“Es que a ustedes como hijos de los dioses,
les pasan cosas increíbles en todas partes. Nosotros lo sabemos”. Se quedaron
callados por la respuesta de Acaima y como vieron al cóndor deslizarse en un
vuelo de invitación por encima del pueblo, le hicieron señas para que bajara al
pasto, diciendo “Adios árboles sabios, adiós”. “Adios, adiós hijos de los
dioses. Vuelvan otro día porque siempre nos encontrarán. Aquí el tiempo está
detenido. Mejor dicho, aquí no existe el tiempo”. “Si, otro día volveremos,
árboles maravillosos”.
El cóndor ya en tierra,
asustó al pueblo que se levantó huyendo a sus chozas. Era tan inmenso su cuerpo,
y su aspecto tan imponente, que esas formas nunca vistas hicieron esconder a la
gente en los rincones oscuros de las chozas y en el bosque. El cacique los dejó
esconderse mientras el buitre bajaba el ala para que Millaray y Cajamarca
subieran a su espalda. “Adios cacique Acaima. Adios cacique Uzathama, gracias
por su hospitalidad. Un dia nos gustaría verlos en nuestras tierras que no
están muy lejos de aquí” los invitó Cajamarca desde arriba del buitre. “Primero
vuelvan ustedes para atenderlos como debe hacerse con los hijos de los dioses, y
les aseguramos que entonces nosotros iremos a visitarlos” gritaba Uzathama para
que lo oyeran bien. “Gracias” gritó Millaray sonriendo y moviendo sus brazos
despidiendose.
El cóndor batió las
alas con enorme fuerza, elevándose en el espacio de la tarde gris. El pueblo
entero salió entonces a mirarlos gritando, elevando los brazos y despidiéndose
largamente de los hijos de los dioses mientras se miraban entre ellos sin
acertar a explicarse nada.
Allá se fueron
atravesando nubes quietas encima del rio sumapáz entre enormes abismos de
piedra.
Siguieron veloces
llegando en poco tiempo a Melgar donde vivían los Pantágoras, indígenas que
hacían parte del país Pijao y que muy seguido realizaban sacrificios a sus
dioses. Para eso tomaban mucha chicha de maíz que cultivaban en sus tierras, y chicha
de corozos traídos en enormes racimos rojos de coyaima y Natagaima.
Estando ya sobre el
pueblo, Cajamarca le gritó al cóndor “Cóndor, cóndor de los Andes, dé vueltas encima de este caserío para verlo bien y para que también nos vean los que viven ahí” y le
dijo a Millaray mientras el ave bajaba “Siempre he tenido ganas de venir aquí,
por el clima tan caliente que hay, y por el rio tan potente que ha abierto una
honda garganta entre las rocas. Ahora que tenemos la oportunidad lleguemos un
rato a conversar con ellos”.
Abajo la gente había
salido de sus chozas señalándolos, saltando y gritando entusiasmados al ver
semejante ave encima de su pueblo. Entonces el cóndor dio dos vueltas mas,
descendiendo tranquilo hasta que por fin aterrizó en medio del caserío en un
amplio patio, levantando inmensa polvareda que ocultó un poco las chozas.
Había cantidad de gente allí. Muchos estaban desnudos y algunos llevaban
microscópicos guayucos de lana que solamente les tapaban el pene o la vagina.
En la cabeza tenían balacas fabricadas con bejucos y plumas de colores. La cara
y el cuerpo los tenían pintados con rayas y manchas rojas, verdes y amarillas. En
las muñecas llevaban pulseras hechas con pepas del bosque, lo mismo que en los
tobillos. Estaban armados con arcos y flechas y gritaban maravillados viendo como
el cóndor caía a su pueblo llevando en el espinazo a dos personajes
desconocidos para ellos.
Casi todos alistaron los arcos y las flechas listos a
dispararlas, pero entonces el pájaro de mil colores salió volando desde el
hombro de Millaray yéndose por encima de la gente y dando vueltas en el caserío,
cantando con su hechizador y paralizante canto. De repente el pueblo quedó inmóvil
y como encantado, porque no sabían que hacer. No podían mover los brazos, ni
las piernas ni la cabeza, pero podían oir, mirar y darse cuenta de todo lo que
pasaba. Entonces Cajamarca y La princesa, asombrados por lo que había hecho el
pájaro, se deslizaron por el ala del buitre cayendo al suelo donde caminaron
para desentumecerse. Como se dieron cuenta que el pueblo iba comprendiendo la
situación, Cajamarca levantó la voz diciendo “Amigos Pantágoras, yo soy el
cacique Cajamarca del norte del país de la nieve y mi compañera es la princesa
Millaray, hija del cacique Ibagué que muchos de ustedes conocen porque ha
recorrido los caminos de aquí con su tribu Panche, buscando tierras para vivir.
Volamos en el cóndor de los Andes buscando a la niña Luz de sol, hija de la
diosa Inhimpitu, de la Guajira. Somos amigos porque ustedes como nosotros pertenecemos
al país Pijao y tenemos sangre Caribe”. “Pájaro de mi colores, le ordeno que le
de otra vez movimiento al pueblo de los Pantágoras” le dijo Millaray poniéndolo
al frente de su cara. Entonces Rayo de Luna dijo “Como ordene princesa” y volando
encima del pueblo entonó su canto. Inmediatamente los indígenas se despertaron
sacudiéndose y bostezando como si hubieran salido de un profundo sueño.
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