Al fin se
dieron cuenta que tenìan que dormir, y entrando a la maloca y a las chozas se acostaron
en hamacas y en esteras para reponerse del desorden que habían tenido. Muchos
quedaron tendidos cerca de las chozas, en el pasto y entre la maleza, en medio
del frio congelante.
El
pueblo estaba dormido todavía, cuando el sol del nuevo dia recorrió muy
brillante pero silencioso, el cielo que había estado azul, y empezò a descolgarse
entre nubes amarillas-incendiadas que le daban paso para irse a descansar al
otro lado del mundo.
Algunos
Quimbayas que no habían tomado mucha chicha, cargaban costales hechos con fibra de maguey. Los llenaban con cachivaches
y baratijas, pero también con su oro que era bastante y con sus emeraldas que
tenían por olladas, poniéndolos en las espaldas de las mulas, amarradas a las
chozas y a los árboles para que se estuvieran quietas donde las necesitaban. “Nosotros
podemos irnos adelante mientras los demás se despiertan y se alistan a
seguirnos” decían tirando lazos encima de los bultos, sujetándolos fuerte a los
animales que pateaban el suelo sintiéndose asfixiadas, y afanadas también por
el ajetreo a que las obligaban.
No se habían
dado cuenta que el guerrero Calarcá estaba listo desde hacía rato.
En éste
momento tomaba caldo con papas y comia carne de ovejo asada, con yucas
sancochadas, acompañado por una bella indígena quimbaya que también comía en la
choza en la que se habían quedado.
Calarcá
no se emborrachó mucho y ahora estaba muy activo. Solo esperaba que Ibagué,
Cajamarca, Millaray, Yexalen y todos los sacerdotes y ancianos se despertaran
para despedirse y empezar el viaje. Sin embargo vió que la tarde corría rápida
y que ir de noche por caminos embarrados y desconocidos no sería prudente. Por
eso arrimándose con su amiga a donde estaban los Quimbayas alistando los bultos
para el viaje, les dijo “Mejor vamos a esperar y nos reponemos bien para irnos
mañana bien temprano. Así aprovecharemos el día desde antes del amanecer y
llegaremos al Quindío cayendo la tarde”. “Como diga, cacique Calarcá. Sus ordenes
deben ser obedecidas” y sin chistar mas, bajaron los bultos de las mulas
dejándolos listos en las chozas para el dia siguiente.
Ya
finalizando el día salieron por fin todos de su largo sueño.
“Que borrachera tan terrible” dijo Ibagué
saludando repentinamente a Calarcá que estaba sonriente y tranquilo sentado en
una piedra mirando las mulas pastando en la orilla del bosque “Hola cacique
Ibagué. Fue una fiesta memorable la que tuvimos. Como pocas. Nunca olvidaremos esta despedida. Nos
vamos mañana antes de que salga el sol” contestó Calarcá escuchando el Anaime
que bajaba ruidoso arrastrando árboles, troncos, hojas, piedras y animales
desafortunados caidos en sus aguas. “Tengo ganas de acompañarlos para conocer
esas tierras. Voy a decirle a Cajamarca que vaya con nosotros. Nos estaremos
allá unos días” le proponía Ibagué al guerrero, que abría los ojos entusiasmado.
“Verdad?. Estaré muy contento de que vayan y nos ayuden a instalarnos. Gracias
Ibagué por no dejarnos solos”.
En ese
momento asomaron a lo lejos Millaray, Cajamarca, Yexalen y Amuillan atraídos
por el guerrero y el cacique a los que veían concentrados en su charla. “Mire
Calarcá, allá vienen todos los amigos. Vamos a decirles que vayan con nosotros”.
“Claro, el viaje no es largo y hasta Millaray y Yexalen podrían venir también”
dijo Calarcá poniendo un lazo de maguey en
el suelo y parándose de la piedra listo a saludar a sus amigos. “Hola joven
Cajamarca, hola Millaray. Buenos días Yexalen y taita Amuillan, como
amanecieron?”. “Bien. Estamos algo surumbáticos pero bien” dijo Cajamarca
dándole paso a las mujeres que saludaron al guerrero poniéndose la mano en la
frente y en el corazón. “veo que ya están bien. El sueño los ha repuesto”
comentó calarcá sujetándose el guayuco y la diadema de plumas de guacamaya que
un quimbaya le había regalado la tarde anterior. “No crea, todavía no” contestó
Yexalen apretándose las sienes y cobijándose bien la ruana, evitando el frio.
“Yo quiero ir con mi amigo Calarcá a sus nuevas propiedades que están cerca de
aquí. Por eso los invito a que vayan con nosotros” dijo Ibagué mirando al
grupo. “Pues yo también tengo ganas de ir” contestó Cajamarca sonriendo y
mirando a Millaray y a Yexalen para ver que cara hacían “Que me estás diciendo
con esa mirada?” le preguntó la princesa acercándose y abrazándolo. “Que vayas
con nosotros”. “Claro que iré. Pero esta vez me llevaré a Yexalen para que me
acompañe y me cuente como ha sido su reinado en éste pueblo” dijo cogiendo de
las manos a su amiga que sonreía contenta. “Quiere decir que usted, taita
Amuillán, se quedará encargado del pueblo como siempre” le dijo el cacique
Ibagué acercándosele y golpeando el suelo con la punta de su lanza. “si gran
cacique, pueden irse tranquilos. Ustedes saben que el pueblo Panche y los
Putimaes me respetan y obedecen todas mis órdenes. De modo que no hay problema”.
“Gracias Amuillán” contestó Ibagué, besando al anciano en la frente. “No es
nada cacique, vayan tranquilos a fundar ese pueblo de Calarcá”.
Entonces
se alejaron cada uno por su lado hablando y señalando al sol y a las montañas.
Fueron a la maloca, a las chozas. Echaron un vistazo al rio sentándose en las
piedras y en los troncos. La noche llegó y los indios encendieron las antorchas
iluminando las chozas y las callecitas embarradas. Muchos niños lloraban de
frio entre los gritos de órdenes de las mujeres y algunos berridos de los hombres.
En el bosque se oía el ruido de las aves buscando sus ramas, los cantos de los
sapos entre las piedras y los palos, y las melodías de las chicharras. La luna
no tuvo fuerzas de alumbrar entre las nubes tan espesas y tan negras, menos las
estrellas que eran mas débiles y estaban mas lejanas.
Los Quimbayas habían aprovechado esa tarde
para terminar de empacar los bultos y los corotos. Dejarían muchas ollas y
tejidos, dejarían flautas de oro y finas esculturas para que los Panches y los
Putimaes los recordaran. Así entre una muda nostalgia y una alegría rara, todo
el mundo se acostó arrunchándose debajo de las cobijas esperando el calor hasta
quedarse dormidos debajo de la neblina que no quería abandonarlos.
La
noche pasó entre ventarrones miedosos y aguaceros. Los rayos partieron el
espacio que gritaba adolorido con sus truenos.
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