Después
de dos horas de camino en que las que el sol apareció por momentos, los sorprendieron
repentinamente gigantescas ramas que se movían ansiosas estirándose y crujiendo
afanadas con ganas de atraparlos. Los tallos de los árboles se doblaban a todo
lado facilitando a las ramas agarrar a
muchos indios a los que levantaban, sacudiéndolos y apretándolos con sus fibras
tan hambrientas. Grandes flores amarillas, rojas y violeta, como vulvas insatisfechas
se abrían palpitantes mostrando salvajes sus pétalos bellos pero mortales, sus
estambres móviles y orgiásticos, y sus gargantas fibrosas, húmedas de hambre y
ganas. Hacía mucho que no comían carne humana y no podían dejar pasar ésta
oportunidad de tener un banquete incomparable.
Se
escapaban de esas flores y en general de todos los árboles, vahos venenosos, letárgicos, y fina brisa lechosa que cayendo
encima de la gente, en un instante la desvanecía, doblándola a tierra, tumbándola
allí, débil, inconciente y temblorosa, como si sufriera un ataque de epilepsia.
Esa extraña brisa les derretía muy rápido la carne, entre horribles gritos y
movimientos locos de los hombres que corrían desesperados queriendo escapar de
aquel infierno.
Así,
sin tanto problema, el bosque por el que estaban pasando, se devoraría aquella
tribu llegada inesperadamente para un festín inolvidable.
Gritos aun
mas pavorosos rompieron la rutina de la selva “Cuidadooooo, cuidadooooo. Estos
son los árboles carnívoros de que tanto nos han hablado en otras partes. Huyaaaaaamooooos,
huyaaaaaamooooos antes de que nos comaaaaaan” gritaba alguien realmente
enloquecido “Me agarrarooooon, me agarraroooon y no puedo soltarmeeeeeeee.
Ayúdenmeeeeee, ayúdenmeeeee ya. No me abandonen ”.
Calarcá
se desesperó sin saber que hacer. Corría delirante queriendo ayudar a su gente,
evitando el contacto con las ramas enardecidas, lo mismo que Ibagué. Las mulas
entendiendo también la situación, nerviosas y agitadas se estrellaban entre
ellas y con todo, rebotando en el suelo entre sordos sonidos, cayendo
prisioneras de los árboles que las elevaban hasta las flores abiertas,
que se iban cerrando herméticas encima de los cuerpos.
Viendo
semejante espectáculo, Millaray cogió velozmente a Rayo de Luna que estaba en
su hombro, diciéndole “Pájaro de mil colores, tu que eres el dueño del poder,
haz algo por nosotros. Sálvanos de éste ataque tan traicionero y tan peligroso de éstos árboles”.
“Como ordene princesa” le contestó el pájaro que salió volando en medio de las ramas, cantando mágicamente, como nunca lo había hecho. Era un canto prodigioso poco usado por el ave.
De repente
la selva hizo un silencio impresionante quedando todo en quietud. Hasta los
pájaros se inmovilizaron lo mismo que las nubes y el viento que quedaron
cristalizados en ese momento. Los árboles se debilitaron aflojando las ramas desgonzándose
desvanecidas como brazos sin vida, soltando a sus presas que también cayeron al
suelo, inconcientes.
Y Rayo
de Luna no dejaba de cantar.
Se
volvió a parar en el hombro de Millaray diciéndole. “Debemos salir inmediatamente
de éste sitio porque si estamos aquí cuando los árboles se despierten, no
tendremos ya escapatoria”. Entonces Cajamarca oyendo al pájaro, corrío hasta
donde estaba Calarcá, diciéndole “El pájaro de mil colores es el que nos ha
salvado del ataque de los árboles carnívoros y acaba de decir que salgamos
inmediatamente de aquí porque mas tarde puede ser terrible y definitivo lo que
pase”. “Verdad? Es verdad lo que dice?”. “Por favor gran guerrero deje la
incredulidad, lo que debemos hacer es obedecerle al pájaro, después le
explicaré el sortilegio que esa ave tiene”. Entonces Calarcá levantó la cabeza
y haciendo bocina con las manos gritó “Vámonooooos, vámonooos rápidamente de
aquíiiiiiii Quimbayas. Carguen a los indios que estén dormidos y corramos ligero
que nos queda poco tiempo para salvarnoooos”. “Los árboles volverán a
despertarse y si estamos aquí nos tragarán como sea” añadió Cajamarca gritando
también, y corriendo en su caballo junto a Millaray y a Yexalen que ya habían
empezado a circular en medio de la tribu montadas en sus llamas.
Las
mulas comprendieron el peligro y mansas corrieron ordenadas entre la
muchedumbre que saltaba y corría empujándose, gritando y mirando a todas partes
con los ojos como bolas.
Corriendo
así de furiosos, pronto se encontraron en
un territorio despejado desde donde vieron un valle que seguramente era a donde
iban. “Allá abajo es a donde vamos. Si alcanzan a ver las chozas?” dijo alguno
señalando la extensión verde, y se afanaron aun mas, bajando entre barrancos y
malezas que quedaban tronchadas debajo de la multitud escandalosa.
Atrás
se habían quedado veinticinco mulas tiradas en el suelo con su carga. Pudiera
ser que al despertar lograran huir sin que los árboles se las comieran.
La
tribu no se dio cuenta a que horas llegaron a las propiedades de Calarcá.
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