El cóndor hizo “Gggrrrr,
gggrrrr” porque tenía afán de vuelo. Entonces Millaray y Cajamarca subieron a
sus espaldas y el pájaro batió las alas elevándose por encima de los árboles
mientras los jóvenes movían las manos despidiéndose de la diosa y de los
nativos.
Allá se fueron,
metiéndose entre nubes color rojo y ladrillo. El cóndor iba felíz porque
regresaba a sus montañas, donde había nacido hacía muchos años y donde había
aprendido a ser fuerte y velóz. Le puso alegría y vigor al vuelo que fue
vertiginoso hasta el imperio de los Muiscas donde bajaron a descansar un rato.
Millaray había practicado mucho el canto de Rayo de Luna hasta imitarlo bien.
Por eso ahora el pájaro de mil colores cantaba como si tuviera una larga charla
con la princesa. Cajamarca también lo copiaba bien y el pájaro revoloteaba
entre ellos “Ustedes son ahora mis amigos. Recorreremos muchas tierras buscando
a la niña Luz de Sol” decía Rayo de luna saltando al hombro de Cajamarca y después
al de la princesa.
Ya en tierra, cóndor se
fué a descansar mientras Millaray y Cajamarca se cobijaban las ruanas porque
estaba haciendo mucho frio. Estaban entre montañas altas y soplaba un viento
fuerte y frio que los entumecía estremeciéndolos. Por eso cogieron frutas silvestres
y unas pepitas dulces, rojas, muy abundantes en ese sitio y que Cajamarca
conocía porque daban calor. Debían comer porque tenían hambre.
Después de descansar y
dormir un tiempito, llamaron al cóndor que vino saltando y aleteando “Tenemos
que seguir, cóndor. Está haciendo mucho frio aquí”. “Como digan” respondió el
ave descolgando el ala. Princesa y cacique se encaramaron en las anchas
costillas, siguiendo el viaje hasta las tierras de los Sutagaos o “Hijos del
sol” que no estaban muy lejos de éste sitio.
Esas tierras eran las
de Fusagasugá por las que circulaban continuamente los Chibchas y también los
Pijaos llevando a otros pueblos tejidos, vasijas de barro, ornamentos como
aretes, pulseras, coronas, tobilleras y otras figuras de oro, y trayendo a
cambio a sus tribus sal, otras clases de alimentos, Guayucos fabricados con
pieles de animales desconocidos, vestidos de muchos colores, igual que hamacas
y esmeraldas luminosas.
De los sutagaos podía
decirse que no eran ni chibchas ni Pijaos porque tenían elementos de los dos
pueblos. Se convertían en un vínculo, en un puente algo peligroso para las
tribus cercanas porque eran ladrones, salteadores de caminos. Robaban a los
viajantes ofreciendo a sus dioses el producto de sus asaltos para hacerlos
dignos del universo y para hacerse dignos ellos también.
Pronto el cóndor llegó
a fusagasugá. Era todavía temprano.
Princesa y cacique se
desmontaron cerca a un camino amplio por el que seguramente pasaban viajeros en
busca de otras regiones. El clima era fresco.
Cobijados como estaban,
se tendieron a descansar mientras el cóndor se fue a buscar algo de comer.
Durmieron un rato pero de pronto sintieron ruidos sospechosos rondando a su
alrededor. Veinte indios desnudos los rodearon cogiéndolos a la fuerza,
gritando en alboroto “Vea, esta corona es de oro”. “Y estas pulseras tienen
diamantes”. “Son de nosotros. Todo esto es de nosotros” “Y estas tobilleras de
la muchacha también tienen diamantes”. “Quíteselas. Rápido” le ordenaban a
Millaray tirándola con empellones al suelo. Ella asustada se las entregó
temblando. “El guayuco del muchacho es de piel de puma. Yo me lo llevaré” gritó
otro hombre jalándole el guayuco a Cajamarca. Finalmente los dejaron desnudos
porque también se robaron las ruanas y el vestido de Millaray “Este vestido
será para mi mujer. Está muy bonito” gritó otro saltando felíz. Y elevaban los
brazos riendo en señal de victoria gritaban felices por el valioso botín
conseguido tan fácilmente.
En ese momento Rayo de luna que había volado a una rama y que miraba
todo con calma, entonó su cantó mágico varias veces brincando mucho en esas
ramas. Entonces un aguacero repentino, inmenso como diluvio se desprendió de lo
alto inundando el sitio y asustando a los ladrones, a Cajamarca y a Millaray
que temblaba de frio. Rayos poderosos desvirgaban el espacio, cayendo alrededor
de los asaltantes confundiéndolos. Se apoderó de ellos un pánico nunca sentido.
El sonido del cielo los espantó poniéndolos a gritar “El cielo se ha enfurecido
contra nosotros. Nos quiere matar”. “Es que no quiere que nos llevemos estas
cosas”. Un rayo cayó mas cerca de los asaltantes entre truenos sobrecogedores. Espantados, corrieron dejando tirados en el pasto los objetos, las ruanas, el vestido, el guayuco y todo lo que se habían robado. En ese momento el cóndor se fue detrás de ellos levantando a cuatro en sus garras, llevándoselos muy alto, aprisionándolos y estrujándolos. Los indios que iban ahí, gritaban enloquecidos viéndose tan altos. Estaban aterrados porque de pronto el ave los soltaba y caerían haciéndose papilla. El ave los mecía iracundo enterrándoles las puntas de las garras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario