jueves, 22 de agosto de 2013

EL PAIS DE LA NIEVEN 95 (La desconocida y fantástica historia del pueblo Pijao)



 Su voluptuosidad lo provocaba tanto, que al rato las llevaba al rio donde les daba la bendición rompiéndoles la virginidad en impulsos incontrolados. “Eres mi nueva amante, linda virgen” decía Tucurumby borracho de placer “Tu también eres otra amante mia y cuando te llame debes obedecer” . “Como ordene, gran señor, soy su esclava” respondía la niña con lágrimas de dolor y gozo.
Si se rehusaban a estar con el cacique, eran sacrificadas en ritos dolorosos, colgadas en altos palos y ofrecidas a los dioses para que ellos se las comieran entre el humo que las iba secando y que no dejaba de subir de tres fogatas que mantenían ardiendo para eso.
Así pasaron en el rio otras dos niñas recibiendo la bendición y la coronación del jefe  alargando a propósito la tarde en su sexual faena, que la tribu respetaba porque así era la ley en el poblado. Y los padres de las niñas estaban felices, celebrando el acontecimiento entre fiestas, chicha y ricas comidas aprovechadas por casi todos lo habitantes de allí. “El cacique Tucurumby debe ser bendecido por los dioses porque honrar  de ese modo tan desinteresado a nuestras hijas es la mayor dignidad que puede darle a nuestras familias” decían entre sorbos de chicha y gran felicidad.
Todavía en la falda de la montaña, la indiamenta se amontonaba pidiendo un pedazo de carne enemiga que comían gustosos, acompañándola con papas y fríjoles preparados en grandes ollas de barro, y que habían traido del caserío desde hacía rato.
Finalizado el rito y cansados de la danza, regresaban al poblado limpiándose la boca y el cuerpo chorriado con la sangre enemiga. Saltaban entre los barrancos evitando los barrizales, las altas malezas y sintiéndose ahora invencibles e inmortales para librar las próximas batallas que no harían falta.
En ese momento, mas arriba de la tribu y entre los árboles, el tunjo se enderezó en los brazos de Cajamarca diciendo “Yo se que ustedes vinieron a buscar a la niña Luz de sol, hija de la diosa Inhimpitu de la Guajira, pero ella no está aquí. La naturaleza los trajo a éste lugar, para que me rescataran y para que en un futuro sean la pareja mas rica de Columbus a causa de mis cagadas de oro que son constantes. Lo que tienen que hacer ahora,  es visitar otras tribus, muchos pueblos. Después de un largo viaje y de muchas aventuras la encontrarán, estén seguros”.
La princesa y el joven se miraron preguntándose. Cómo podía éste bebé saber lo que buscaban? Y como vieron que conocía sus pensamientos, lo cuidaron mas, preocupándose por el en todas sus necesidades, porque tener a una criatura con esas facultades era envidiable y necesario. Lo protegían del ambiente salvaje, de los insectos que no lo dejaban en paz por su piel tan fina, del frio tan helado y del hambre que tenía.
“Vamos donde los cundayes, es necesario que estemos allá” les dijo cogiéndose de un pliegue de la ruana y enderezándose como un adulto. Cajamarca y Millaray quedaron mudos ante esa orden pero obedecieron al instante, llamando al cóndor “Cóndor de los Andes acérquese. Tenemos que ir a la tribu de los Cundayes a ver si allá encontramos a la niña Luz de Sol. Así lo ordena el tunjo”. “Como digan, buenos jefes. Sus deseos serán cumplidos” y en en un momento saltó a su lado diciendo “Gggggrrrr”. Ellos treparon a las espaldas del ave que a su vez se impulsó dejándose ir en el aire frio, remontando las cumbres y atravesando las nubes destrozadas con sus alas. Buscó la dirección concentrándose en su glándula de la orientación y dirigiéndose a las tierras calientes al oriente de la nación Pijao donde sin dificultades encontrarían la tribu de los Cundayes.
Del pueblo de los combeimas hasta esa tribu, había harta tierra para volar.
El viaje fue suave y rápido, y como se iban calentando a medida que bajaban, sintieron ánimos y mas energía. Cóndor aleteaba ligero y potente, de modo que les rindío la travesía. En veinticinco minutos pasaron por encima de la tribu de los Yaporoges en Espinal, que en días pasados habían querido sacrificarlos por haberles llevado allí la Patasola, a la que le tenían gran pavor porque estaban seguros que tenía pactos con el demonio. “Se acuerdan que aquí convertimos a la tribu en estatuas porque quisieron matarnos?” dijo Rayo de Luna asomándose entre las plumas del cóndor. “Si, pájaro de mil colores. Ustéd nos salvó aquí. Si ve que los hombres dejaron de ser estatuas y ahora saltan, nos señalan y nos miran llamándonos?”. “Cuidado, cuidado. Nos están tirando flechas. Claro, se acordaron de nosotros y quieren matarnos porque creen que somos sus enemigos” gritó el cóndor acelerando el vuelo y elevándose, impidiendo que alguna flecha se les clavara en el momento menos esperado.
Siguieron volando, hasta que en cuarenta minutos llegaron al caserío de los Cundayes a los que veían desde arriba, muy extraños y feroces “Porqué tienen la cabeza tan deforme?” preguntó Rayo de Luna. “Ah, lo que pasa es que se desfiguran la cabeza desde niños, amarrándose tablas que les tuercen los huesos. Así aparentan salvajismo y mucha ferocidad, dándole temor a los enemigos cuando los atacan para robarles sus tierras. Además se quiebran la naríz doblándola a la derecha o a la izquierda para que se les tuerza también. Eso amedrenta a los invasores que han querido robarle sus riquezas acumuladas desde hace mucho tiempo”. “Bajemos. Si ven que nos están llamando?”. “Pero serán realmente peligrosos?” preguntó Millaray. “Pienso que no. Además somos del mismo clan. Ven que se pintan igual que nosotros y que la mayoría están desnudos?”. “Si. Entonces bajemos. Si nos atacan, usted nos salva, Rayo de Luna”. “Claro para eso estoy aquí” respondió el pájaro agarrándose de las plumas del pescuezo del buitre . “Además yo también los protejeré” les dijo el Tunjo asomándose entre los pliegues de la ruana y metiéndose otra vez porque ahí se sentía calientico.



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