Otros
reían saltando ansiosos señalando al ave que se fue hasta la montaña cercana,
bajando y elevándose en un vuelo suave, hasta devolverse al caserío donde bajó
lento para no asustar a sus pasajeros. Los viajantes venían pálidos y
sudorosos. Temblaban de pánico porque al verse tan altos pensaron que hasta ahí
les llegaba la vida.
Cuando
se descolgaron por el ala casi tirándose desde arriba de las costillas del
buitre al suelo, suspiraron aliviados sin decir ni una palabra pero con la cabeza
agachada de pena y susto. La tribu los rodeó preguntándoles “Como les fue?”.
“Que tal es volar así?”. Y los seguían molestando con todo tipo de preguntas.
“Yo nunca haría eso de volar en un pájaro”. “Yo si quiero ir hasta las montañas
lejanas. . .”. Entonces el cóndor para librarse de semejante barahunda, dio
saltos largos metiéndose al bosque donde buscaría un conejo, un venado, un
ternero, frutas . . . algo de comer y para quitarse de encima definitivamente esa
locura humana.
El
joven Cajamarca y Millaray quisieron salirse de entre la muchedumbre porque se
asustaban con las deformes cabezas de la gente de aquel pueblo. Muchas eran
planas como un ladrillo, con ojos pequeños y desfigurados que daban náusea.
Otras cabezas eran triangulares, la cara ancha y el occipital puntudo,
semejante a una pirámide minúscula. Las habían rectangulares de bocas
contrahechas y narices hundidas. Muchas no tenían orejas, y de casi todas las
narices colgaban fibras vegetales con pepas de colores, coleccionadas en la
selva. Sus cuerpos estaban muy pintados de negro, verde y rojo, llevando plumas
de colores de todos los tamaños en la cabeza y en el cuello. Casi todos iban
desnudos a excepción de algunos que querían mostrar sus guayucos de pieles de
animales salvajes, u otros muy coloridos, tejidos con fibras del bosque o con
algodón al que también teñían de colores.
Cerca
al cóndor, al que ya consideraban un pájaro venido de las estrellas, gritaban
excitados, como poseídos por fuerzas extrañas que con seguridad el pájaro les
transmitía. Iban a las chozas corriendo alucinados, para luego devolverse cerca
al buitre al que miraban hechizados inclinándose para adorarlo.
Millaray
y Cajamarca caminaron con el cacique Machuca, que también tenía la cabeza
aplanada y la naríz torcida además de ir desnudo y pintado con rayas y manchas
de colores azafrán, verde y amarillo, debajo de una corona de oro con dos
esmeraldas de color verde inexplicable y un pectoral también de oro reluciente.
Llevaba un arco, muchas flechas envenenadas en un carcaj cargado en su espalda,
y una lanza que dos brujos le sostenían de vez en cuando para que usara las
manos en otras cosas.
Fueron a
una choza grande donde comieron carne de chivo asada, con yucas sancochadas, plátanos
asados y algo de chicha fuerte. Como no
se sentían cansados, siguieron a otro lado del bosque donde el jefe de la tribu
se paró diciéndoles “Ustedes son afortunados al venir aquí. Allá adentro, en lo
espeso de los árboles está el Hojarasquín del monte que también ha venido a
visitarnos y a protegernos de los destructores del bosque. Además sabe muchas
cosas del mundo y del universo y eso hay que aprovecharlo para aprenderle cosas.
De pronto el puede decirles donde está la niña Luz de sol que es tan difìcil
encontrar”. “El Hojarasquín del monte?. Quien es?” preguntó Millaray metiendo
su mirada entre los árboles. “Es mejor que vayan y lo encuentren. Es inofensivo,
sabio y amigable pero tendrán que llamarlo mucho para llamarle la atención
porque es algo sordo” dijo el cacique agarrando la lanza en la que se sostuvo,
mirando a sus visitantes “Me gusta mucho que hayan venido, joven Cajamarca y
princesa Millaray. Todo el mundo habla de ustedes sin parar. Dicen que el dia
que encuentren a Luz de sol, Usted jovencita se convertirá en diosa de los
dioses, lo mas alto de la naturaleza, y que eso será bueno para el país Pijao”
decía Machuca mirando a Millaray que solo respondió “Entonces vamos a buscar al
Hojarasquin del monte. Puede que no esté lejos”. Y cogiéndose de la mano de
Cajamarca, caminaron llamando a Rayo de Luna que llegó revoloteando entre los árboles, mientras el
Tunjo de Oro bostezaba imparable. “Ahora volvemos” dijo Cajamarca en alta voz
metiéndose en la espesura mientras Machuca y sus acompañantes se devolvían al
caserío.
Mas
adentro, buscando caminos entre los troncos, las ramas, los bejucos, el Tunjo salió
de la ruana y les dijo “Voy a ensuciar. Tienen que recoger mi cagada porque es
pura riqueza, oro puro.”. Entonces mirándose se afanaron poniéndolo en el
suelo, donde el Tunjo se hizo con una cagada de oro, blanda, amarilla y reluciente.
“No la dejen perder. Eso es puro oro. Así es que los voy haciendo cada día mas
ricos, como les prometí” añadiò el bebè. Y
Cajamarca se agachó tocando las “heces”,
desconfiado. Se agachó mas, oliéndolas, notando que no tenían mal olor y
que se iban poniendo duras rápidamente, convirtiéndose en un trozo de oro como
nunca había visto “Es oro puro” le dijo a Millaray que lo cogió mirándolo incrédula.
Lo golpeó con una piedra y hasta lo mordió, dándose cuenta que era el oro mas
puro que había encontrado a lo largo de su vida. “No les dije?” pronunció el
Tunjo cogiéndose de la mano de Millaray confirmando sus palabras.
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