viernes, 19 de julio de 2013

EL PAIS DE LA NIEVE 86 (La desconocida y fantástica historia del pueblo Pijao)








Al fin se dieron cuenta que tenìan que dormir, y entrando a la maloca y a las chozas se acostaron en hamacas y en esteras para reponerse del desorden que habían tenido. Muchos quedaron tendidos cerca de las chozas, en el pasto y entre la maleza, en medio del frio congelante.
El pueblo estaba dormido todavía, cuando el sol del nuevo dia recorrió muy brillante pero silencioso, el cielo que había estado azul, y empezò a descolgarse entre nubes amarillas-incendiadas que le daban paso para irse a descansar al otro lado del mundo.
Algunos Quimbayas que no habían tomado mucha chicha, cargaban costales hechos con  fibra de maguey. Los llenaban con cachivaches y baratijas, pero también con su oro que era bastante y con sus emeraldas que tenían por olladas, poniéndolos en las espaldas de las mulas, amarradas a las chozas y a los árboles para que se estuvieran quietas donde las necesitaban. “Nosotros podemos irnos adelante mientras los demás se despiertan y se alistan a seguirnos” decían tirando lazos encima de los bultos, sujetándolos fuerte a los animales que pateaban el suelo sintiéndose asfixiadas, y afanadas también por el ajetreo a que las obligaban.
No se habían dado cuenta que el guerrero Calarcá estaba listo desde hacía rato.
En éste momento tomaba caldo con papas y comia carne de ovejo asada, con yucas sancochadas, acompañado por una bella indígena quimbaya que también comía en la choza en la que se habían quedado.
Calarcá no se emborrachó mucho y ahora estaba muy activo. Solo esperaba que Ibagué, Cajamarca, Millaray, Yexalen y todos los sacerdotes y ancianos se despertaran para despedirse y empezar el viaje. Sin embargo vió que la tarde corría rápida y que ir de noche por caminos embarrados y desconocidos no sería prudente. Por eso arrimándose con su amiga a donde estaban los Quimbayas alistando los bultos para el viaje, les dijo “Mejor vamos a esperar y nos reponemos bien para irnos mañana bien temprano. Así aprovecharemos el día desde antes del amanecer y llegaremos al Quindío cayendo la tarde”. “Como diga, cacique Calarcá. Sus ordenes deben ser obedecidas” y sin chistar mas, bajaron los bultos de las mulas dejándolos listos en las chozas para el dia siguiente.
Ya finalizando el día salieron por fin todos de su largo sueño.
 “Que borrachera tan terrible” dijo Ibagué saludando repentinamente a Calarcá que estaba sonriente y tranquilo sentado en una piedra mirando las mulas pastando en la orilla del bosque “Hola cacique Ibagué. Fue una fiesta memorable la que tuvimos. Como  pocas. Nunca olvidaremos esta despedida. Nos vamos mañana antes de que salga el sol” contestó Calarcá escuchando el Anaime que bajaba ruidoso arrastrando árboles, troncos, hojas, piedras y animales desafortunados caidos en sus aguas. “Tengo ganas de acompañarlos para conocer esas tierras. Voy a decirle a Cajamarca que vaya con nosotros. Nos estaremos allá unos días” le proponía Ibagué al guerrero, que abría los ojos entusiasmado. “Verdad?. Estaré muy contento de que vayan y nos ayuden a instalarnos. Gracias Ibagué por no dejarnos solos”.
En ese momento asomaron a lo lejos Millaray, Cajamarca, Yexalen y Amuillan atraídos por el guerrero y el cacique a los que veían concentrados en su charla. “Mire Calarcá, allá vienen todos los amigos. Vamos a decirles que vayan con nosotros”. “Claro, el viaje no es largo y hasta Millaray y Yexalen podrían venir también” dijo Calarcá poniendo un lazo  de maguey en el suelo y parándose de la piedra listo a saludar a sus amigos. “Hola joven Cajamarca, hola Millaray. Buenos días Yexalen y taita Amuillan, como amanecieron?”. “Bien. Estamos algo surumbáticos pero bien” dijo Cajamarca dándole paso a las mujeres que saludaron al guerrero poniéndose la mano en la frente y en el corazón. “veo que ya están bien. El sueño los ha repuesto” comentó calarcá sujetándose el guayuco y la diadema de plumas de guacamaya que un quimbaya le había regalado la tarde anterior. “No crea, todavía no” contestó Yexalen apretándose las sienes y cobijándose bien la ruana, evitando el frio. “Yo quiero ir con mi amigo Calarcá a sus nuevas propiedades que están cerca de aquí. Por eso los invito a que vayan con nosotros” dijo Ibagué mirando al grupo. “Pues yo también tengo ganas de ir” contestó Cajamarca sonriendo y mirando a Millaray y a Yexalen para ver que cara hacían “Que me estás diciendo con esa mirada?” le preguntó la princesa acercándose y abrazándolo. “Que vayas con nosotros”. “Claro que iré. Pero esta vez me llevaré a Yexalen para que me acompañe y me cuente como ha sido su reinado en éste pueblo” dijo cogiendo de las manos a su amiga que sonreía contenta. “Quiere decir que usted, taita Amuillán, se quedará encargado del pueblo como siempre” le dijo el cacique Ibagué acercándosele y golpeando el suelo con la punta de su lanza. “si gran cacique, pueden irse tranquilos. Ustedes saben que el pueblo Panche y los Putimaes me respetan y obedecen todas mis órdenes. De modo que no hay problema”. “Gracias Amuillán” contestó Ibagué, besando al anciano en la frente. “No es nada cacique, vayan tranquilos a fundar ese pueblo de Calarcá”.
Entonces se alejaron cada uno por su lado hablando y señalando al sol y a las montañas. Fueron a la maloca, a las chozas. Echaron un vistazo al rio sentándose en las piedras y en los troncos. La noche llegó y los indios encendieron las antorchas iluminando las chozas y las callecitas embarradas. Muchos niños lloraban de frio entre los gritos de órdenes de las mujeres y algunos berridos de los hombres. En el bosque se oía el ruido de las aves buscando sus ramas, los cantos de los sapos entre las piedras y los palos, y las melodías de las chicharras. La luna no tuvo fuerzas de alumbrar entre las nubes tan espesas y tan negras, menos las estrellas que eran mas débiles y estaban mas lejanas.
 Los Quimbayas habían aprovechado esa tarde para terminar de empacar los bultos y los corotos. Dejarían muchas ollas y tejidos, dejarían flautas de oro y finas esculturas para que los Panches y los Putimaes los recordaran. Así entre una muda nostalgia y una alegría rara, todo el mundo se acostó arrunchándose debajo de las cobijas esperando el calor hasta quedarse dormidos debajo de la neblina que no quería abandonarlos.
La noche pasó entre ventarrones miedosos y aguaceros. Los rayos partieron el espacio que gritaba adolorido con sus truenos.


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