“No se alboroten” les
dijo Acaima en alta voz. “Los jóvenes que vienen con nosotros son hijos de los dioses, lo ha dicho el cacique
Uzathama. Cierto Uzathama?”. “Si, es cierto. Estos dos jóvenes son hijos de los
dioses y vienen buscando a la niña Luz de Sol, que hace algún tiempo estuvo
aquí”. “Buscan a Luz de sol?” repitió un hombrecito en la muchedumbre. “Si. Yo
soy amiga de la diosa Inhimpitu y según los libros sabios de Columbus, debo
encontrar a la niña para entregársela. Hace poco nos despedimos de ella y por
casualidad hemos llegado aquí. El brujo de los Sutagaos se ha dado cuenta de
eso sin habérselo dicho y estoy admirada de sus poderes extraordinarios”
explicó Millaray acercándose a la diminuta multitud callada. “Lo que pasa es
que la niña Luz de Sol tiene el diamante del poder que ella me entregará para
que se cumplan las leyendas” terminó de explicar la princesa. Entonces el
pueblo al oír eso la rodeó admirándola, lo mismo que a Cajamarca. “Bien venidos
hijos de los dioses. Ahora que sabemos de su amistad con la niña Luz de Sol,
son doblemente adorados. Vengan, vengan al pueblo y siéntense con nosotros. Es
el mayor honor que pueden hacernos”. Entonces
caminaron hasta el centro de innumerables chozas que no tenían mas de un
metro de alto. Casi toda la gente del pueblo estaba desnuda pero otros tenían
ruanas de lana roja para protegerse del frío que era mucho. Esperaron que
Millaray, Cajamarca, Uzathama y Acaima se sentaran en alguna parte para
rodearlos sobre la tierra y el pasto húmedo y escuchar la charla.
De pronto Acaima,
impulsado raramente por algún sentir, empezó a contar la historia de la visita de
la niña Luz de Sol.
“ Un día esa niña llegó
aquí, montada en un pavo real que corría a gran velocidad elevándose suave sobre
la maleza, sobre las chozas y por encima de la gente. Inmediatamente nos dimos
cuenta que era mas diminuta que nosotros, porque solo mide quince centímetros
pero es bella y poderosa. Como toda la tribu corrió a cogerla para jugar con
ella, salió volando en su pavo, dando vueltas encima del pueblo que la miraba
saltando y silbando hasta que la llamamos en un griterío que no pudo evitar
“Vuelva, vuelva linda niña que no la cogeremos, solamente la miraremos y nada
mas”. Entonces nos miró desconfiada desde la corta altura en que estaba, bajando
otra vez al suelo. Caminó entre las
chozas y en medio de la gente que la perseguía, diciéndoles “Mi nombre es Luz
de sol y soy hija de la diosa Inhimpitu, de la Guajira. Conozco
los secretos del universo y de los hombres. He venido para ser amiga de ustedes
porque son el pueblo mas diminuto de la tierra, para conocerlos mejor, tener
confianza entre nosotros y de pronto ayudarlos en lo que me digan”.
La tribu no decía nada,
solo la mirábamos entre fascinados y medio embrujados.
“Necesito descansar
porque hace mucho vengo montada en el pavo real y estoy maltratada por tanto
vuelo y por conocer tantas tierras que nunca imaginé. El sueño me está ganando
y tienen que ayudarme”. Entonces nosotros, felices por esa visita tan extraña
pero tan linda, le dimos de comer de lo mejor que teníamos y la acostamos ligero
en una hamaca, protegida del frio, de los vientos y de los serenos, por ruanas
de lana y mantas gruesas que le pusimos alrededor.
Durmió toda la noche.
El pueblo no le hizo
ruido en todas esas horas, pero se despertó temprano para verla otra vez.
Como el Pavo real se
había quedado acurrucado al lado de ella cuidándole el sueño, la niña bajó de
la hamaca montándose en el ave y saliendo al patio cantando como nunca habíamos
oído a nadie. Con esa manera de cantar se hacía semejante a una ninfa, o a una
diosa. La tribu completa, inmediatamente se despertó saliendo en tropel a
mirarla “Vengan, vengan les dejo un recuerdo para que nunca me olviden” le dijo
al pueblo. Y siguió caminando hasta aquel bosque que se ve allá y que ahora es
un bosque prohibido” decía Acaima con tono bajo y ansioso. Entonces se
levantaron mirando al bosque que se estremecía como si una borrasca, o un
tornado inesperado lo estuviera
estrujando. El cacique Acaima les dijo “Tranquilos pueblo mio, tranquilos. No
pasa nada” y mirando a Millaray, que tenía las mejillas muy rosadas, siguió
contando “Todos nos fuimos detrás de
ella que de pronto se desmontó del pavo subiéndose a un árbol pequeño donde
dijo “Por el poder que tengo en el universo voy a hacer que los árboles de éste
bosque de ahora en adelante tengan el don de la palabra. Ustedes les
preguntarán lo que quieran y ellos les responderán con prudencia y
conocimiento, los aconsejarán en todo lo que desconozcan. Podrán comunicarse
continuamente con ellos y así se convertirán en un pueblo reflexivo y sabio,
pero la clave de éste regalo es que no dejarán que ningún extraño entre aquí,
porque entonces los árboles perderán el habla. Y habiendo terminado de darle el
poder de la palabra a los árboles, se bajó del arbusto donde estaba, montándose
en el pavo real que de inmediato salió volando por encima del pueblo hasta
perderse al otro lado de las montañas.
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