Quizás nos demoremos, no lo sabemos pero volveremos
otro día” decía Millaray a la multitud callada y apesadumbrada. “Buenos días”
dijeron Ibagué y Mohán acercándose. “Buenos días padre, buenos días Mohán,
Buenos días Ibagué, hola cacique” respondían.
El taita Amuillán había traído
algunos paquetes que los viajeros recibieron.
“Cuídense mucho” les
dijo Ibagué
“Cuando me necesiten, porque los peligros no
faltan, no hagan sino invocarme que enseguida iré a ayudarlos”, les propuso
Mohán quitándole la ceniza a su tabaco. “Gracias Mohán. Lo invocaremos en
cualquier momento, de eso no tenga duda”, contestó Cajamarca mirando al cóndor
que se acercaba descolgando el ala para que se subieran a su espalda. Viendo
eso, los viajeros se despidieron “Otro día volveré” dijo Inhimpitu a Ibagué.
“Me gustó mucho haberlo conocido, Mohán”, le dijo al mago. “Hasta luego padre”
se despidió Millaray dándole un beso en la frente. “Hasta luego Mohán. Gracias
por todo lo que ha hecho por nosotros”. “No es nada” respondió el brujo
arreglándose el pelo que se le caía en la cara. “Hasta luego gran cacique” se
despidió Cajamarca acomodando uno de los paquetes debajo del brazo. “Hasta
luego Mohán”. “Hasta luego taita Amuillán, hasta luego Brujos, hasta luego
pueblo Pijao”, decían en altas voces agarrándose del ala que el cóndor subió calmadamente
llevándolos a su espalda. Ya entre el plumaje, gritaron “Cóndor ya estamos
listos en sus costillas, puede arrancar”. “Bueno, no alarguemos mas las despedidas”
se dijo el buitre doblando una pata. Corrió diez metros batiendo las alas
alzándose luego en un vuelo poderoso entre la brisa de la mañana.
El pueblo se quedó
callado regresando despacio a sus chozas. La ausencia de su anterior cacique,
Cajamarca, les dejaba un vacío del que hasta ahora se daban cuenta, porque los
había goberrnado bien, enseñándolos a ser fuertes, trabajadores y honrados. Les
había enseñado a respetar la tierra, los ríos, los animales y toda la creación.
Además les había enseñado también que todos tenían el universo por dentro y que
por eso había que saber vivir, para que las actividades de cada uno se
reflejaran bien en la creación. No tener tampoco a la bella princesa Millaray, era
no tener la alegría para hacer las cosas. Pero que se le iba a hacer “La vida
sigue y no podemos ponernos a llorar” dijeron muchos.
En poco tiempo el
cóndor se perdió en las nubes.
Se fue veloz
aprovechando el clima fresco que le permitía resistir en las alturas. Cruzaron
valles, montañas, ríos, pequeños caseríos “Nos está rindiendo el vuelo”, dijo
Inhimpitu mirando los paisajes “En poco tiempo estaremos lejos”. “tenemos que
pensar donde descansaremos” dijo Millaray “Para que cóndor no se canse mucho”.
“Propongo que paremos entrando al imperio de los Muiscas. Allá el clima también
es fresco y no nos cansaremos tanto”. “Si. Puede ser”.
En menos de media hora
llegaron a las tierras calientes. Volaron por el territorio de los Coyaimas que levantaban
la cabeza mirándolos, gritando, saltando y diciéndoles “adióooooos”, largamente. Sabían
que en ese cóndor iba Millaray la gran viajera Pijao y eso los ponía felices
porque eran de la misma raza. Además el cóndor los enorgullecía. Los pueblos de
Amerindia hablaban bien de el, y lo admiraban por su poder y por su libertad.
Ya casi entrando al
imperio Muisca, les llamó la atención la figura de un hombre de tres metros
semejante a un monstruo que corría enloquecido entre los árboles, los pantanos,
los valles, los ríos y las montañas. Tenía cachos puntudos y curvos de color
oscuro, orejas como las de una mula. Era negro igual al carbón y tenía una cola
semejante a la de una mula. La movía mucho espantando miles de insectos que lo
perseguían para ahuyentarlo de allí. Los impresionó tanto, que Millaray gritó:
“Cóndor, cóndor baje para ver a ese hombre de cerca. Quiero verlo bien”. “Como
ordene, princesa” respondió el buitre planeando hasta unos treinta metros de la
aparición. “Ese es el diablo, es el demonio”, gritó Inhimpitu paralizada de
terror “Vámonos, vámonos ya de aquí”, dijo. “Puede pasarnos algo malo” “No.
Esperemos y sigámoslo a ver para donde va”, dijo Cajamarca enderezándose entre
el plumaje de su amigo. “Sígalo entonces, cóndor” le ordenó Millaray. Entonces
en vuelo suave y silencioso se fueron detrás mirando a ver que hacía. Después
de veinte minutos ese hombre de ojos
incandescentes seguía corriendo por las montañas, saltando muy alto. Al llegar
a los límites del imperio Pijao con el Muisca, se tropezó con dos piedras
gigantescas que no lo dejaban pasar. Se encolerizó como solo podía pasarle a un demonio, cogiendo a patadas las enormes
piedras que finalmente cedieron a su fuerza, rodando y rodando hasta que una de
ellas se metió en un valle, en medio de farallones encajonando al río sumapaz
que bajaba amarillento y torrentoso.
Mientras los viajeros
miraban esto, no se dieron cuenta que la otra piedra se había quedado en el helechal. Era tan plana, que tiempo mas
tarde vinieron artistas Panches a hacer grabados y jeroglíficos con mensajes
secretos allí.
Despues el demonio se
hundió en las aguas para refrescarse pero inesperadamene salió dando un bramido
como el de un lobo, el de un león y de
un elefante a la vez. Siguió corriendo enloquecido perdiéndose definitivamente
en el aire hasta llegar a Coyaima. Los indígenas de allí sabían de su visita y por
eso le habían hecho maleficios y conjuros para que no ser acercara.
Mucho después las
tribus de Columbus supieron que esas piedras que el demonio había hecho rodar, eran
las piedras de Pandi.
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