En ese momento el cóndor se fue detrás de
ellos levantando a cuatro en sus garras, llevándoselos muy alto, aprisionándolos
y estrujándolos como nunca había hecho Los indios que iban ahí, gritaban enloquecidos viéndose tan
altos y el suelo tan abajo. Estaban aterrados porque de pronto el ave los soltaba y caerían haciéndose
papilla. El ave los mecía iracundo enterrándoles las puntas de las garras “Ayayaiiiii,
ayayaiiiii, ayayaiiiii” gritaban retorciéndose en las zarpas.
Finalmente
cóndor bajó trayéndolos desmayados,
pálidos y muy desencajados, dejándolos tendidos al lado de Millaray y Cajamarca que ya había recogido todo lo que
les habían quitado. Se habían vestido también. “Perdónenos, perdónenos. No nos
vayan a hacer nada. Nos hemos dado cuenta que los dioses los protejen a ustedes”.
“Ustedes deben ser hijos de los dioses y por eso el cielo se enfureció
queriendo matarnos con sus rayos y con las centellas” decía un hombre agachado,
con la cabeza en tierra pidiendo clemencia y llorando. Los otros también se
habían devuelto esperando a ver que les pasaba a sus compañeros. Uno de ellos
vino trayendo un pequeño cofre de barro que ofreció desde lejos a Millaray
“Esto es para usted, hija del cielo. Para que use los anillos que guardamos ahí
y para que sea la dueña de la esmeralda mas grande y bella que tiene el pueblo
Sutagao. Ahora queremos ser sus amigos para que los dioses de ustedes nos
cuiden también a nosotros”. “Díganos que debemos hacer y lo haremos al
instante”. Entonces Millaray les preguntó “Porqué nos robaron?” “Es que los
dioses de la tribu nos dicen que les llevemos muchas cosas para convertimos en
hijos de ellos. Así nos protegen y nos cuidan”. Decía uno con la cabeza
inclinada sin atreverse a mirar de frente.
Muy pronto el cielo se aclaró y el
sol mandó rayos muy calientes. “Pero
ustedes son mas poderosos. El universo los cuida como casi no hace con ninguno”
dijo otro poniéndose de rodillas. “Los invitamos a nuestro pueblo. Queremos ser
sus amigos” dijo un indio queriendo sonreir y en actitud de humildad. “Si
caminen allá. Serán recibidos como hijos del cielo”.
Era tanto el acose y
las ganas que tenían de que fueran con ellos, que Millaray y Cajamarca se
levantaron caminando en silencio, rodeados por esos hombres que ahora los
miraban con temor y respeto. Les habrían paso haciéndoles calle de honor, inclinándose
venerándolos entre gritos y miradas asombradas.
El pájaro de mil
colores venía en el hombro de Millaray cantando, mientras el cóndor se
adelantaba encima, volviendo otra vez en un vuelo vigilante y sereno que los indios
miraban cautelosos.
Fue corto el camino
hasta el caserío.
Al ver a los visitantes
la tribu se enmudeció. Todo pareció un cementerio.
Un indio acompañante
salió corriendo metiéndose a las chozas, contándole al pueblo lo que había
pasado. La noticia se regó como humo en menos de un instante. Entonces salieron
asomándose a las callecitas, a los barrancos y detrás de los árboles agachándose en signo de bienvenida. Cuando vieron al cóndor quedaron mudos,
en sumisión porque nunca habían visto un ave tan gigantesca, inteligente y
fuerte como el indio les había contado, y maravillosa además. Muchos niños y
mujeres salieron huyendo, metiéndose a sus chozas para resguardarse de
semejante peligro que ese día les llegaba.
Entonces un hombre con
corona de oro adornada con plumas de
colores y que llevaba un largo vestido de lana también de muchos colores y un
pectoral de oro reluciente, pulseras de esmeraldas, mezcladas con pepas del
bosque y collares también de oro, salió de entre el montón,
acercándose a Millaray y Cajamarca en sometimiento. “soy el cacique
Uzathama, el hombre mas poderoso de éste país y como sé que ustedes son hijos
de los dioses, los recibo agradecido, humilde y respetuoso. Ordenen lo que
quieran y en todo serán obedecidos” dijo el cacique mirando a los jóvenes viajeros.
“Gracias por el
recibimiento” dijo Millaray poniéndose la mano en el pecho inclinando la
cabeza. “Gracias cacique Uzathama. Estamos cansados y tenemos hambre. Denos
algo de comer”. “Lo que ordenen. Sus órdenes serán cumplidas ya. Gracias
también por su visita, hijos de los dioses”.
La gente se había
levantado corriendo a sus chozas hablando en murmullos “Son hijos de los
dioses, son hijos del cielo”. “Tenemos mucha suerte hoy. Estamos bendecidos por
los poderes de las estrellas”. “Y venían viajando en el pájaro gigante”. “Si?”
“Es un pájaro de fuego”. “Es el pájaro de las estrellas. Tiene mucha fuerza y
va protegiendo a esos hijos de los dioses”.
La tribu había rodeado
a Millaray y Cajamarca que estaban confundidos. Los miraban curiosos, señalándolos y señalando seguido al
espacio. Poco a poco se acercaban para verlos mejor. En silencio se empujaban peleándose
los mejores lugares. Una niña desnuda, con la cara sucia y el cabello revuelto
vino corriendo hasta donde Millaray estaba, diciendo “Reina, reina” y se quedó
allí, acariciada por Millaray que la acercó sintiéndole su carita fría.
“Quítese de ahí, quítese” le ordenaba una mujer mueca afanada y confundida que
no se atrevía a llegar a donde estaba la niña. En ese momento vino Uzathama
diciendo “Vengan hijos del cielo. Coman algo para que sean nuestros amigos”.
“gracias” dijo Cajamarca cogiendo a Millaray. Se sentaron en un largo tronco a
donde cinco mujeres les llevaron carne de gurre, papas, fríjoles y arepas.
Comieron mirados por centenares de ojos que no perdían detalle.
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