“Vamos a darle las riquezas de la tierra, gran
rio Magdalena, para que las tenga en su seno como señal de alianza con los
dioses. Vengan, vengan nadadores”. Ahí mismo varios indios saltaron de las
canoas lanzándose al agua y nadando en dirección a la balsa donde estaba
Guacana, a donde subieron tres, cogiendo la olla y bajando de nuevo al agua
mientras otros doce indios los rodeaban llevando las antorchas encendidas. Nadaron
seis metros adentro con potencia desconocida, donde se detuvieron diciendo a
gritos “Te damos gran rio, las riquezas que nos ha regalado la tierra.
Guárdalas entre tus arenas, tus piedras, tus rocas como homenaje y memoria por
la visita del pájaro de las estrellas y por la visita de los hijos de los
dioses que en éste momento nos acompañan” y volteando la olla, derramaron el
oro, las esmeraldas y los diamantes en el agua que formó un remolino
devorándose la riqueza mientras los indios regresaban nadando a las canoas, y el
resto de sacerdotisas alrededor del templo, corrían buscando al pájaro gigante
y a los hijos de los dioses, que se habían dado cuenta de todo y por eso habían
adoptado una actitud humilde y muy humana. No dijeron nada. Solamente se
estuvieron quietos debajo del cóndor, esperando que el rito continuara.
Los
cantos fueron apacibles, entre las danzas de las jovencitas, mientras la tribu entera
llegaba alzando las antorchas, buscando lugares estratégicos, para ver
claramente al pájaro mágico tan gigantesco y poderoso, y a los hijos de los
dioses, visitantes en éste dia inolvidable.
Ya
Guacana se había bajado de su balsa y ahora caminaba entre la gente que le
abría espacio en su algarabía. Cuando llegó frente al cóndor, frente a Millaray
y Cajamarca y frente a Tibaima y el brujo, se puso de rodillas agachando la
cabeza y levantando los brazos diciendo “Gracias gran cacique Tibaima y gracias
gran brujo de los Coyaimas por habernos traido a los hijos de los dioses y al
pájaro de las estrellas. Hemos oído la charla que tuvieron con la Llorona y
comprendimos que estamos al frente de la princesa que un dia será diosa de los
dioses. Damos gracias esta noche, a la selva, al rio, a la luna y a las
estrellas por éste encuentro maravilloso. No importa que el tiempo pase, este
momento lo guardaremos en la memoria”.
Cajamarca
y Millaray entendieron que no podían estarse callados. Por eso el joven caminó
acercándose a Guacana, al que le dijo “Gran cacique del agua y de la noche,
gracias por el recibimiento que nos han hecho y por honrar el rio Magdalena, dándole
las riquezas que la tierra les ofrece a ustedes. Los dioses los recompensarán por
esos actos de respeto y desprendimiento”.
Y Millaray
dijo “Gracias cacique Guacana porque en un momento nos ha enseñado cosas buenas
para la vida de nosotros, gracias bellas sacerdotisas porque sus danzas y sus
cantos son escuchados por todo el universo, y gracias buen pueblo de Natagaima
porque sabemos que todos han venido a visitarnos. No olvidaré ésta fiesta y le
pediré a los dioses que los protejan en todo, que les aumenten sus riquezas,
que crezca su pueblo, tenga mucha salud y sea poderoso en medio de todos los
que los rodeen. Ahora seguiremos el viaje a otros lugares pero antes deben decirnos
donde encontraremos al Sombrerón, que también buscamos para que esté en la
reunión del Líbano en el eclipse próximo”. “El Sombreron, divina hija de los
dioses, está en éste momento en Ortega, y si se van con los últimos rayos de la
luna, lo encontrarán en lo alto del cerro de los Avechucos, haciendo pactos con
el viento. Vayan, vayan para que lo encuentren ésta misma noche” les dijo el
cacique Guacana animado por el favor que Millaray le había pedido.
En ese
momento Rayo de Luna llegó cantando fuerte, parándose directamente en las
costillas del cóndor. Inexplicablemente su canto enmudeció a la tribu que quedó
paralizada, como estatuas vivientes. Entonces Cajamarca, Millaray, el cacique
Tibaima y el brujo se agarraron del ala que el buitre ya había bajado, llegando
a sus espaldas en un instante y sin problemas. Entonces el cóndor entendiendo
que debía irse, saltó a la orilla del rio volando por encima del pueblo,
alzándose en un vuelo poderoso sobre el agua, yéndose en dirección a Ortega
donde posiblemente encontrarían al Sombrerón, con el que tenían que hablar sin
falta.
No fue
largo el viaje. La luna los alumbraba fría y desdeñosa.
El
cóndor se deslizaba entre el aire quieto y los viajeros hablaban “Los Coyaimas
creen que nosotros somos hijos de los dioses y que el cóndor es un pájaro de
las estrellas” dijo Millaray acomodando al Tunjo en la ruana. El bebé bostezaba
y tenía ganas de comer. “Claro. Piensan eso porque llegamos en el cóndor. Como
nunca han visto un ave tan grande y tan fuerte, se confunden y nos adoran
pensando que venimos de la luna o de las estrellas. Pero eso está bien porque
así no tenemos problemas en ninguna parte”, dijo Cajamarca metiéndose entre las
plumas del pájaro. “Y nosotros los acompañaremos hasta Ortega para que logren
los rayos de la luna en ésta noche y así puedan encontrar fácilmente al Sombrerón.
. .” dijo el cacique Tibaima pensando que se les había alargado el viaje. “No
está mal aprovechar ésta oportunidad, porque viajar en un cóndor no se hace
todos los días” añadió, mirando lejos el cerro de los Avechucos que se mostraba
mágico en la penumbra.
“El Sombreron es una criatura peligrosa” dijo de pronto el brujo
encendiendo un tabaco mágico para mirarle el humo a ver que le decía “Se roba a
las mujeres de las tribus, llevándoselas al cerro con falsas promesas. Eso lo
hace cuando los indios están borrachos. Se lleva a sus mujeres y a cambio les
deja mulas cargadas con bultos de oro. Dicen que tiene alrededor de docientas jóvenes
indígenas que viven en el cerro a donde vamos, y que no pueden quitárselas
porque hace pactos con Satanás, que lo protege, y porque dos perros negros que
trajo del infierno, lo acompañan y lo defienden de cualquier ataque.
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