martes, 9 de abril de 2013

EL PAIS DE LA NIEVE 61 (La desconocida y fantástica historia del pueblo Pijao)


 Quizás nos demoremos, no lo sabemos pero volveremos otro día” decía Millaray a la multitud callada y apesadumbrada. “Buenos días” dijeron Ibagué y Mohán acercándose. “Buenos días padre, buenos días Mohán, Buenos días Ibagué, hola cacique” respondían. 
El taita Amuillán había traído algunos paquetes que los viajeros recibieron.
“Cuídense mucho” les dijo Ibagué
 “Cuando me necesiten, porque los peligros no faltan, no hagan sino invocarme que enseguida iré a ayudarlos”, les propuso Mohán quitándole la ceniza a su tabaco. “Gracias Mohán. Lo invocaremos en cualquier momento, de eso no tenga duda”, contestó Cajamarca mirando al cóndor que se acercaba descolgando el ala para que se subieran a su espalda. Viendo eso, los viajeros se despidieron “Otro día volveré” dijo Inhimpitu a Ibagué. “Me gustó mucho haberlo conocido, Mohán”, le dijo al mago. “Hasta luego padre” se despidió Millaray dándole un beso en la frente. “Hasta luego Mohán. Gracias por todo lo que ha hecho por nosotros”. “No es nada” respondió el brujo arreglándose el pelo que se le caía en la cara. “Hasta luego gran cacique” se despidió Cajamarca acomodando uno de los paquetes debajo del brazo. “Hasta luego Mohán”. “Hasta luego taita Amuillán, hasta luego Brujos, hasta luego pueblo Pijao”, decían en altas voces agarrándose del ala que el cóndor subió calmadamente llevándolos a su espalda. Ya entre el plumaje, gritaron “Cóndor ya estamos listos en sus costillas, puede arrancar”. “Bueno, no alarguemos mas las despedidas” se dijo el buitre doblando una pata. Corrió diez metros batiendo las alas alzándose luego en un vuelo poderoso entre la brisa de la mañana.
El pueblo se quedó callado regresando despacio a sus chozas. La ausencia de su anterior cacique, Cajamarca, les dejaba un vacío del que hasta ahora se daban cuenta, porque los había goberrnado bien, enseñándolos a ser fuertes, trabajadores y honrados. Les había enseñado a respetar la tierra, los ríos, los animales y toda la creación. Además les había enseñado también que todos tenían el universo por dentro y que por eso había que saber vivir, para que las actividades de cada uno se reflejaran bien en la creación. No tener tampoco a la bella princesa Millaray, era no tener la alegría para hacer las cosas. Pero que se le iba a hacer “La vida sigue y no podemos ponernos a llorar” dijeron muchos.
En poco tiempo el cóndor se perdió en las nubes.
Se fue veloz aprovechando el clima fresco que le permitía resistir en las alturas. Cruzaron valles, montañas, ríos, pequeños caseríos “Nos está rindiendo el vuelo”, dijo Inhimpitu mirando los paisajes “En poco tiempo estaremos lejos”. “tenemos que pensar donde descansaremos” dijo Millaray “Para que cóndor no se canse mucho”. “Propongo que paremos entrando al imperio de los Muiscas. Allá el clima también es fresco y no nos cansaremos tanto”. “Si. Puede ser”.
En menos de media hora llegaron a las tierras calientes. Volaron por el territorio de los Coyaimas que levantaban la cabeza mirándolos, gritando, saltando  y diciéndoles “adióooooos”, largamente. Sabían que en ese cóndor iba Millaray la gran viajera Pijao y eso los ponía felices porque eran de la misma raza. Además el cóndor los enorgullecía. Los pueblos de Amerindia hablaban bien de el, y lo admiraban por su poder y por su libertad.
Ya casi entrando al imperio Muisca, les llamó la atención la figura de un hombre de tres metros semejante a un monstruo que corría enloquecido entre los árboles, los pantanos, los valles, los ríos y las montañas. Tenía cachos puntudos y curvos de color oscuro, orejas como las de una mula. Era negro igual al carbón y tenía una cola semejante a la de una mula. La movía mucho espantando miles de insectos que lo perseguían para ahuyentarlo de allí. Los impresionó tanto, que Millaray gritó: “Cóndor, cóndor baje para ver a ese hombre de cerca. Quiero verlo bien”. “Como ordene, princesa” respondió el buitre planeando hasta unos treinta metros de la aparición. “Ese es el diablo, es el demonio”, gritó Inhimpitu paralizada de terror “Vámonos, vámonos ya de aquí”, dijo. “Puede pasarnos algo malo” “No. Esperemos y sigámoslo a ver para donde va”, dijo Cajamarca enderezándose entre el plumaje de su amigo. “Sígalo entonces, cóndor” le ordenó Millaray. Entonces en vuelo suave y silencioso se fueron detrás mirando a ver que hacía. Después de veinte minutos ese  hombre de ojos incandescentes seguía corriendo por las montañas, saltando muy alto. Al llegar a los límites del imperio Pijao con el Muisca, se tropezó con dos piedras gigantescas que no lo dejaban pasar. Se encolerizó como solo podía pasarle  a un demonio, cogiendo a patadas las enormes piedras que finalmente cedieron a su fuerza, rodando y rodando hasta que una de ellas se metió en un valle, en medio de farallones encajonando al río sumapaz que bajaba amarillento y torrentoso.
Mientras los viajeros miraban esto, no se dieron cuenta que la otra piedra se había quedado  en el helechal. Era tan plana, que tiempo mas tarde vinieron artistas Panches a hacer grabados y jeroglíficos con mensajes secretos allí.
Despues el demonio se hundió en las aguas para refrescarse pero inesperadamene salió dando un bramido como el de un lobo, el de  un león y de un elefante a la vez. Siguió corriendo enloquecido perdiéndose definitivamente en el aire hasta llegar a Coyaima. Los indígenas de allí sabían de su visita y por eso le habían hecho maleficios y conjuros para que no ser acercara.
Mucho después las tribus de Columbus supieron que esas piedras que el demonio había hecho rodar, eran las piedras de Pandi.

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