Después de dos horas
cóndor se acercó al grupo, despertando a sus amigos que se habían dormido en el
pasto, cerca de el. “Tenemos que irnos princesa Millaray o si no, nunca
llegamos”. La voz del ave los sacó del sueño. Se levantaron listos a
encaramarse en las costillas del buitre para seguir el viaje al reino de la
diosa Inhimpitu que ya estaba cerca.
Fue un vuelo breve en el aire bochornoso.
Cóndor llevaba el pico
muy abierto, jadeaba. Se notaba que quería llegar ya, al fin de ese viaje.
Pasaron entre pequeñas nubes amarillas en un espacio hondo y reluciente. Fueron
acercándose a la Sierra
Nevada siguiendo el curso del río Ranchería a la orilla del
cual vivía la diosa Inhimpitu entre bajas montañas, en un espacio de gran
verdura donde había un bosque de palmeras y de árboles del pan.
En media hora llegaron.
“Aquí es donde yo
vivo”, dijo la diosa mirando sus tierras y su rancho. “Al fin descansaremos”,
gritó el cóndor planeando en busca de un buen lugar que les diera frescura.
“Este sitio es muy lindo”, dijo Millaray acercándose a Cajamarca “Ha sido un
viaje fácil y sin muchos contratiempos”, comentó el muchacho.
Habían caido entre
altas palmeras al lado de un rancho grande bien construido, donde vivía la
diosa desde hacía mucho tiempo. Esperaron a que el buitre descolgara el ala
para bajarse. Eso fue en un momento, se deslizaron y saltaron a tierra alegrándose
doblemente por estar en tierras extranjeras “Es un sitio especial para el
descanso” dijo Cajamarca cogiendo las flechas
y el arco por si acaso.
Mas allá se oía el
ruido del río en su viaje al mar llevando secretos de las regiones por donde
pasaba. “Hay que ir a conocer el río. Con éste clima es bueno estar entre el
agua”, dijo Millaray agarrando un paquete de carne de ovejo, papas y yucas que
les habían sobrado en su travesía desde los Andes “A la orilla de ese río que
pasa allá, fue que nació mi hija Luz de sol” dijo Inhimpitu poniéndose algo
triste pensando donde podría estar su niña “La buscaremos donde esté” respondió
Millaray recordando que Luz de Sol tenía el diamante del poder y que
seguramente sería para ella, para Millaray según los relatos de los brujos
sabios.
Caminaron al el rancho.
Los indios que lo cuidaban se habían ido a pescar y a conseguir plátanos que se
les habían acabado ayer. Pertenecían a la tribu de los Wayú, viejo pueblo emigrado
del Amazonas, que desplazó a los antiguos habitantes de éstas tierras, los
Arhuacos, a la sierra Nevada de Santa Marta.
Habían aromas de frutas
y de flores.
Cóndor se fue solo por
ahí, buscando el viento fresco y la sombra de las palmeras de las que habían
por centenares. Allá se recostó estirando las patas, descolgando las alas y
relajando los músculos maltratados. Se hundió en un sueño profundo. “Dormirá
mucho rato”, comentó Inhimpitu mirándolo de lejos “No le hagamos bulla”. “Es un
pájaro noble y fuerte” dijo Millaray con los ojos entrecerrados. “Somos buenos
amigos” añadió Cajamarca dejando la lanza recostada en el tronco de un árbol.
Entraron al rancho.
Habían hamacas colgadas
donde descansaban los habitantes de la casa. “Hace días no duermo en una
hamaca” murmuró millaray tocando una de colores fuertes. “Esta noche dormiremos
bien”. “Tienen sed?. Aquí hay chicha de corozos y está fresca”. Inhimpitu llenó
tres totumas pasándolas a sus amigos que bebieron sedientos entre risas y
comentarios.
Escucharon risas afuera
y palabras duras. Eran dos mujeres y dos hombres Wayú acercándose con grandes
pescados, yuca, frutos del árbol del pan y dos racimos de plátanos para la cena
de la diosa y los visitantes que habían llegado con ella. Como un brujo vecino
les había dicho que hoy vendría Inhimpitu, madrugaron a pescar y a conseguir
provisiones. “Diosa, diosa Inhimpitu, gracias por volver. Ya la echábamos de
menos” le gritaron desde lejos viéndola asomada a la puerta. Corrieron a
saludarla entre risas y exclamaciones “Diosa Inhimpitu nos estaba haciendo mucha
falta”, dijo una de las mujeres besándole las manos y abrazándola “Divina
señora, es un gusto volver a verla”, dijo el otro hombre dejando en el suelo un
costal de fibras de fique lleno de yucas y plátanos. “Y ellos quienes son?”,
preguntó una joven trigueña de veinte años que no le quitaba la vista a
Millaray. “Ah, ella es la princesa Millaray hija del cacique Ibagué, jefe del
pueblo Panche que es del país de los Pijaos, y
el joven Cajamarca es su esposo. “Es un gusto conocerlos” dijeron en
coro los recién llegados acercándoseles. “Y ese buitre tan inmenso que está
dormido debajo de las palmeras es de ustedes?”. “Si. Es el cóndor de los Andes
que nos trajo desde las tierras Pijao”. “Ustedes viajaron en ese cóndor?. Yo
pensé que habían llegado caminando”. “Se te hace raro que hayamos llegado
montados en las costillas de ese pájaro?”, “Un poco. Alguna vez oí decir que vivía
un cóndor gigante en el centro de Columbus pero no pensé que fuera cierto. Me
siento afortunado de conocer esa ave hoy”, dijo uno de los hombres secándose el
sudor de la cara con la palma de las manos. “ Ahora lo ven. Vinimos montados en
su espalda desde muy lejos”. “Es increíble. Lo veo y no lo creo. Tenemos que
celebrar eso. Conocer el cóndor gigante de los Andes es un privilegio que pocos
tienen”, exclamó el otro hombre mirando a Cajamarca que a su vez les dijo:
“Tenía muchas ganas de conocer sus tierras. Me habían hablado de ellas
diciéndome que tienen oro blanco como arenas de la playa, la sal que tanto necesitamos”.
“Eso es cierto. Muchas tribus vienen a hacer trueques con nosotros. Nos traen
oro, esmeraldas, tejidos, comida a cambio de sal.” “Ustedes son famosos por
eso”, añadió Cajamarca. “También son famosos por el mar y por el sol tan grande
encima de las olas”. “Eso es cierto, pero entremos para que descansen y para
que coman. Deben tener hambre”, dijo la mujer mayor.
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