“Pájaro de mil colores,
le ordeno que le de otra vez movimiento al pueblo de los Pantágoras” le dijo
Millaray poniéndolo al frente de su cara. Entonces Rayo de Luna dijo “Como
ordene princesa” y volando encima del pueblo entonó su canto. Inmediatamente
los indígenas se despertaron sacudiéndose y bostezando como si hubieran salido
de un profundo sueño. Se estregaban los ojos acercándose al cóndor al que
empezaron a venerar inclinándose delante de el en un rito desconocido que fue
alargándose porque la chicha que ahora traían en totumas, rodaba a mares
llevándolos a un éxtasis que los ponía a adorar las cosas y los animales. Por
eso fue que viendo semejante buitre entre ellos, consideraron que era un ave
fantástica perteneciente a otras galaxias, que traía un mensaje directo del
cielo y sin dudar se inclinaron ante el adorándolo. Fueron alrededor de cinco
mil indígenas los que se reunieron en tropel cerca al buitre, mientras Millaray
y Cajamarca observaban la ceremonia que le ofrecían, con ojos admirados.
“Bendito eres magnífico pájaro de las estrellas. Dinos a que has venido. Cual
es el mensaje que nos traes de los dioses?” gritaba el brujo Pantágora elevando
los brazos y bailando con una antorcha encendida, mientras la tribu corría
debajo del ave, tocándole las patas y las plumas. El cóndor estaba quieto
porque había comprendido que aquella gente lo veneraba, por eso dijo con enorme
voz para que todos lo escucharan “Tribu Pantágora yo soy su amigo, lo mismo que
la princesa Millaray y mi amigo Cajamarca. Estamos buscando a la niña Luz de
sol, hija de la diosa Inhimpitu de la Guajira. Si la han visto, díganoslo por
favor, porque su madre la espera y está triste por su ausencia. Ayúdenos en
eso, si pueden”. La tribu escuchando que el cóndor le hablaba, hizo silencio.
Quedaron atemorizados por ese portento que cada vez los asombraba mas. “La niña
Luz de Sol?. La que viaja montada en un pavo real?” gritó inesperadamente el
brujo. “Si. Ella es, ella es” respondió el buitre, ansioso. “Estuvo aquí hace
algún tiempo. Nos enseñó a meternos en la candela de las fogatas y a aguantar
las llamas sin quemarnos. Por eso estamos felices, porque podemos dominar el fuego
y eso se lo debemos a ella. Fue el arte que esa niña nos dejó y eso hará que
nunca la olvidemos”.
La tribu estaba muda
oyendo la charla. Lo único raro que se escuchó fue el llanto de un niño que su
madre calmó dándole de comer. “Vamos a demostrarle en seguida, gran buitre, el
poder que nos dejó la niña Luz de sol”. Y comprendiendo lo que debían hacer,
corrieron los hombres a los alrededores trayendo palos secos, troncos grandes y
largos, ramas por centenares, hojas, miles de hojas, haciendo un enorme montón de la altura de una choza. En
un momento le metieron candela con antorchas que trajeron prendidas y que el
viento inflamaba mas y mas. A los pocos minutos la candela crecía indetenible hasta
que finalmente sus llamas se elevaron desafiantes, rugientes. Los indios danzaban
con saltos largos y contorsiones inexplicables alrededor de ese fuego. Gritaban
imitando a los lobos en un aullido extraño pero sin duda prodigioso. Parecía que
así se despertaba la magia que necesitaban. Las llamas crepitaban lanzando
chispas de colores al espacio que se iba poniendo gris porque se acercaba la
noche, de modo que la ceremonia se hacía mas interesante.
Entonces el cóndor se
retiró un poco de la enorme fogata porque el calor era mucho y no quería que
sus plumas se chamuscaran. Debajo de el se habían quedado Millaray y Cajamarca
contemplando el rito, cada uno recostado en una pata.
Cuando las llamas
alcanzaron gran altura, varios indios en estado de transportación se metieron tranquilamente
entre la candela que bufó con grave sonido. Se quedaron allá bailando y
gritando en gozo, hasta que a los seis minutos salieron sudando sin haber sufrido
daño alguno. Ni siquiera el pelo se les había quemado, por lo que las
expresiones de Millaray y Cajamarca eran de real asombro “Como lo hacen. Por
los dioses, como lo hacen?” gritaba la joven acercándose a la fogata para mirar
y tocar a los indígenas que sonreían tranquilamente al verla tan afanada.
Cajamarca también estaba pasmado y mudo. Ninguna palabra le brotaba, pero en
cambio los indios recién salidos del fuego gritaban “Bendita y poderosa eres,
niña Luz de sol por habernos dado el poder del fuego. Siempre te adoraremos
niña, como la mas poderosa entre los poderosos dioses que tenemos” y siguieron
gritando y aullando entre sus contorsiones mientras otros cinco indios se
metían en la candela como si estuvieran en el agua.
“Luz de Sol les dio este poder? Es increíble” decía Millaray impresionada. “No
te afanes princesa. Todo esto y mucho mas tendrás cuando encuentres a Luz de
Sol y te entregue el diamante del poder. Te volveras superpoderosa como
cualquier dios de las galaxias” le dijo el pájaro de mil colores que estaba parado en su
hombro. “Tu serás diosa de los dioses. De modo que debes prepararte para cuando
eso pase” siguió diciéndole Rayo de Luna mientras los indios permanecían
metidos en el fuego donde se veían incandescentes como hierro listo a fundirse.
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