sábado, 8 de junio de 2013

EL PAIS DE LA NIEVE 76 (La desconocida y fantásstica historia del pueblo Pijao)



“No se alboroten” les dijo Acaima en alta voz. “Los jóvenes que vienen con nosotros son  hijos de los dioses, lo ha dicho el cacique Uzathama. Cierto Uzathama?”. “Si, es cierto. Estos dos jóvenes son hijos de los dioses y vienen buscando a la niña Luz de Sol, que hace algún tiempo estuvo aquí”. “Buscan a Luz de sol?” repitió un hombrecito en la muchedumbre. “Si. Yo soy amiga de la diosa Inhimpitu y según los libros sabios de Columbus, debo encontrar a la niña para entregársela. Hace poco nos despedimos de ella y por casualidad hemos llegado aquí. El brujo de los Sutagaos se ha dado cuenta de eso sin habérselo dicho y estoy admirada de sus poderes extraordinarios” explicó Millaray acercándose a la diminuta multitud callada. “Lo que pasa es que la niña Luz de Sol tiene el diamante del poder que ella me entregará para que se cumplan las leyendas” terminó de explicar la princesa. Entonces el pueblo al oír eso la rodeó admirándola, lo mismo que a Cajamarca. “Bien venidos hijos de los dioses. Ahora que sabemos de su amistad con la niña Luz de Sol, son doblemente adorados. Vengan, vengan al pueblo y siéntense con nosotros. Es el mayor honor que pueden hacernos”. Entonces  caminaron hasta el centro de innumerables chozas que no tenían mas de un metro de alto. Casi toda la gente del pueblo estaba desnuda pero otros tenían ruanas de lana roja para protegerse del frío que era mucho. Esperaron que Millaray, Cajamarca, Uzathama y Acaima se sentaran en alguna parte para rodearlos sobre la tierra y el pasto húmedo y escuchar la charla.
De pronto Acaima, impulsado raramente por algún sentir, empezó a contar la historia de la visita de la niña Luz de Sol.
“ Un día esa niña llegó aquí, montada en un pavo real que corría a gran velocidad elevándose suave sobre la maleza, sobre las chozas y por encima de la gente. Inmediatamente nos dimos cuenta que era mas diminuta que nosotros, porque solo mide quince centímetros pero es bella y poderosa. Como toda la tribu corrió a cogerla para jugar con ella, salió volando en su pavo, dando vueltas encima del pueblo que la miraba saltando y silbando hasta que la llamamos en un griterío que no pudo evitar “Vuelva, vuelva linda niña que no la cogeremos, solamente la miraremos y nada mas”. Entonces nos miró desconfiada desde la corta altura en que estaba, bajando otra vez al suelo.  Caminó entre las chozas y en medio de la gente que la perseguía, diciéndoles “Mi nombre es Luz de sol y soy hija de la diosa Inhimpitu, de la Guajira. Conozco los secretos del universo y de los hombres. He venido para ser amiga de ustedes porque son el pueblo mas diminuto de la tierra, para conocerlos mejor, tener confianza entre nosotros y de pronto ayudarlos en lo que me digan”.
La tribu no decía nada, solo la mirábamos entre fascinados y medio embrujados.
“Necesito descansar porque hace mucho vengo montada en el pavo real y estoy maltratada por tanto vuelo y por conocer tantas tierras que nunca imaginé. El sueño me está ganando y tienen que ayudarme”. Entonces nosotros, felices por esa visita tan extraña pero tan linda, le dimos de comer de lo mejor que teníamos y la acostamos ligero en una hamaca, protegida del frio, de los vientos y de los serenos, por ruanas de lana y mantas gruesas que le pusimos alrededor.
Durmió toda la noche.
El pueblo no le hizo ruido en todas esas horas, pero se despertó temprano para verla otra vez.

Como el Pavo real se había quedado acurrucado al lado de ella cuidándole el sueño, la niña bajó de la hamaca montándose en el ave y saliendo al patio cantando como nunca habíamos oído a nadie. Con esa manera de cantar se hacía semejante a una ninfa, o a una diosa. La tribu completa, inmediatamente se despertó saliendo en tropel a mirarla “Vengan, vengan les dejo un recuerdo para que nunca me olviden” le dijo al pueblo. Y siguió caminando hasta aquel bosque que se ve allá y que ahora es un bosque prohibido” decía Acaima con tono bajo y ansioso. Entonces se levantaron mirando al bosque que se estremecía como si una borrasca, o un tornado  inesperado lo estuviera estrujando. El cacique Acaima les dijo “Tranquilos pueblo mio, tranquilos. No pasa nada” y mirando a Millaray, que tenía las mejillas muy rosadas, siguió contando  “Todos nos fuimos detrás de ella que de pronto se desmontó del pavo subiéndose a un árbol pequeño donde dijo “Por el poder que tengo en el universo voy a hacer que los árboles de éste bosque de ahora en adelante tengan el don de la palabra. Ustedes les preguntarán lo que quieran y ellos les responderán con prudencia y conocimiento, los aconsejarán en todo lo que desconozcan. Podrán comunicarse continuamente con ellos y así se convertirán en un pueblo reflexivo y sabio, pero la clave de éste regalo es que no dejarán que ningún extraño entre aquí, porque entonces los árboles perderán el habla. Y habiendo terminado de darle el poder de la palabra a los árboles, se bajó del arbusto donde estaba, montándose en el pavo real que de inmediato salió volando por encima del pueblo hasta perderse al otro lado de las montañas.  

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