuera. La confusión fue
desconcertante “Vámonos de aquí inmediatamente” gritó Millaray temblorosa y
sudorosa de miedo pero el ave no la escuchaba porque había empezado una batalla
infernal con ellos, y era casi imposible sacarlo de aquella guerra en la que se
había metido casi sin darse cuenta.
Entonces
las mujeres, que vivían en muchas partes de ese cerro, salieron de sus chozas
corriendo y gritando, desgreñadas y desnudas, algunas con antorchas encendidas,
acercándose al sitio de la batalla con palos y piedras que lanzaban al pájaro y
a los visitantes queriendo matarlos a la loca y como fuera. No entendían lo que
pasaba pero de alguna manera defendían su lugar.
De
repente un hombre alto, negro, de mirada incandescente y risa infernal, vestido
de negro llegaba, llevando un látigo largo y grueso que hacía restallar en el
aire. Tenía un enorme sombrero negro que lo tapaba como un paraguas. Venía
montado en un caballo musculoso, acezante, que echaba espuma por la boca
mientras con la cola creaba iris de fuego rojo y ladrillo en el movimiento.
Era también de color negro y parecía
volar porque saltaba elevándose, evitando los obstáculos “fuera de aquí
malditos. Aquí no se acerca nadie sin mi permiso. Que han venido a hacer a mis
propiedades?” rugió el hombre con voz dura imponiéndose al griterio y a la
algarabía de los perros y de todas las mujeres que habían venido, a la vez que
estallaba el látigo contra el viento.
Elcóndor
estaba enfurecido realmente, graznando airado “Gggggrrrrr, ggggrrrr”, tumbando
a decenas de mujeres con sus alas, mientras muchas huían escondiéndose detrás
de las piedras, de las rocas, de los tallos y de los troncos, mirando la escena
que nunca olvidarían.
El
buitre había logrado agarrar a un perro con las zarpas, y volando bajo y acercándose
a las rocas, lo golpeaba contra ellas haciéndole crujir los huesos que se le
partían saliéndosele de la piel, pero la bestia se ensoberbecía mas y mas, mostrando
sus dientes sangrantes con la espuma que le salía de la barriga y del corazón, y
arrojándole candela al buitre que sentía como se le quemaban muchas plumas y se
le inflamaba la piel. El perro, que finalmente había quedado en el suelo,
saltaba aullando agonizante, queriendo destrozar las patas del ave, que para el
eran el mayor peligro en esa batalla.
Millaray,
Cajamarca, el cacique Tibaima y el brujo, tenían dificultad para sostenerse en
las espaldas del buitre, pero se agarraron fuerte de las grandes plumas, evitando
caer en semejante sitio. Sostenían también
al Tunjo que ahora disfrutaba de la batalla riéndose como nunca le había
pasado, y enderezándose mucho moviendo los brazos junto a sus ojos que se le
habían puesto muy brillantes.
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