“Los Quimbayas son gente trabajadora y artistas
nobles, muy creativos. Fortaleceremos este pueblo y lo haremos grande para que
haya memoria de nosotros”. “Así debe ser. Ojalá las generaciones que vengan no nos olviden” añadió Amuillán metièndose en el grupo.
Entonces Ibagué
cogiendo a Millaray de una mano volteó a mirar a sus amigos invitándolos a la
maloca para que se protegieran del frio que cada vez era mas helado. “Vamos
allá adentro. Tenemos fogatas encendidas y mucha comida ya casi lista. Nos
calentaremos bien y comeremos suficiente porque me imagino que todos tenemos
hambre”. “Jajajajajajajaja, si”. Entonces caminaron a la maloca entre la gente
que saludaba con gritos, silbidos alegres y carreras tropezadas. Les habían
hecho una calle humana por donde circularon entrando ligero a la grande
construcción.
El cóndor no había
perdido el tiempo. Después de haber sido saludado por la gente que lo tocaba y
le preguntaba cosas de sus viajes, había volado a su nido, no muy lejos del
pueblo. Allá no sentiría los helados ventarrones que cruzaban agitados por en
medio de las chozas tumbando cosas, porque su nido estaba protegido por altas
rocas que le permitirían descansar y dormir lo que quisiera.
En la maloca todo se
había transformado en fiesta.
Ahora corrían riendo,
hablando, encendiendo antorchas para apartar la neblina y dar calor, adornando
las columnas con flores, inventando comidas nuevas, pintándose como mejor
podían, poniéndose las pulseras mas brillantes, lo mismo que las tobilleras,
las diademas de oro y diamantes, los anillos, los mejores vestidos y las mas
vistosas ruanas. Ver otra vez a su antiguo cacique Cajamarca y a la princesa
Millaray, era motivo de celebraciòn, de modo que el pueblo fue adornado
aceleradamente para celebrar la llegada de ellos. Los mùsicos sacaron las charrascas,
los cuernos, las caracolas, las tamboras, las flautas, interpretando canciones
por las calles, alrededor de la maloca y dentro de ella, donde preparaban
comidas bien sazonadas, y carnes de excelente sabor, con animales recién
cazados en el bosque.
“Para donde es que se va el guerrero Calarcà
con los Quimbayas?”. “Dicen que para unas tierras cerca de aquì, donde viven
mas Quimbayas venidos del otro lado del mundo. Asì dicen” comentaban algunos
indios. “Ese Calarcà es muy valiente. Ha derrotado a muchos enemigos y conseguido
grandes tierras para casi todas las tribus Pijao”. “Si. Por eso merece ser el
cacique de alguna tribu, para que no esté en tantas batallas y para que
descanse un poco. Su sangre guerrera y su lealtad con la nación Pijao asì lo
piden ahora”. “ Si. Asì es”.
Millaray
se habìa acomodado en una banca donde estaba Cajamarca contàndole a Ibaguè y a
Yexalen las aventuras que habìan tenido. La gente cercana los vió tan concentrados
en sus historias, que se fueron acercando para no perderse ninguna. La joven no
paraba de hablar, mientras los oyentes tampoco se acordaban de comer. Eso durò
mas de tres horas hasta que algunas mujeres finalmente los llamaron “Tienen que
venir a comer. La comida està lista desde hace rato”. Entonces ya algo
hambrientos, se pararon a donde estaban los fogones con su candela viva y sus
carbones incandecentes, recibiendo las totumas con frìjoles, y grandes bateas
de madera llenas de carne asada, papas saladas, alverjas y frutas que les
pusieron en una mesa hecha con un tronco gigante.
Al rato,
cuando ya reposaban, escucharon gran alboroto en los alrededores de la maloca y
se afanaron. Entonces se asomaron para ver lo que pasaba.
“Seguiremos
siendo un solo pueblo” gritaba un indio Quimbaya tomando largos sorbos de
chicha. “Nos iremos a otras tierras pero nos visitaremos para ver como nos va”.
“Nosotros sacaremos el oro de las montañas y de los rios para compartirlo con
ustedes, para que sigan haciendo esas figuras tan lindas que saben hacer” dijo
un Panche abrazàndose con un Quimbaya tambièn borracho.
La
chicha corrìa como agua.
Un
indìgena Putimae dijo “Tenemos que traer a Cajamarca, a Millaray, a Calarcà, a
Ibaguè, a Yexalen y a todos para que nos acompañen aquí”. “Si, llamèmoslos. No
pueden dejarnos solos en la despedida”. “Princesa Millaray, princesa Millaray,
venga nos acompaña”. “Cacique Cajamarca, cacique Ibaguè, vengan. Nos vamos a
otras tierras y entonces ya no será lo mismo” gritò un Quimbaya tambaleàndose a
la entrada de la maloca. “Vengan, vengan”. Y un griterìo notable se levantò, y
la gente de la maloca entendiò que debìan acompañar de cerca a las tribus. “Nos iremos pero muy seguido volveremos a èstas tierras” decìan. “A donde
vamos tambièn pueden ir ustedes. Las tierras de Calarcà son para todos
nosotros”. Y se abrazaban entrando a las chozas, sacando lo mejor para dárselo
a sus amigos. Ruanas, guayucos, diademas, coronas, pulseras, comida,
esculturas, flautas . . .Eso no paraba mientras la borrachera era mas fuerte..
Ya Ibaguè se habìa montado en su caballo Cuminao bebiendo chicha y
trotando por el pueblo
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