martes, 26 de marzo de 2013

EL PAIS DE LA NIEVE 58 (La desconocida y fantástica historia del pueblo Pijao)


No las dejaban hablar. Parecían leones en celo. Se hundieron  líquido adentro donde las tomaron potentes,  ardorosos mientras las fogatas elevaban las llamas cambiando de colores. Las treinta jovencitas corrían por la orilla bailando y levantando las antorchas, entonando canciones al ritmo de las flautas, las charrascas y los tambores. Los juegos del sexo fueron interminables y el pueblo observaba gozoso. “Gracias Ibagué por hacerme felíz”, decía Yexalen en gemidos. “Te he deseado siempre. No pararé de quererte aunque se acabe el tiempo”, Ibagué ondulaba el cuerpo al ritmo de ella. Semejaban dioses en completo olvido de ellos mismos. “No pares, por favor no pares”, decía en cortos gritos Millaray flotando descuidada, totalmente abandonada de sus propios pensamientos. “Lo mejor que hice fue entregarle las tierras y el pueblo a tu padre para tenerte como ahora puedo hacerlo”, decía Cajamarca hundiéndose poderoso en ella.
Las tribus gritaban y enmudecían también frente a aquellas escenas que serían inolvidables.
Esas entregas duraron mas de una hora hasta que salieron cogidos de las manos casi congelados, pero felices. Los brujos se les acercaron rápidamente  “Serán poderosos. Serán dueños de lo que quieran, se lo aseguramos. Nos lo han dicho las estrellas y el viento mientras ustedes estaban en el agua”  les decían, y cogiendo los bultos de oro que habían traído de las casas de los dos caciques, los acercaron a las fogatas para que se calentaran y con ese polvo se frotaran el cuerpo.
Temblando por tanto frio y porque ahorita había quedado algo débil, Cajamarca friccionó el cuerpo de Millaray con muchas puñadas de oro en polvo que la iban dejando como una diosa elástica venida de las galaxias. Las niñas bailaban a su contorno entre cantos y susurros secretos. “Este oro te convierte en diosa de las riquezas” le decía el joven untando los cabellos, las espaldas, los senos, el estómago, las piernas de su amiga mientras ella también cogía manotadas de oro frotando ansiosa el cuerpo de el.  “Gracias por ser mi marido” le decía.
La candela bramaba con sonido bajo, como si llevara un mensaje indescifrable. “Yexalen, Yexalen, ahora eres mi mujer. Este oro te hace dueña de cuanto quieras”. También le frotaba las piernas, la cara, la espalda cubriéndola completamente con el oro reluciente bajo sol. “Gracias Ibagué, gracias sol, gracias luna y estrellas por convertirme en reina de éstas regiones y por darme un hombre fuerte, capáz de dirigir un pueblo”, decía Yexalen refregando el cuerpo de su marido que ahora parecía poderoso e invencible como una figura mandada de alguna constelación.
Muchas canciones cantaron las niñas jugando con las antorchas de colores, rodeando las fogatas con sus bailes y corriendo indetenibles por las orillas. Cuando ya los cuatro casados estuvieron embadurnados totalmente con el polvo de oro, los brujos cubrieron la tierra hasta la laguna haciendo un caminito de oro por donde andaron las parejas que otra vez se lanzaron al agua con gran decisión.
Se hundieron hasta el fondo haciendo alianzas con el líquido, hasta que mas allá, el pueblo vio deslizarse una canoa en la que viajaba un hombre grande, mechudo, de barba larga y ojos de candela. Era Mohán llevando las cuatro ollas con las piedras preciosas. Remaba tranquilo y fuerte. El viento le alborotaba el pelo y elevaba el humo del tabaco que llevaba entre los dientes. En siete minutos estuvo al lado de las parejas. “Hola Mohán, haga lo que tiene que hacer porque está haciendo mucho frío”, le dijo Millaray nadando hasta la canoa y agarrándose del borde porque ya se sentía cansada para mantenerse a flote. Entonces Mohán le dijo “Como ordene bella princesa”. Entonces cogió una olla de la que sacó diamantes, esmeraldas y gran cantidad de rubíes . . .dejándolas caer desde la cabeza de la joven hasta el fondo de la laguna que empezó a lanzar raros destellos de luz. “Estás siendo bendecida por lo mas rico de la tierra. Te conviertes así en señora de las riquezas, lo dice el universo”.
MIllaray se estremecía al contacto con las piedras. Al terminar de derramar la ollada de piedras preciosas sobre ella, siguieron Yexalen, Cajamarca e Ibagué, dejando en el fondo del agua esas riquezas que quedarían por siempre allí. Era una alianza con el todo.  Entonces ahora si, muy temblorosos de frio, nadaron hasta la orilla acompañados por Mohán que les decía cosas que el pueblo nunca oyó.
Allá en la orilla, les dieron batas, vestidos  y ruanas que se pusieron ligero para coger calor, arrimándose a las hogueras mientras el pueblo se arremolinaba para verlos y felicitarlos: “Que sean siempre dichosos”. “El universo los bendiga cacique Ibagué y reina Yexalen”. “los Panches e Ibagué te han premiado dándote a Millaray, joven Cajamarca”. “Princesa Millaray, serás la mas felíz de las mujeres”.
 De ese modo terminaba el rito de bodas, pero seguiría la fiesta en el caserío a donde iban en tropel entre enormes gritos. 

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