“Que tal el funeral de Pucharma?” preguntó el
anciano “Lo enterraron con muchas riquezas, varios esclavos y cinco amantes jóvenes
que le ayudaran en su viaje” le contestó Ibagué “Eso está muy bien. Así irá
tranquilo a encontrarse con los dioses. Sin duda estarán esperándolo” dijo
Amuillán escarbándose los dientes con un palito. “De aquí también fue mucha
gente con joyas, ruanas, coronas, esmeraldas”. “Si” terminó diciendo Ibagué.
Allá nos encontramos todos.
Al
mucho rato casi anocheciendo, la gente que había asistido al funeral de
Pucharma en Salento, fue apareciendo en los alrededores del pueblo de los
Putimaes y de los Panches en actitud cansada. Entraban a sus chozas en
silencio, alumbrados por la luz amarilla y ahumada de las antorchas puestas
frente a los bohíos y en columnas de madera. Sitios especiales para que no
fuera a hacerse un incendio Se acostaban en hamacas y esteras quedándose
prontamente dormidos sin decirle ni una palabra a sus mujeres que los miraban
queriendo enterarse de lo que había pasado.
Cuando
el sol volvió a salir, Millaray y Cajamarca se alistaban a seguir su viaje
entre las tribus Pijao con el fin de encontrar a la niña Luz de sol que quizás
estuviera por éstos sitios cercanos. A eso se habían comprometido con ellos
mismos y con la diosa Inhimpitu en charlas secretas.
Como la
noche anterior la princesa se sintió desganada, cogió uno de los frutos de los
árboles del bosque prohibido que les había regalado Acaima, el diminuto cacique
de la tribu de los diablos de Oro y se lo comió en bocados pequeños, sintiendo
que se le fortalecía el cuerpo y se le iluminaba el pensamiento. En ese estado
comprendió que debía visitar a los indígenas Combeimas, que no estaban lejos de
Cajamarca, sino en un cañón, abajo de ellos, formado por altas montañas que en
gran parte del tiempo estaban envueltas en neblina, y por donde bajaba un rio
de aguas claras y potente fuerza desembocando mas abajo, dejando allá todos sus
secretos. Posiblemente ahí encontraría a Luz de sol. Ese era el presentimiento
que la rondaba. De modo que salió de su bohío y buscó a Cajamarca al que
encontró hablando con un grupo de indígenas, diciéndole de un solo tirón lo que
le pasaba. Entonces el regresó con su mujer al rancho y comió también de la
fruta prohibida sintiendo igual impulso. Fuerte, potente. Por eso hoy habían madrugado para irse
a los valles y aprovechar bien el dia.
Haciéndose
debajo de algunos árboles junto a la maloca, Millaray entonó el canto de Rayo
de Luna que apareció volando por encima de las chozas rodeando la casa circular
y parándose finalmente en su hombro. Ella le dijo acariciándole las alas “Llama
a tu amigo el cóndor porque tenemos que viajar enseguida”. “Como diga,
princesa” contestó el pájaro, cantando una sinfonía suave pero aguda y volando
al techo de una choza donde atrapó mas insectos dormidos.
Ahí
venía el cóndor deslizándose en silencio, cayendo suave cerca a la maloca.
Se
estremeció contento viendo a su dueña “Buenos días princesa, buenos días
Cajamarca. Para que es que me necesitan?”. “Tenemos que viajar al pueblo de los
Combeimas. Algo me dice que allá encontraremos a la niña Luz de Sol que anda
perdida desde hace tanto tiempo y que su madre Inhimpitu necesita” dijo
Millaray levantando mucho la cabeza para mirar los ojos de su amigo. “entonces
vámonos ya. No nos demoremos. Hay que hacerle caso a esa clase de impulsos”
dijo el cóndor esponjando su plumaje.
Cajamarca
había alistado en pocos minutos las cosas que llevarían. Por eso fueron al
rancho de Ibagué y Yexalen a despedirse. Los encontraron despiertos, sentados
en sillas forradas con pieles de ovejo, hablando de los funerales de Pucharma.
“Hasta luego padre, vamos a ir al pueblo de los Combeimas a ver si encontramos
a la niña Luz de sol allá” le dijo millaray poniendo las manos en una columna
que ayudaba a sostener el techo de la choza. “Te vas otra vez?”. “Si padre, esa es mi
obligación ahora. Ya estamos listos con Cajamarca y el cóndor, que nos está esperando
ahí afuera. Hasta luego Yexalen” le dijo a su amiga acercándose y dándole un
beso en la mejilla. “Que puedo decirte? Solo deseo que te vaya bien donde
quiera que estés, linda princesa”. Cajamarca había llegado también, arrastrando
las alpargatas para quitarles el barro que se les había pegado afuera en los
caminos “Cacique Ibagué y reina Yexalen, buenos días, como amanecieron?. Nos
vamos a las tierras de los Combeimas porque Millaray dice que allá encontraremos
a la niña Luz de Sol que tanto hemos buscado”. “Si, eso está bien, pero esperen
llevan algo de comer” les dijo Yexalen parándose afanada y buscando una ruana
con la que se cobijó porque el frio era como hielo. “Ya tenemos empacada comida
y otras cosas. Vean” explicó Cajamarca señalando el joto que llevaba en la
espalda. “Bueno. Entonces esperen los acompañamos hasta donde está el cóndor”.
Y salieron los cuatro caminando hasta donde se encontraba el buitre sacudiendo
las alas ansioso de volar. Al verlos bajó el ala derecha diciendo “Montese
princesa y usted también joven Cajamarca. Ya estoy listo para el viaje”. Cargaron
las flechas, una lanza, dos ruanas y el joto, y sujetándose del ala se dejaron llevar por el
buitre hasta la espalda, donde se acomodaron abrigándose con las ruanas. Abajo
Ibagué y Yexalen parados en las puntas de los pies, les decían “Adios” moviendo
las manos, mientras el buitre se levantaba en su vuelo, navegando en el aire todavía frio de
la mañana.
Muchos
indígenas salieron a las puertas de las chozas y a las callecitas a despedirse
de su princesa y de su antiguo cacique “Adios Princesa Millaray, adiós joven
Cajamarca que los dioses los protejan y los ayuden” decían estirándose. Muchos
alistaban hachas de piedra con las que rajarían la leña para cocinar los
alimentos. Otros entraban palos y troncos poniéndolos cerca a los fogones para
que se secaran rápido y para recibir calor ellos también.
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