No las dejaban hablar.
Parecían leones en celo. Se hundieron líquido
adentro donde las tomaron potentes,
ardorosos mientras las fogatas elevaban
las llamas cambiando de colores. Las treinta jovencitas corrían por la orilla
bailando y levantando las antorchas, entonando canciones al ritmo de las
flautas, las charrascas y los tambores. Los juegos del sexo fueron
interminables y el pueblo observaba gozoso. “Gracias Ibagué por hacerme felíz”,
decía Yexalen en gemidos. “Te he deseado siempre. No pararé de quererte aunque
se acabe el tiempo”, Ibagué ondulaba el cuerpo al ritmo de ella. Semejaban dioses
en completo olvido de ellos mismos. “No pares, por favor no pares”, decía en
cortos gritos Millaray flotando descuidada, totalmente abandonada de sus
propios pensamientos. “Lo mejor que hice fue entregarle las tierras y el pueblo
a tu padre para tenerte como ahora puedo hacerlo”, decía Cajamarca hundiéndose poderoso
en ella.
Las tribus gritaban y enmudecían
también frente a aquellas escenas que serían inolvidables.
Esas entregas duraron
mas de una hora hasta que salieron cogidos de las manos casi congelados, pero
felices. Los brujos se les acercaron rápidamente “Serán poderosos. Serán dueños de lo que
quieran, se lo aseguramos. Nos lo han dicho las estrellas y el viento mientras
ustedes estaban en el agua” les decían,
y cogiendo los bultos de oro que habían traído de las casas de los dos
caciques, los acercaron a las fogatas para que se calentaran y con ese polvo se
frotaran el cuerpo.
Temblando por tanto
frio y porque ahorita había quedado algo débil, Cajamarca friccionó el cuerpo
de Millaray con muchas puñadas de oro en polvo que la iban dejando como una
diosa elástica venida de las galaxias. Las niñas bailaban a su contorno entre
cantos y susurros secretos. “Este oro te convierte en diosa de las riquezas” le
decía el joven untando los cabellos, las espaldas, los senos, el estómago, las
piernas de su amiga mientras ella también cogía manotadas de oro frotando ansiosa
el cuerpo de el. “Gracias por ser mi marido”
le decía.
La candela bramaba con
sonido bajo, como si llevara un mensaje indescifrable. “Yexalen, Yexalen, ahora
eres mi mujer. Este oro te hace dueña de cuanto quieras”. También le frotaba
las piernas, la cara, la espalda cubriéndola completamente con el oro
reluciente bajo sol. “Gracias Ibagué, gracias sol, gracias luna y estrellas por
convertirme en reina de éstas regiones y por darme un hombre fuerte, capáz de dirigir
un pueblo”, decía Yexalen refregando el cuerpo de su marido que ahora parecía
poderoso e invencible como una figura mandada de alguna constelación.
Muchas canciones
cantaron las niñas jugando con las antorchas de colores, rodeando las fogatas
con sus bailes y corriendo indetenibles por las orillas. Cuando ya los cuatro
casados estuvieron embadurnados totalmente con el polvo de oro, los brujos
cubrieron la tierra hasta la laguna haciendo un caminito de oro por donde andaron
las parejas que otra vez se lanzaron al agua con gran decisión.
Se hundieron hasta el
fondo haciendo alianzas con el líquido, hasta que mas allá, el pueblo vio
deslizarse una canoa en la que viajaba un hombre grande, mechudo, de barba
larga y ojos de candela. Era Mohán llevando las cuatro ollas con las piedras
preciosas. Remaba tranquilo y fuerte. El viento le alborotaba el pelo y elevaba
el humo del tabaco que llevaba entre los dientes. En siete minutos estuvo al
lado de las parejas. “Hola Mohán, haga lo que tiene que hacer porque está
haciendo mucho frío”, le dijo Millaray nadando hasta la canoa y agarrándose del
borde porque ya se sentía cansada para mantenerse a flote. Entonces Mohán le dijo
“Como ordene bella princesa”. Entonces cogió una olla de la que sacó diamantes,
esmeraldas y gran cantidad de rubíes . . .dejándolas caer desde la cabeza de la
joven hasta el fondo de la laguna que empezó a lanzar raros destellos de luz. “Estás
siendo bendecida por lo mas rico de la tierra. Te conviertes así en señora de
las riquezas, lo dice el universo”.
MIllaray se estremecía
al contacto con las piedras. Al terminar de derramar la ollada de piedras
preciosas sobre ella, siguieron Yexalen, Cajamarca e Ibagué, dejando en el fondo
del agua esas riquezas que quedarían por siempre allí. Era una alianza con el
todo. Entonces ahora si, muy temblorosos
de frio, nadaron hasta la orilla acompañados por Mohán que les decía cosas que
el pueblo nunca oyó.
Allá en la orilla, les
dieron batas, vestidos y ruanas que se
pusieron ligero para coger calor, arrimándose a las hogueras mientras el pueblo
se arremolinaba para verlos y felicitarlos: “Que sean siempre dichosos”. “El
universo los bendiga cacique Ibagué y reina Yexalen”. “los Panches e Ibagué te
han premiado dándote a Millaray, joven Cajamarca”. “Princesa Millaray, serás la
mas felíz de las mujeres”.
De ese modo terminaba el rito de
bodas, pero seguiría la fiesta en el caserío a donde iban en tropel entre enormes
gritos.
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