domingo, 9 de junio de 2013

EL PAIS DE LA NIEVE 77 La desconocida y fantástica historia del pueblo Pijao







“Por el poder que tengo en el universo voy a hacer que los árboles de éste bosque de ahora en adelante tengan el don de la palabra. Ustedes les preguntarán lo que quieran y ellos les responderán con prudencia y conocimiento, los aconsejarán en todo lo que desconozcan. Podrán comunicarse continuamente con ellos y así se convertirán en un pueblo reflexivo y sabio, pero la clave de éste regalo es que no dejarán que ningún extraño entre aquí, porque entonces los árboles perderán el habla. Y habiendo terminado de darle el poder de la palabra a los árboles, se bajó del arbusto donde estaba, montándose en el pavo real que de inmediato salió volando por encima del pueblo hasta perderse al otro lado de las montañas. 
Así fue como quedamos asombrados frente a semejante poder y hechizo.
Y para comprobar si realmente esos árboles hablaban, nos acercamos tocándolos y preguntándoles “Arboles, árboles pueden hablar?” “Siiiiiiiiiiiii”  “Ssiiiiiiiiii” se escuchó en un coro ronco y lento, mientras miles de ramas se movían como brazos hacia nosotros, quizás llamándonos. Eso nos dejó mudos y después de mirarnos totalmente incrédulos, fuimos metiéndonos en el bosque donde cada uno se hizo amigo de los árboles que quiso. Se nos quitó el sueño, la pereza y el cansancio que pudiéramos tener, no sentíamos hambre tampoco y parecía que viviéramos en estado de ensueño junto a dioses a los que no podíamos ver. Nos quedamos allí tres días seguidos, hablando con ellos todo lo que quisimos, hasta que por fin volvimos a las chozas sabiéndonos dueños de semejante maravilla”.
“De verdad esos árboles hablan?” preguntó Millaray mirando el raro bosque. “Si, pero hablan solamente con nosotros, con la tribu de los diablos de oro. Ningún desconocido puede entrar ahí porque una fuerza desconocida los detiene. Menos podrán tocarlos porque podría morir el que lo intentara”. “Pero será que podemos mirarlos desde lejos harto tiempo?” preguntó Cajamarca sin quitar los ojos de ese bosque. “Posiblemente. Pero tienen que estarse quietos. Esperen y verán”.
Acaima se levantó arreglando su vestido que se le enredaba en el suelo.
Se fue rápido perdiéndose en la maleza hasta llegar al borde del bosque donde dijo “Arboles del bosque prohibido, los hijos de los dioses que han venido a visitarnos quieren oírlos hablar, conocer sus voces y quieren tocarlos también para hacerse amigos de ustedes. Les contamos que la niña Luz de Sol les dio la facultad de hablar y por eso están muy curiosos y desean estar junto a ustedes”. Y ellos respondieron “Dígales que se acerquen, que no hay problema porque ellos como hijos del cielo, tienen permiso de estar junto a nosotros todo el tiempo que quieran, y pueden hablar con nosotros también” “Verdad?”. “Si” dijo uno de los árboles agitando fuerte una rama. Entonces el diminuto cacique gritó felíz desde donde estaba “Hijos de los dioses, hijos de los dioses vengan que los árboles quieren hablar con ustedes y quieren que también los toquen”. Entonces Millaray se levantó dándole la mano a Cajamarca que corrió junto a ella entre la gente. Llegaron al lado de Acaima que alzó la cabeza para mirarlos. Ustedes como hijos de los dioses son afortunados siempre. Los árboles quieren conocerlos”. “Hola como están” dijo de pronto uno de los árboles moviendo las ramas muy acelerado, dejando caer algunas hojas que de inmediato se convirtieron en diminutos pájaros y mariposas que salieron volando. Entonces Millary y Cajamarca se le acercaron tocándole el tronco y los gajos que estaban suaves “Hola árbol como está” le preguntó Millaray. “Estoy bien, muy bien. Desde que empecé a hablar, por la facultad que nos dio la niña Luz de sol, tengo otros deseos y otra vida que nunca imaginé. Se me ha abierto el conocimiento y me he hecho amigo del universo entero”. “Así es, así es” gritaron todos los árboles que habían escuchado la explicación sin esforzarse mucho. El movimiento de sus ramas, la caída de hojas y de flores se convirtió en una fiesta y en una algarabía. Centenares de milimétricos pajarillos salieron volando reflejando luz en las alas lo mismo que las mariposas. Las flores ya en contacto con la tierra, se convertían en árboles con tallos y ramas de luz inexplicable pero intensa ”Que viva la princesa Millaray porque anda buscando a nuestra madre, la niña Luz de Sol. Que vivaaaaaa”, “Que vivaaaaaa, que vivaaaaaa” respondió el bosque entero muy alegre. “Ustedes saben donde está Luz de sol?” les preguntó Millaray con toda confianza. “Si, lo sabemos pero no podemos decirlo. Lo único que podrán saber es que en este tiempo ha estado visitando las tribus Pijao porque le gusta estar entre la gente trabajadora, guerrera y sabia, y si siguen preguntando por ella, quizás la encuentren en ese país” dijo un árbol cercano doblando su tronco para relajar sus fibras que estaban muy templadas. “Entonces está cerca . . .” dijo Cajamarca. “No deben demorarse mas por aquí, porque ella en poco tiempo se irá a un viaje largo por Columbus y así será difícil para ustedes encontrarla” explicó el árbol sacudiéndose para que cayeran hojas. Quería ver como se cambiaban a diminutos pajarillos y mariposas relucientes.
Entonces Rayo de Luna voló del hombro de la princesa a una rama alejada, volviendo otra vez a donde su amiga estaba. Se le acercó al oído diciéndole “Tenemos que irnos rápido princesa a ver si encontramos a Luz de Sol en el país Pijao. Algo me dice que debe ser así”.

Millaray se quedó callada. Estaba tan  sorprendida por todo lo que vivía en ese rato, que no acertaba a decidir que hacer. Finalmente Cajamarca que había soltado a su árbol amigo, cogió de la mano a la muchacha diciéndole “No nos demoremos mas, debemos irnos ya. Sé que lo que dicen los árboles y el pájaro de mil colores es cierto”. “Se irán entonces?” preguntó Acaima que los había oído. “Pero esperen les damos frutos de éstos árboles para que sepan lo que deben hacer. Estos frutos dan conocimiento” “Verdad?. Cada vez estamos mas asombrados por las cosas que vemos”. “Es que a ustedes como hijos de los dioses, les pasan cosas increíbles en todas partes. Nosotros lo sabemos”. Se quedaron callados por la respuesta de Acaima y como vieron al cóndor deslizarse en un vuelo de invitación por encima del pueblo, le hicieron señas para que bajara al pasto, diciendo “Adios árboles sabios, adiós”. “Adios, adiós hijos de los dioses. Vuelvan otro día porque siempre nos encontrarán. Aquí el tiempo está detenido. Mejor dicho, aquí no existe el tiempo”. “Si, otro día volveremos, árboles maravillosos”. 


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