Ese viaje fue como un
relámpago. No sintieron el tiempo quizás por el miedo que todavía tenían,
recordando la manera como se habían encontrado con la Pata sola.
Llegaron en treinta
minutos a esa región donde hacía frio y donde el dia estaba neblinoso.
Desde arriba vieron las
tres tribus que habitaban allí.
Los Putimaes pueblo
gobernado antiguamente por el joven Cajamarca. Gente trabajadora y callada de
la que el había sido su cacique hasta no hacía mucho. Mejor dicho, hasta que se
comprometió con la joven Millaray, dándole como dote a su padre Ibagué, la mayoría
de propiedades y la dirección de su pueblo. Los Panches verdadera tribu
del cacique Ibagué, gente aventurera que buscaba tierras para asentarse a vivir
tranquilamente fundando un pueblo, y dejar así de andar por los caminos como si
fueran los vagabundos de Columbus. Y los Quimbayas, pueblo de pensamiento artístico que todavía no tenían territorio fijo y que eran dirigidos desde lejos por el
gran cacique y guerrero Calarcá, defensor de los Pijaos.
Todos estaban muy
activos.
Iban y venían gritando
y silbando entre el viento que se llevaba los sonidos.
Daban ordenes señalando
aquí y allá, sacando cosas de las chozas echándolas a los costales que aseguraban en el lomo de las mulas,
preparándose quien sabe para que. “Baje rápido cóndor. Algo raro está pasando
en el pueblo” le ordenó Millaray. “Que es lo que pasa?” Se preguntaba afanada. Entonces
el buitre, obediente, descendió vertical entre la
multitud que al verlo tan potente, le abrió espacio con clamores,
risas y mucha alegría porque podían tener otra vez a la princesa
y al joven Cajamarca a los que desde hacía días no veían.
Los jovenes saltaron de
las espaldas del ave, resbalándose por las alas, cayendo al suelo que tanto
conocían, en medio la muchedumbre arremolinada en un desorden de fiesta. Rayo
de Luna cantó mucho encima del hombro y de la cabeza de Millaray, presintiendo que ese pueblo le iba a ser muy familiar.
Cóndor fue mirado y
acariciado por miles de personas debajo de el, saludándolo y queriendo
subir a su espalda para que los llevara un momento por los aires. Lo querían porque
era un ave única en Columbus, respetada en todo sitio. El se dejó manosear porque estar entre la gente que conocía, con la que había nacido y
crecido era lo mejor que podía pasarle.
“Hija, hija por fin has
vuelto” gritó de pronto el cacique Ibagué saliendo a la carrera de la maloca,
donde había estado hablando largo rato con los ancianos del pueblo. Atravesó casi
como una flecha la multitud que le daba paso empujándose entre ellos “le doy
gracias al cielo porque has vuelto sana y salva y porque estas mas bella y
morena que otros dias. También a ti te saludo joven Cajamarca. Te veo musculoso
y fuerte. Me alegra verte porque eres mi yerno y casi como mi hijo ” gritaba Ibagué
seguido por Yexalén que radiante, con una sonrisa bella y con los ojos
muy brillantes, miraba a sus amigos.
Millaray saludó entre
el griterío “Padre, padre tan bueno volver a verte y tan bueno estar en mi
tierra” le dijo en un largo abrazo. Luego se volteó mirando a su amiga
a la que vio hermosa “Hola yexalén, estás muy linda. Ser la reina de éste pueblo
te ha convertido en una mujer encantadora” y se abrazaron largo, largo.
“Mi recordado yerno Cajamarca,
te veo mas fuerte y sereno” le decía Ibague mirándolo de arriba abajo. “Es una alegría volver a verlos” dijo Yexalen que estaba como
confundida entre tanta gente. “Tenia ganas de saludarlos y de ver otra vez
estas tierras que no olvido” casi gritó Cajamarca entre tanto saludo y alegría.
Ahí llegó el
taita Amuillán cobijado por dos ruanas largas de colores que lo abrigaban bien
y que usaba seguido porque Sentía mucho frio en todo tiempo “Princesa, princesa
Millaray tan linda que está” gritó entre la muchedumbre que también se abría a
uno y otro lado haciéndole una calle
para que pasara. “Tan poco tiempo que ha corrido y sin embargo lo veo mas poderoso
y maduro, joven Cajamarca” le decía a su antiguo cacique con el que se abrazó mas
de medio minuto.
Los seguían miles de
ojos, cuando de pronto llegó un alto y musculoso indígena, rápido y decidido, de
facciones duras que los saludo mirándolos con sus ojos penetrantes, muy fijos
“Es un gusto volver a verla, princesa Millaray lo mismo que a usted cacique
Cajamarca. De verdad me alegra volver a verlos después de lo que pasó en el
nevado” dijo el guerrero Calarca acercándose y abrazándolos, cosas que pocas
veces hacía porque consideraba que eso era debilidad.
Había venido para
llevarse a los Quimbayas, su pueblo, a un sitio no muy lejano, recién descubierto y que desde tiempo
atrás había prometido a su tribu. “Hola cacique Calarcá, me alegra saludarlo
porque hacía días que no lo veía. Hace mucho está aquí?” le preguntó Millaray.
“No princesa, no hace mucho. Lo que pasa es que he venido por los Quimbayas
para instalarnos en unas tierras cercanas, y a las que pondré mi nombre
para que nunca me olviden. Son tierras descubiertas y conquistadas con la ayuda
de mis amigos guerreros que de pronto me acompañan cuando les pido ayuda”. “Se
lleva a los Quimbayas?” preguntó Cajamarca “Si. Esa era la promesa que yo les
había hecho y que ellos esperaban desde hacía mucho. Ahora la cumplo. Poco a poco la nación Pijao va extendiendo sus
dominios y haciéndose mas rica y poderosa” contestó Calarcá cobijándose con una
ruana que un indio le pasó porque la neblina empezaba a cubrir el pueblo.
“Gracias Calarcá por hacer eso. Usted merece tener una vida mas tranquila y una
tribu que le obedezca y le ayude en lo que quiere” le dijo Cajamarca. “Los
Quimbayas son gente trabajadora y artistas nobles, muy creativos.
Fortaleceremos este pueblo y lo haremos grande para que haya memoria de
nosotros”. “Así debe ser. Ojalá las generaciones que vengan con los años, no
nos olviden” añadió Amuillán metièndose en el grupo.
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