Ven que
se pintan igual que nosotros y que la mayoría están desnudos?”. “Si. Entonces
bajemos. Si nos atacan, usted nos salva, Rayo de Luna”. “Claro para eso estoy
aquí” respondió el pájaro agarrándose de las plumas del pescuezo del buitre .
“Además yo también los protejeré” les dijo el Tunjo asomándose entre los
pliegues de la ruana y metiéndose otra vez porque ahí se sentía calientico.
Cóndor
descendió pisando un terreno cubierto de pasto áspero y baja maleza, mucha de
ella espinosa. Al verlos allí tan de repente, la tribu se vino corriendo a la
velocidad de que eran capaces, rodeándolos en un anillo cerrado, difícil de
romper. Eran mas de cinco mil indígenas asombrados, viendo a un buitre tan
grande trayendo en su espalda a los viajeros de las nubes. No hacían sino mirarse
recelosos, sin atreverse a decir nada pero dispuestos a comenzar cualquier
pelea o batalla si era necesario. “Buenos días, tribu de los Cundayes. Hemos
querido visitarlos porque nos han hablado bien de ustedes en muchas partes de
la nación Pijao. Nos han dicho que son guerreros muy valientes, defensores
aguerridos de su pueblo, leales con sus mujeres y artistas inigualables con el
oro y con el barro” les dijo el cóndor poniendo grave y lenta la voz. Los
indígenas no contestaron, pero de entre la multitud salió un hombre que tenía
una corona macisa de oro artísticamente diseñada, y el cetro también de oro que
lo distingía como el hombre mas poderoso del pueblo. Se ubicó frente a los aborígenes,
y poniendo la cara mas seria que de costumbre, dijo “Buenos días gran pájaro.
Ya había oído hablar de usted, porque hace poco lo vieron nuestros vecinos los
Yaporoges cuando llevó la repudiable Patasola a su tribu. Esa noticia se regó rápidamente
por todas partes y nos dejó prevenidos contra usted y sus viajeros. Por eso
antes de seguir hablando, le digo que tiene que venir en son de paz o si nó,
tendrá que irse inmediatamente” dijo el cacique levantando la lanza y alistando
el arco y las flechas, amenazante. “solo hemos venido a saludarlos” gritó de
pronto Cajamarca parándose afanado en las espaldas del buitre. “Yo soy
Cajamarca, el antiguo cacique de los Putimaes, vecinos de los nevados del país
de la nieve. Soy yerno de Ibagué, cacique de los Panches que viven en el norte
del Tolima, y un poco mas allá en el oriente, y vengo con mi esposa Millaray que
es hija de el”. “Verdad, usted es Cajamarca? Es cierto lo que me dice? Como
hago para estar seguro . . .?”. ”Le certifico venerado cacique, que yo soy
Cajamarca. Se lo juro por los dioses que nos gobiernan dia y noche. Se lo juro por
las estrellas, por el sol y por la luna que siempre nos acompañan”. “Ah, bueno,
como ha jurado por los poderes del universo, voy a creer en su palabra
diciéndole, sea usted bienvenido a nuestra tribu, respetado joven. Hemos sabido
por los Sutagaos y por las tribus que pasan por Fusagasugá haciendo comercio, que ustedes andan buscando a la niña Luz de
Sol, hija de la diosa Inhimpitu de la Guajira, a la que respetamos tanto. Por
vafor, desmóntense del ave y vengan a comer con nosotros, y a descansar. Es un
honor tenerlos aquí. Vengan, vengan sin demorag”.
Cajamarca
y millaray quedaron mudos pero contentos dándose cuenta que aquel cacique los
conocía. Rayo de Luna salió volando entonces hasta un palo de guayabas donde se
aplicó a picotear las frutas porque el hambre lo acosaba feamente.
Los
jóvenes bajaron del buitre llevando alzado al tunjo, que despertó la curiosidad
de la tribu. Muchas mujeres y niños se acercaron a conocerlo “Tan lindo. Parece
un niño de oro, y brilla como brilla el oro fino” decían. “Y cómo mira de
inteligente”. Otros, mejor dicho la mayoría del pueblo se quedó alrededor del
cóndor mirándolo, examinándolo y casi adorándolo al verlo tan gigantesco y
poderoso. Definitivamente no querían irse de allí “Cóndor, habíamos oído hablar
de usted y queríamos conocerlo porque no creíamos las cosas que nos contaban ”
le gritó un indio parado en un tronco. “Yo también quería conocerlos porque ustedes
hacen parte del país Pijao y es necesario ser amigos para volvernos mas
poderosos”. “Así es, así es” gritaron muchos
caminando debajo del ave acercándosele a las patas, que querían tocarle porque
parecían troncos de árboles formidables. Y murmuraban entre ellos “Que ave tan
magnífica. He oído decir que es el rey de los Andes y de todas las montañas que
conocemos por aquí”. “El rey?. Entonces hay que venerarlo como merece”
respondío otro. “Si”. “La visita del cóndor nos volverá famosos. Todos vendrán
a preguntarnos que vino a hacer aquí”. “Me gustaría viajar en su espinazo a ver
como se siente uno entre las nubes y tan arriba del suelo” le gritó otro indio
sosteniendo una totumada de chicha que se le balanceaba regando el líquido. El
buitre lo miró diciéndole “Si se arriesga, suba a mi espalda. Lo llevo hasta la
montaña del frente y lo vuelvo a traer. Venga, cójase del ala y lo encaramo en
mis costillas”. “Bueno, buitre, gracias por concederme el deseo”. Entonces el
indígena corrió agarrándose del ala, esperando ser alzado, y cuando el cóndor
quiso subirlo, otros nueve indios se agarraron también con la esperanza de poder
acomodarse en las costillas. Cóndor no dijo nada. Los subió, y al sentir que se
habían sentado asegurándose entre las plumas, corrió en largos saltos
elevándose por encima del caserío mientras el griterío de la tribu entre las
chozas y los gritos de los que viajaban en el ave, se hacía ensordecedor.
Parecía el fin del mundo entre raros gestos, señales incontroladas, asfixias y carreras
sonámbulas. Otros reían saltando ansiosos señalando al ave que se fue hasta la
montaña cercana, bajando y elevándose en un vuelo suave, hasta devolverse al
caserío donde bajó lento para no asustar a sus pasajeros. Los viajantes venían
pálidos y sudorosos. Temblaban de pánico porque al verse tan altos pensaron que
hasta ahí les llegaba la vida.
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