Atrás
se habían quedado veinticinco mulas tiradas en el suelo con su carga. Pudiera
ser que al despertar lograran huir sin que los árboles se las comieran.
La
tribu no se dio cuenta a que horas llegaron a las propiedades de Calarcá.
La
ansiedad y el miedo no les permitió medir el tiempo pasado en ese inexplicable bosque,
tampoco se preocuparon por el cansancio que se les fue con el pavor,
ni por las mulas que bajaron aceleradamente comprendiendo de algún modo a la
naturaleza inexplicable y enigmática.
Abajo se
pusieron mas contentos viendo que en una larga extensión habían muchas chozas nuevas
esperándolos. Desde la salida de Cajamarca pensaron que tendrían que levantarlas
inmediatamente para tener donde resguardarse del frio, del sereno, de los
animales y la noche. Pero no, todo estaba listo para ellos, y gritando y
saltando se metían a los bohíos escogiendo las mejores viviendas. Pero tuvieron
que amontonarse en grupos, para dormir, porque tampoco eran suficientes. Ya
habría tiempo para construir las que hicieran falta. De modo que tendieron
pieles en el suelo, colgaron hamacas de los postes y extendieron las esteras
echándose a descansar y a olvidar el suceso que los tenía temblorosos e
incrédulos.
Así
pasó el resto de tarde y también la noche.
Al dia
siguiente madrugaron ya recuperados físicamente, pero todavía asombrados de los
árboles carnívoros que estaban tan cerca.
Durante
tres días estuvieron caminando por los alrededores, conociendo la región que
les pareció maravillosa por sus suaves montañas, por algunos arroyos salados
que les servirían para conseguir la sal con la que condimentarían sus comidas, y
por el ambiente tranquilo donde nadie los molestaría. En poco tiempo supieron
que tenían muchos vecinos, Quimbayas también, que vivían en Montenegro, La Tebaida,
Salento, Circasia, y algo mas lejos en Marsella, Chinchiná, Palestina y Villamaría.
Pronto se conocerían y se integrarían dándole unidad a ese pueblo.
Ya se
estaban alistando para construir las chozas, cuando vieron señales de humo no
muy lejos, al oriente y sonidos de cuernos llamando a la población porque algo
especial había pasado “Que será lo que pasa?” le preguntó Yexalén a Ibagué, caminando
de vuelta porque habían estado en un rio
bañándose y calentándose, aprovechando que el sol salió un rato. “No sé.
Tenemos que preguntarle a Calarcá a ver si sabe”. “entonces vamos”.
Aceleraron
el paso llegando en quince minutos al caserío.
Muchos
Quimbayas alistaban postes de gruesos troncos, guaduas maduras, hojas de palma de
cera, y arcilla para construir mas chozas, pero un grito formidable los sacó de
su trabajo “Ha muerto el cacique Pucharma, ha muerto Pucharma” gritaba Calarcá
caminando de un lado a otro, avisándole a su gente que se alistara para asistir
a los funerales que se harían en Salento donde estaba el cacicazgo del jefe
indígena muerto.
La
noticia se regó en un instante, llegando la tribu entera al caserío donde
rodearon a Calarcá, a Ibagué, a Millaray y a Yexalen para conocer mejor la
información. “Alístense los que quieran porque nos vamos a Salento. El cacique
Pucharma ha muerto y tenemos que acompañarlo en su viaje al otro mundo” decía
Calarcá gritando. Estaba acompañado por un Quimbaya asfixiado y sediento que
había venido corriendo por las montañas trayendo la noticia. “Nos vamos, nos
vamos entonces” gritaron muchos corriendo a las chozas sacando las flechas, las
joyas y las ruanas para caminar a donde fuera.
Calarcá
fue a su vivienda echando en un costal figuras de oro, joyas, esmeraldas,
diamantes y alimentos que llevaría como ofrenda al cacique muerto. “Esto será
para Pucharma en su largo viaje a la ciudad de los dioses” y en menos de lo que
pensaron cogieron camino entre una algarabía pocas veces escuchada. Ahí iba
Ibagué y también Cajamarca y Yexalen y Millaray formando la gran comitiva
visitante. No podían faltar porque su ausencia causaría enemistad entre esos
dos cacicazgos.
El
recorrido les gustó porque de una vez aprovecharían para conocer sus nuevas
propiedades. No fue larga la travesía, Salento estaba cerca. Por el camino se
encontraron con otros indios que también iban a los funerales de Pucharma, uno
de los cinco caciques con mas autoridad entre los Quimbayas que eran mas de
cien mil personas.
Pronto
llegaron al poblado, no muy grande. Como los otros cacicazgos, estaba compuesto
por familias que se colaboraban en todo, sin dejar de tener buenas relaciones
con los vecinos, que eran de la misma sangre. Muchas mujeres lloraban y
chillaban a todo grito, corriendo de un sitio a otro como locas lamentando la
pérdida. Los niños, asustados, también gritaban creando un alboroto
inigualable. Su dolor contagiaba a todo el mundo, llenando el ambiente de agobio,
de tristeza. Los hombres estaban cabizbajos, lacrimosos y la mayoría tomaba
chicha calmando el padecimiento. Lentamente llegaban mas y mas caravanas
cargadas de ofrendas que los sacerdotes y brujos les recibían depositándolas en
una choza preparada para eso.
Casi
todos venían pintados de colores fuertes, rojo, verde, azafrán, amarillo.
Tenían ruanas largas de muchos colores pero debajo estaban desnudos. Llevaban
puestas diademas de plumas y de oro, anillos, pulseras, pectorales, tobilleras,
narigueras. También llevaban flechas y lanzas. Pocos tenían alpargatas, los
demás iban descalzos. Las mujeres cargaban a sus niños en la espalda, sostenidos
por fajas de fibras tejidas en sus pueblos.
Tendrían
que pasar varias semanas de velorio en las que el cacique muerto se prepararía
para su nueva vida. Los sacerdotes de su tribu y de las tribus vecinas lo
habían pintado con vivos colores, adornándolo con anillos de oro, lo mismo que
con pulseras, tobilleras, narigueras, collares y la mejor corona de oro y
diamantes que tenían. Fue ataviado con mantas lujosas y otros adornos de oro
que le ponían cerca. Era inumerable la gente que iba y venía hablando bajo y
llorando. Muchos permanecían sentados durmiendo cabizbajos su borrachera. Las
mujeres no paraban de cocinar en grandes fogatas e inmensas ollas de barro
puestas al frente de las chozas. La gente comía sin parar, aprovechando la
oportunidad de saciarse con buenas meriendas. Los pedidos a los dioses eran
constantes “Dioses de la muerte, dioses de las estrellas, llevad a Pucharma con
vosotros. Dadle la paz y el reconocimiento que merece oh divinos dioses”. “No
olvidéis a vuestro hermano, dioses del viento y de las sombras. Dadle la mano”.
“El lleva mucho oro y comida y todo lo repartirá con vosotros, dioses del
silencio. Abridle las puertas para que entre como el cacique que es”.
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