miércoles, 18 de septiembre de 2013

EL PAIS DE LA NIEVE 105 (La desconocida y fantástica historia del pueblo Pijao)


 “Vamos a darle las riquezas de la tierra, gran rio Magdalena, para que las tenga en su seno como señal de alianza con los dioses. Vengan, vengan nadadores”. Ahí mismo varios indios saltaron de las canoas lanzándose al agua y nadando en dirección a la balsa donde estaba Guacana, a donde subieron tres, cogiendo la olla y bajando de nuevo al agua mientras otros doce indios los rodeaban llevando las antorchas encendidas. Nadaron seis metros adentro con potencia desconocida, donde se detuvieron diciendo a gritos “Te damos gran rio, las riquezas que nos ha regalado la tierra. Guárdalas entre tus arenas, tus piedras, tus rocas como homenaje y memoria por la visita del pájaro de las estrellas y por la visita de los hijos de los dioses que en éste momento nos acompañan” y volteando la olla, derramaron el oro, las esmeraldas y los diamantes en el agua que formó un remolino devorándose la riqueza mientras los indios regresaban nadando a las canoas, y el resto de sacerdotisas alrededor del templo, corrían buscando al pájaro gigante y a los hijos de los dioses, que se habían dado cuenta de todo y por eso habían adoptado una actitud humilde y muy humana. No dijeron nada. Solamente se estuvieron quietos debajo del cóndor, esperando que el rito continuara.
Los cantos fueron apacibles, entre las danzas de las jovencitas, mientras la tribu entera llegaba alzando las antorchas, buscando lugares estratégicos, para ver claramente al pájaro mágico tan gigantesco y poderoso, y a los hijos de los dioses, visitantes en éste dia inolvidable.
Ya Guacana se había bajado de su balsa y ahora caminaba entre la gente que le abría espacio en su algarabía. Cuando llegó frente al cóndor, frente a Millaray y Cajamarca y frente a Tibaima y el brujo, se puso de rodillas agachando la cabeza y levantando los brazos diciendo “Gracias gran cacique Tibaima y gracias gran brujo de los Coyaimas por habernos traido a los hijos de los dioses y al pájaro de las estrellas. Hemos oído la charla que tuvieron con la Llorona y comprendimos que estamos al frente de la princesa que un dia será diosa de los dioses. Damos gracias esta noche, a la selva, al rio, a la luna y a las estrellas por éste encuentro maravilloso. No importa que el tiempo pase, este momento lo guardaremos en la memoria”.
Cajamarca y Millaray entendieron que no podían estarse callados. Por eso el joven caminó acercándose a Guacana, al que le dijo “Gran cacique del agua y de la noche, gracias por el recibimiento que nos han hecho y por honrar el rio Magdalena, dándole las riquezas que la tierra les ofrece a ustedes. Los dioses los recompensarán por esos actos de respeto y desprendimiento”.
Y Millaray dijo “Gracias cacique Guacana porque en un momento nos ha enseñado cosas buenas para la vida de nosotros, gracias bellas sacerdotisas porque sus danzas y sus cantos son escuchados por todo el universo, y gracias buen pueblo de Natagaima porque sabemos que todos han venido a visitarnos. No olvidaré ésta fiesta y le pediré a los dioses que los protejan en todo, que les aumenten sus riquezas, que crezca su pueblo, tenga mucha salud y sea poderoso en medio de todos los que los rodeen. Ahora seguiremos el viaje a otros lugares pero antes deben decirnos donde encontraremos al Sombrerón, que también buscamos para que esté en la reunión del Líbano en el eclipse próximo”. “El Sombreron, divina hija de los dioses, está en éste momento en Ortega, y si se van con los últimos rayos de la luna, lo encontrarán en lo alto del cerro de los Avechucos, haciendo pactos con el viento. Vayan, vayan para que lo encuentren ésta misma noche” les dijo el cacique Guacana animado por el favor que Millaray le había pedido. 
En ese momento Rayo de Luna llegó cantando fuerte, parándose directamente en las costillas del cóndor. Inexplicablemente su canto enmudeció a la tribu que quedó paralizada, como estatuas vivientes. Entonces Cajamarca, Millaray, el cacique Tibaima y el brujo se agarraron del ala que el buitre ya había bajado, llegando a sus espaldas en un instante y sin problemas. Entonces el cóndor entendiendo que debía irse, saltó a la orilla del rio volando por encima del pueblo, alzándose en un vuelo poderoso sobre el agua, yéndose en dirección a Ortega donde posiblemente encontrarían al Sombrerón, con el que tenían que hablar sin falta.
No fue largo el viaje. La luna los alumbraba fría y desdeñosa.
El cóndor se deslizaba entre el aire quieto y los viajeros hablaban “Los Coyaimas creen que nosotros somos hijos de los dioses y que el cóndor es un pájaro de las estrellas” dijo Millaray acomodando al Tunjo en la ruana. El bebé bostezaba y tenía ganas de comer. “Claro. Piensan eso porque llegamos en el cóndor. Como nunca han visto un ave tan grande y tan fuerte, se confunden y nos adoran pensando que venimos de la luna o de las estrellas. Pero eso está bien porque así no tenemos problemas en ninguna parte”, dijo Cajamarca metiéndose entre las plumas del pájaro. “Y nosotros los acompañaremos hasta Ortega para que logren los rayos de la luna en ésta noche y así puedan encontrar fácilmente al Sombrerón. . .” dijo el cacique Tibaima pensando que se les había alargado el viaje. “No está mal aprovechar ésta oportunidad, porque viajar en un cóndor no se hace todos los días” añadió, mirando lejos el cerro de los Avechucos que se mostraba mágico en la penumbra.
“El Sombreron es una criatura peligrosa” dijo de pronto el brujo encendiendo un tabaco mágico para mirarle el humo a ver que le decía “Se roba a las mujeres de las tribus, llevándoselas al cerro con falsas promesas. Eso lo hace cuando los indios están borrachos. Se lleva a sus mujeres y a cambio les deja mulas cargadas con bultos de oro. Dicen que tiene alrededor de docientas jóvenes indígenas que viven en el cerro a donde vamos, y que no pueden quitárselas porque hace pactos con Satanás, que lo protege, y porque dos perros negros que trajo del infierno, lo acompañan y lo defienden de cualquier ataque. 

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