sábado, 24 de agosto de 2013

EL PAIS DE LA NIEVE 96 (La desconocida y fantástica historia del pueblo Pijao)






Ven que se pintan igual que nosotros y que la mayoría están desnudos?”. “Si. Entonces bajemos. Si nos atacan, usted nos salva, Rayo de Luna”. “Claro para eso estoy aquí” respondió el pájaro agarrándose de las plumas del pescuezo del buitre . “Además yo también los protejeré” les dijo el Tunjo asomándose entre los pliegues de la ruana y metiéndose otra vez porque ahí se sentía calientico.
Cóndor descendió pisando un terreno cubierto de pasto áspero y baja maleza, mucha de ella espinosa. Al verlos allí tan de repente, la tribu se vino corriendo a la velocidad de que eran capaces, rodeándolos en un anillo cerrado, difícil de romper. Eran mas de cinco mil indígenas asombrados, viendo a un buitre tan grande trayendo en su espalda a los viajeros de las nubes. No hacían sino mirarse recelosos, sin atreverse a decir nada pero dispuestos a comenzar cualquier pelea o batalla si era necesario. “Buenos días, tribu de los Cundayes. Hemos querido visitarlos porque nos han hablado bien de ustedes en muchas partes de la nación Pijao. Nos han dicho que son guerreros muy valientes, defensores aguerridos de su pueblo, leales con sus mujeres y artistas inigualables con el oro y con el barro” les dijo el cóndor poniendo grave y lenta la voz. Los indígenas no contestaron, pero de entre la multitud salió un hombre que tenía una corona macisa de oro artísticamente diseñada, y el cetro también de oro que lo distingía como el hombre mas poderoso del pueblo. Se ubicó frente a los aborígenes, y poniendo la cara mas seria que de costumbre, dijo “Buenos días gran pájaro. Ya había oído hablar de usted, porque hace poco lo vieron nuestros vecinos los Yaporoges cuando llevó la repudiable Patasola a su tribu. Esa noticia se regó rápidamente por todas partes y nos dejó prevenidos contra usted y sus viajeros. Por eso antes de seguir hablando, le digo que tiene que venir en son de paz o si nó, tendrá que irse inmediatamente” dijo el cacique levantando la lanza y alistando el arco y las flechas, amenazante. “solo hemos venido a saludarlos” gritó de pronto Cajamarca parándose afanado en las espaldas del buitre. “Yo soy Cajamarca, el antiguo cacique de los Putimaes, vecinos de los nevados del país de la nieve. Soy yerno de Ibagué, cacique de los Panches que viven en el norte del Tolima, y un poco mas allá en el oriente, y vengo con mi esposa Millaray que es hija de el”. “Verdad, usted es Cajamarca? Es cierto lo que me dice? Como hago para estar seguro . . .?”. ”Le certifico venerado cacique, que yo soy Cajamarca. Se lo juro por los dioses que nos gobiernan dia y noche. Se lo juro por las estrellas, por el sol y por la luna que siempre nos acompañan”. “Ah, bueno, como ha jurado por los poderes del universo, voy a creer en su palabra diciéndole, sea usted bienvenido a nuestra tribu, respetado joven. Hemos sabido por los Sutagaos y por las tribus que pasan por Fusagasugá haciendo comercio,  que ustedes andan buscando a la niña Luz de Sol, hija de la diosa Inhimpitu de la Guajira, a la que respetamos tanto. Por vafor, desmóntense del ave y vengan a comer con nosotros, y a descansar. Es un honor tenerlos aquí. Vengan, vengan sin demorag”.
Cajamarca y millaray quedaron mudos pero contentos dándose cuenta que aquel cacique los conocía. Rayo de Luna salió volando entonces hasta un palo de guayabas donde se aplicó a picotear las frutas porque el hambre lo acosaba feamente.
Los jóvenes bajaron del buitre llevando alzado al tunjo, que despertó la curiosidad de la tribu. Muchas mujeres y niños se acercaron a conocerlo “Tan lindo. Parece un niño de oro, y brilla como brilla el oro fino” decían. “Y cómo mira de inteligente”. Otros, mejor dicho la mayoría del pueblo se quedó alrededor del cóndor mirándolo, examinándolo y casi adorándolo al verlo tan gigantesco y poderoso. Definitivamente no querían irse de allí “Cóndor, habíamos oído hablar de usted y queríamos conocerlo porque no creíamos las cosas que nos contaban ” le gritó un indio parado en un tronco. “Yo también quería conocerlos porque ustedes hacen parte del país Pijao y es necesario ser amigos para volvernos mas poderosos”.  “Así es, así es” gritaron muchos caminando debajo del ave acercándosele a las patas, que querían tocarle porque parecían troncos de árboles formidables. Y murmuraban entre ellos “Que ave tan magnífica. He oído decir que es el rey de los Andes y de todas las montañas que conocemos por aquí”. “El rey?. Entonces hay que venerarlo como merece” respondío otro. “Si”. “La visita del cóndor nos volverá famosos. Todos vendrán a preguntarnos que vino a hacer aquí”. “Me gustaría viajar en su espinazo a ver como se siente uno entre las nubes y tan arriba del suelo” le gritó otro indio sosteniendo una totumada de chicha que se le balanceaba regando el líquido. El buitre lo miró diciéndole “Si se arriesga, suba a mi espalda. Lo llevo hasta la montaña del frente y lo vuelvo a traer. Venga, cójase del ala y lo encaramo en mis costillas”. “Bueno, buitre, gracias por concederme el deseo”. Entonces el indígena corrió agarrándose del ala, esperando ser alzado, y cuando el cóndor quiso subirlo, otros nueve indios se agarraron también con la esperanza de poder acomodarse en las costillas. Cóndor no dijo nada. Los subió, y al sentir que se habían sentado asegurándose entre las plumas, corrió en largos saltos elevándose por encima del caserío mientras el griterío de la tribu entre las chozas y los gritos de los que viajaban en el ave, se hacía ensordecedor. Parecía el fin del mundo entre raros gestos, señales incontroladas, asfixias y carreras sonámbulas. Otros reían saltando ansiosos señalando al ave que se fue hasta la montaña cercana, bajando y elevándose en un vuelo suave, hasta devolverse al caserío donde bajó lento para no asustar a sus pasajeros. Los viajantes venían pálidos y sudorosos. Temblaban de pánico porque al verse tan altos pensaron que hasta ahí les llegaba la vida.


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