Los Quimbayas habían aprovechado esa tarde
para terminar de empacar los bultos y los corotos. Dejarían muchas ollas y
tejidos, dejarían flautas de oro y finas esculturas para que los Panches y los
Putimaes los recordaran. Así entre una muda nostalgia y una alegría rara, todo
el mundo se acostó arrunchándose debajo de las cobijas esperando el calor hasta
quedarse dormidos debajo de la neblina que no quería abandonarlos.
La
noche pasó entre ventarrones miedosos y aguaceros. Los rayos partieron el
espacio que gritaba adolorido con sus truenos.
Al otro
día la gente se levantó temprano. Todavía estaba oscuro pero muchos gallos
cantaban ya, presintiendo la luz del nuevo sol.
Las
mulas fueron cargadas rápidamente entre un agite humano activo y colaborador.
Hasta los niños se habían levantado a mirar el tropel para despedirse de sus
amigos, llorando casi siempre, limpiándose los mocos con las ruanas y los
brazos. Las mujeres cocinaban alimentos en grandes ollas de barro puestas en
hornillas donde la candela incendiaba los carbones y las piedras bujando en
enemistad con el frio y calentando bien el ambiente. Muchos entraban a
caloriarse sentándose en tablones puestos encima de piedras bien acomodadas
alrededor de los fogones, mientras las mujeres empacaban muchas papas, yucas,
fríjoles y carne asada en hojas de plátano para darle buen sabor a todo lo que
iba allí. Ya muchos tomaban chicha y fumaban tabaco, riendo y gritando sin
control, mientras otros comían papas con carne asada y arepas calientes en los
fogones de las cocinas.
Calarcá
estaba montado en su caballo revisando a su tribu que se había puesto ruanas de
lana de ovejo para evitar el frio, y alpargatas gruesas hechas con cabuya de
maguey para el camino. Ibagué lo acompañaba encaramado también en su caballo,
lo mismo que el joven Cajamarca, mientras Millaray y Yexalen se alistaban para
irse en dos llamas gigantescas que el guerrero les había traido la noche
anterior y en las que viajarían cómodas y veloces. “Siguen las aventuras para
mi y para Cajamarca” le dijo Millaray a Yexalen jalando con los dientes un
pedazo de carne que le habían pasado hacía poco desde una cocina alborotada.
“Yo también quiero conocer las tierras a donde van los Quimbayas. Calarcá me
dijo que allá hay miles de mas Quimbayas que no hace mucho llegaron del otro
lado del mundo y que saben muchas cosas, muchos secretos que quizás podamos
conocer”.
Ahí Yexalen
dejó de hablar porque el pájaro de mil colores llegó veloz, cantando y parándose
en el hombro de Millaray que loca de alegría lo cogió diciéndole “Hola Rayo de
Luna por qué me dejaste sola sin avisarme que te demorarías, por qué?” y el
pájaro cantaba volando a su alrededor diciéndole “Es que ahora soy buen amigo
del cóndor de los Andes con el que siempre vamos a todas partes. Quise
acompañarlo una noche porque a pesar de ser tan poderoso, mantiene muy solo en
su nido. Pero ya he vuelto, y voy a donde tu vayas, bella princesa”. “gracias Rayo de Luna por tu lealtad. Al fin me devuelves
la tranquilidad. Pero no te vuelvas a escapar de esa manera y menos sin avisarme”.
“Está bien princesa, de ahora en adelante obedeceré todo lo que me diga”
contestó el ave parándose en el hombro de Yexalen que quería cogerlo y
acariciarlo un rato.
“Nos
vamoooossss, nos vamooossss, nos vamooosss yaaaaaa” gritaban los quimbayas
soltando las mulas que habían amarrado a los postes de las chozas y a los
troncos de los árboles, arriándolas entre silbidos y gritos mientras la gente que
se iba y que se quedaba se decían cosas haciéndose miles de promesas. “Volveré,
le prometo que volveré muy pronto”. “Tenga, le dejo esta figura que le servirá
de talismán en los peligros”. “Gracias”. “cuando esten en peligro invoquen a
Mohán o al mago Huenuman que inmediatamente llegarán a ayudarlos”. “Si, lo
haremos. No olvidaremos esos consejos”. “Como la diosa Madremonte es la jefe de
los bosques, también puede ayudarlos en caso de algún peligro. No se les olvide
invocarla”. Y entre tanta palabra y tanto consejo hubo lágrimas, abrazos, besos.
Los primeros de la gavilla empezaron a meterse en el bosque entre gritos y
silbidos para encaramarse luego a las montañas, que estaban como casi siempre, tapadas
por la neblina.
Así se
fueron y el sol no quería dar la cara hoy.
La
tribu avanzaba controlando a las mulas metidas hasta arriba de las rodillas en
el barro. A todos les era difícil andar pero de algún modo encontraban lugares
por los que finalmente se adelantaban. Tuvieron que desviarse por un lugar
desconocido y oscuro por el que posiblemente nadie había transitado. Era bosque
cerrado, gran penumbra y frio congelador. Fieras, algunas de ellas desconocidas
y culebras venenosas y bichos mortales. Pero por ahí se fueron tratando de
orientarse con el sol que difícilmente se veía entre las hojas de ese bosque
oscuro y las nubes tan grises. Gritaban y silbaban ordenando la manada mular que
sin ver ningún camino, se desconcertaba agitada y resollante entre los árboles
y los pantanos.
Rugidos
y gritos se oían lejos.
Algunas
serpientes mansas tuvieron que huir frente a semejante muchedumbre que podía
serles fatal. Montoneras de pájaros se fueron por encima de los árboles
gritando en gran escándalo y buscando lugares mas tranquilos. La neblina no
dejaba casi ver y por eso tenían que caminar despacio. Millaray y Yexalen acercaron
las llamas en las que iban montadas, cogiéndose de un lazo para no perderse.
Cajamarca iba junto a ellas cuidándolas, mientras Calarcá e Ibagué dirigían la marcha
entre largos vozarrones.
Después de dos horas de camino en que las que el sol apareció por
momentos, los sorprendieron repentinamente gigantescas ramas que se movían
ansiosas estirándose y crujiendo afanadas con ganas de atraparlos. Los tallos
de los árboles se doblaban a todo lado facilitando a las ramas agarrar a muchos indios a los que levantaban,
sacudiéndolos y apretándolos con sus fibras tan hambrientas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario