En ese momento vino
Uzathama diciendo “Vengan hijos del cielo. Coman algo para que sean nuestros
amigos”. “gracias” dijo Cajamarca cogiendo a Millaray. Se sentaron en un largo
tronco a donde cinco mujeres les llevaron carne de gurre, papas, fríjoles y
arepas. Comieron mirados por centenares de ojos que no perdían detalle.
Uzathama les dijo desde
lejos “El brujo de la tribu, el que sabe todas las cosas, me ha dicho que
ustedes vienen buscando a la niña Luz de Sol, hija de la diosa Inhimpitu de la
Guajira, y el no se equivoca en sus palabras” “Verdad el brujo sabe eso?. Que
los dioses lo protejan. Me doy cuenta que es un gran brujo porque lo que ha
dicho es cierto. Estamos buscando a la niña Luz de Sol, perdida desde hace
mucho en los bosques de Columbus” dijo Millaray mirando a la gente acercándose a
escuchar la charla. “Hace algún tiempo estuvo aquí con los Diablos de Oro, una
tribu de diminutos hombres que son vecinos de nosotros” contestó Uzathama queriendo
mirar al otro lado de los árboles. “Los diablos de oro?” dijo Cajamarca. “Si,
Son hombres pequeñísimos que difícilmente se dejan ver de los extranjeros, pero
si ustedes quieren hablar con ellos los llevaremos hasta allá. Así les dirán todo
lo que saben de la niña Luz de Sol”.
Millaray estaba
nerviosa y felíz pensando como el destino la guiaba en en la búsqueda de la
hija de Ibhimpitu. Aquí mismo había estado. Era raro eso. Y no pudo terminar de
comer por tanta alegría que le había dado “Yo quiero ir lo mas rápido que pueda
a esa tribu. Necesito hablar con los diablos de oro” le dijo al cacique
Uzathama “De verdad quiere ir ya?” . “Si, antes de que anochezca, para que nos
rinda el tiempo” respondió la princesa. “Haré lo que ordenen, hijos de los
dioses. Terminen de comer y los llevo entonces” dijo Uzathama recostándose en
la columna de la choza donde estaban.
No comieron. Devoraron,
parándose ligero del tronco en el que se habían sentado acercándose a Uzathama
que al verlos listos les dijo “Caminen pues” y arrancaron a caminar entre las
chozas que eran bastantes, saliendo después a un bosque tupido donde el viento tan
fuerte doblaba las ramas casi quebrándolas.
La tribu los seguía pero
Uzathama se devolvió y les gritó “Ustedes quédense aquí que no nos demoramos”.
Entonces los sutagaos retrocedieron regresando a sus chozas, comentando “Los
diablos de oro se van a poner felices con la visita de los hijos de los
dioses”. “Con seguridad les contarán como llegó la niña Luz de sol ahí”.
Solo había una
distancia de quinientos metros entre los Sutagaos y la tribu de los Diablos de
oro. Se ayudaban en las dificultades y problemas, pero la tribu de los diablos
de oro era esquiva y difícilmente se dejaban ver de los extraños. Por eso fue
que Uzathama gritó desde lejos “Allá voy a su tribu, allá voy cacique Acaima. Le
presentaré a dos jóvenes hijos de los dioses que quieren hablar con usted y con
la tribu completa. Vienen preguntando por la niña Luz de Sol, hija de la diosa
Inhimpitu”. Y desde donde estaba, el cacique Acaima le contestó en alta voz “Bienvenido
cacique Uzathama, siga a mi pueblo con toda confianza”. Y de pronto apareció cerca
de ellos como un insignificante fantasma entre las malezas.
Millaray y Cajamarca se
desconcertaron porque Acaima era realmente diminuto. Medía cuarenta centímetros
y era difícil verlo entre las ramas y las piedras que encerraban a su pueblo.
Tenía una corona de oro
con tres diamantes. Llevaba también pulseras de oro igual que tobilleras y
cuatro collares todo de oro. Un vestido de lana de colores que se le enredaba
en el suelo. Estaba descalzo. Su pelo era largo, amarillo y no tenía barba. Era
blanco, de ojos azules y sus manos diminutas “Bienvenido cacique Uzathama,
gracias por venir a visitarnos” dijo Acaima levantando la cara, mirando
porfiado a los visitantes “Quienes son ellos?” preguntó señalando a Cajamarca y
Millaray. “Son dos hijos de los dioses que llegaron montados en un cóndor
gigantesco. Hace poco me contaron las mujeres del pueblo que veinte hombres de
mi tribu quedaron paralizados cuando el cielo casi los mata con un diluvio y
con sus truenos y rayos al querer robarlos. El cóndor casi los mata también.
Así nos dimos cuenta que son hijos de los dioses”. “Es verdad todo eso?”
preguntó Acaima. “Si, es cierto”. “Entonces sigan, hijos del cielo. Las puertas
de mi pueblo está abiertas para ustedes”. “Gracias, gracias” repitieron
Millaray y Cajamarca viendo que Rayo de Luna venía volando quien sabe de donde,
parándose en el hombro de la princesa. Caminaron detrás el diminuto hombre que
no paraba de voltear a mirarlos, muy nervioso.
El pueblo de los diablos
de oro era de chozas pequeñas. Parecía fantástico y hasta mágico entre los
altos árboles que le daban sombra y frescura.
Una muchedumbre de
hombrecitos con sus compañeras, con sus hijos y otros familiares estaba
esperando a su cacique en una larga extensión. Se reían haciendo señas y
saltando como si fueran de caucho. Gesticulaban esperando a ver quien llegaba.
Al darse cuenta que era el cacique Uzathama se tranquilizaron pero no
completamente porque a su lado veían a dos extranjeros y no se podía ser tan
confiado.
“No se alboroten” les dijo Acaima en alta voz. “Los jóvenes que vienen
con nosotros son hijos de los dioses, lo
ha dicho el cacique Uzathama. Cierto Uzathama?”. “Si, es cierto. Estos dos
jóvenes son hijos de los dioses y vienen buscando a la niña Luz de Sol, que
hace algún tiempo estuvo aquí”. “Buscan a Luz de sol?” repitió un hombrecito en
la muchedumbre.
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