“Hace mucho tiempo no
lo vemos ni lo escuchamos”, dijo la india joven. “Quizás hizo otro nido mas
lejos” afirmó. “Lo importante es imitar bien su canto para que llegue a donde
ustedes estén”, aseguró un indio, masticando el plátano con la boca abierta.
“Iremos al nido que le conocemos a ver si todavía vive ahí”, dijo Inhimpitu
cortando un pedazo de carne.
Comieron en silencio
pensando qué hacer.
Al terminar se
levantaron alistando algunas cosas que llevarían. Inhimpitu cogió el cetro del
poder, que lógicamente la hacía poderosa. Cajamarca llevaría las flechas y la
lanza, Millaray en caso de necesidad invocaría a Mohán o a Madremonte para que
vinieran a ayudarla si no podían resolver algún grave problema. “Hasta luego,
hasta luego”, dijeron a los indios que salieron a acompañarlos, siguiéndolos mas
allá del patio “Que les vaya bien”. “Ojalá encuentren rápido ese pájaro”.
Rápidamente se metieron
entre la maleza.
“El nido de ese pájaro
está en la mitad de éste bosque en una alta palmera que conozco muy bien. No nos
demoraremos en llegar” dijo Inhimpitu cogiéndose de la mano de Cajamarca para
que la ayudara a saltar por encima de un charco. El sol se metía forzado entre
las hojas. Gritaban los micos saltando en las ramas. Silbaban las serpientes
parándose en sus colas, listas al ataque, para luego irse veloces entre las
piedras y los troncos hasta la oscuridad. Miles de pájaros cantaban huyendo y
regresando, llevando mensajes desconocidos a los habitantes de aquella manigua.
Millaray tenía la cara
colorada y felíz lo mismo que Inhimpitu. Cajamarca saltaba, hablaba y reía.
“Tengo que aprender el canto de ese pájaro lo mas rápido que pueda para ayudar
a encontrarlo”. “Verdad quieres aprenderlo?”. Cajamarca y Millaray lo ensayaron
muchas veces, guiados por la diosa “Ese canto tiene que ser igual al del pájaro,
o nunca llegará a nosotros. Tienen que practicar mucho”. “Estamos acercándonos
a la mitad del bosque pero no creo que el pájaro esté en su nido” dijo
Inhimpitu “Llámenlo, de pronto está cerca”. Siguieron mirando entre
los árboles, hasta que a lo lejos vieron la alta palmera. “Allá está el nido. Acerquémonos
mas”. La diosa llamó al pájaro muchas veces con un silbido muy particular. Nada.
Caminaron entonces al oriente llamándolo igual pero tampoco lo encontraron. Fueron
entonces al norte pero no apareció. Inhimpitu ya estaba cansada y el sol se
hundía sin que se hubieran dado cuenta como se había ido el día tan ligero.
“Tenemos que pasar la noche aquí porque el rancho está lejos”, dijo desprendiéndose
del pelo algunas hojas pegajosas. “Donde nos quedaremos?” preguntó Millaray.
“Buscaremos un lugar seguro” repondió la diosa mirando unas rocas cercanas. Allá
encontraron un techo de piedra mas o menos ancho, que les serviría para
protegerse del sereno y de los animales. “Hagamos una cama grande para
recostarnos y descansar” dijo Cajamarca agachándose limpiando el sitio con
gruesas cortezas de algunos tallos y cubriéndolo después con muchas hojas secas
que les servirían de colchón. Estando ya todo preparado, se sentaron
recostándose después en la roca. “Ese pájaro es nocturno?” preguntó de pronto
Millaray “No. Solo vuela en el día. De
noche descansa” dijo la diosa. “Entonces si lo llamáramos cuando descansa . . .”
insinuó Cajamarca. “No. Nunca sale de noche”. “Entonces lo que hay que hacer es
madrugar, estar listos cuando salga del nido” dijo Millaray. “Excelente idea.
Descansemos y madruguemos a la palmera antes de que amanezca”.
Cajamarca se había ido
a conseguir palos y ramas para hacer una hoguera que mantendría encendida en la
noche para que las plagas y los animales peligrosos no se acercaran. La
encendieron con el cetro del poder que botaba candela por su punta de diamante
cada vez que Inhimpitu quería.
Pronto se quedaron
dormidos.
Eran muchos los chillidos
en la noche y los gritos. Gritos feos, inarmónicos. Daban miedo y por eso el
sueño de los tres no fue bueno. Al despertar se sintieron pesados y cansados. se
sentaron escuchando los cantos de la mañana. “tenemos que ir a llamar al
pájaro” dijo Cajamarca. Sin contestar se levantaron. Corrieron llegando en poco
tiempo junto a la palmera donde debía estar el pájaro de mil colores. Inhimpitu
lo llamó muchas veces pero el ave no vino y así se estuvieron veinte minutos.
“Ya no vive aquí, hay que encontrarlo de otro modo. Tenemos que usar el cetro
del poder que nos ayudará a ubicarlo” “El cetro del poder?” preguntó Millaray.
“Si. Lo apuntaré a muchas partes y cuando el diamante se ilumine en la punta, iremos
en esa dirección”. Cajamarca se alejó. Inhimpitu cogió su cetro del poder y
elevándolo lo apuntó al sur, al occidente, al norte donde el diamante resplandeció
“Por aquí tenemos que seguir. El camino es el norte, no hay error”.
Empezaron a caminar
obedientes al cetro. “Pero donde pararemos?” preguntó Millaray “Podemos ir en
esta dirección pero hasta donde?”. “No te preocupes, caminemos un rato. Mas
adelante pondré el diamante en mi frente y así sabré que tan lejos está el
pájaro”. “Verdad?”. “Si. El diamante me trasmite las cosas que necesito saber”
Ni Millaray ni Cajamarca contestaron, solo caminaron pensando en el cetro del
poder y la magia que tenía.
A quinientos metros
Inhimpitu dijo: “Paremos, voy a poner el diamante en mi frente para percibir al
pájaro”. Se sentó en un tronco apuntando el cetro al norte. El diamante se
iluminó. Entonces la diosa poniéndolo en su frente inclinó la cabeza. Se quedó
así tres minutos diciendo al final. “el cetro me dice que el pájaro de mil colores
está lejos, que lo tiene la
Mojana , una mujer diminuta de cabellos dorados que vive en
una casa de piedra en el fondo de un río” “Entonces que hacemos?” preguntó
Cajamarca. “iremos en el cóndor” respondió Millaray. “Así llegaremos rápido” y
sin decir mas arrancaron a caminar al rancho de Inhimpitu donde debía estar el
buitre.
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